martes, 15 de septiembre de 2015

Relatos de M. III



Desde luego tendrían que haber hecho el viaje al revés. Esto pasaba por no haber pensado más las cosas. Dos días en autobús (y qué autobús) desde Antofagasta los habían dejado medio muertos. Al principio la idea parecía genial, viajar en un medio de transporte popular para sentir y disfrutar el color local. Sólo que el “color” había resultado ser más bien el “olor”.

Metido en la bañera M notaba como sus músculos se destensaban. Cierra los ojos, pliega las rodillas y mete la cabeza bajo el agua. Cinco… seis… siete segundos. Deja escapar el aire por la nariz y nota como las burbujas ascienden. Dieciocho… diecinueve… veinte… Esta es la última noche que pasarían en Chile. A la mañana siguiente debían tomar un avión hasta Rio y allí enlazar con otro que los dejaría en Vitória. Cuarenta y dos… cuarenta y tres… cuarenta y…. M saca de nuevo la cabeza e inhala por la boca. No suele practicar mucho lo de aguantar la respiración bajo el agua, pero normalmente aguanta más. Pero se siente cansado. Lleva más de una semana sin dormir en su cama y lo peor ha sido la noche en el autobús. Sólo de pensarlo siente como se contraen de nuevo los músculos de su espalda.

Valparaíso y Viña del Mar habían sido lo más parecido a volver a España. Las casas le habían resultado tan parecidas a las que había dejado allí atrás. Atacama, por el contrario, era algo que no se parecía a nada que hubiera visto antes en su vida. La inmensa llanura salada, erizada aquí y allá de pequeñas estalagmitas de cristal blanco; la vista, que abarcaba kilómetros de una llanura limitada apenas por unas montañas azuladas allá a lo lejos. Había oído decir que el salar de Uyuni, en Bolivia, era aún más espectacular. Pero a M no es que le pareciera o dejase de parecer espectacular, es que allí en medio de aquella inmensidad en la que la luz del sol se reflejaba por doquier, creando un halo fantasmal que todo lo envolvía, M se había sentido transportado a otro mundo. Les habían comentado que se daban casos de alucinaciones, de ver cosas que no estaban allí. Él se lo creía a pies juntillas, de hecho creía incluso que ese mismo halo podía, no ya hacer ver lo que no era, sino ocultar a la vista aquello que se encontraba frente a uno. Los ojos le habían escocido durante horas después de abandonar el paraje desértico, y no creía que fuera debido enteramente a la sal en suspensión o al polvo, sino a que sus propios ojos intentan reconectar con la realidad.

El viaje de vuelta a Santiago se le había hecho interminable. Al cansancio y la suciedad del desierto se le sumaban los días fuera de casa, la falta de intimidad o soledad. Durante las largas horas de autobús hasta la presencia del callado Patrick se le había hecho molesta. Patrick también le había parecido agotado, nada más cruzar la puerta del apartamento había desaparecido durante un rato en el cuarto de baño para ducharse o bañarse quizás. Patricia se había dado cuenta del estado en el que se hallaban los dos nada más recogerlos en la estación de autobuses y les había dejado tranquilos. Se había limitado a hacerles de chófer y ahora estaba en su habitación.

De entre lo poco que habían conversado los tres durante el trayecto en coche había sido la invitación conjunta de Patrick y M para llevar a Patricia a un buen restaurante, y así agradecerle la hospitalidad mostrada. Era de suponer que la chica estaría cambiándose, pues la tarde oscurecía ya y tenían que salir dentro de poco.

El agua ya empieza a estar un poco fría, M sumerge la cabeza una vez más y sale de la bañera tirando del tapón. Mira como el agua se va por el sumidero, intentando identificar el famoso “efecto Coriolis”, pero como es habitual, no ve nada. Había sido una de las primeras cosas que hizo al llegar a Brasil, pero él no notaba nada diferente a como giraba el agua en el hemisferio norte. Aunque quizás se debiera a que nunca le había prestado la más mínima atención a cómo se iba el agua de su fregadero allá en Madrid.

Mientras se seca piensa en que tampoco tiene muchas ganas de salir. Si por él fuera se metería ya en la cama, pero también podrán descansar un poco en el avión mañana. Y en Vitória aún les queda un día libre antes de incorporarse al trabajo de nuevo. Además no sabe en qué podría acabar la noche con Patricia. Por supuesto el tema salió durante el viaje con Patrick, él no le preguntó nada directamente, pero un par de comentarios aquí y allá, y antes de haber llegado a Valparaíso ya le había contado todo… o al menos una gran parte del relato. Ciertos detalles prefirió no compartirlos. A M nunca le ha gustado comentar ciertas cosas, aunque algunos conocidos y amigos suyos no tenían el menor recato. No es que fuera una cuestión de vergüenza o educación, simplemente no entendía que otras personas pudieran tener interés en conocer sus intimidades o las de otras personas, del mismo modo que él no sentía el menor interés por lo que sus amigos hicieran o dejasen de hacer tras la puerta de su dormitorio.

Al salir del baño descubre a Patrick con el pecho descubierto planchando una camisa sobre la mesa del salón. El norteamericano es de una palidez extrema, aunque M sabe que es engañoso. Lo ha conocido aún más blanco, pero el chico sale a correr casi todos los días por las playas de la ciudad cuando el sol declina. Así, mes tras mes, ha ido adquiriendo un tono que sólo alguien muy atrevido definiría como “moreno”, pero que desde luego no es el pálido blanquecino que lucía hace un año. M se viste dándole la espalda. Se pone los calzoncillos sin quitarse la toalla que lleva a la cintura, y cuando y después busca una camiseta limpia, los vaqueros más decentes que tiene y un polo de manga larga que había reservado por si se presentaba alguna ocasión de salir más vestido.

En esas está cuando llama Patricia al marco de la puerta del salón. Es la primera vez que la ve con el pelo recogido, lleva un vestido azul y blanco y la cazadora vaquera puesta y, cómo no, las viejas zapatillas deportivas. M empieza a dudar que tenga otros zapatos. Finalmente salen a la calle, como no conocen restaurantes a los que llevar a Patricia le han pedido a ella que escoja y la chica se ha decidido por uno que no está muy lejos, así que se echan los tres a la calle. Forman un extraño grupo: Patrick con su ropa planchada, una camisa color lavanda y unos vaqueros oscuros; la chica, con deportivas y un vestido; y él con un polo que parece una colección de arrugas y unos pantalones que necesitan un lavado con urgencia.

El restaurante escogido resulta ser un italiano, Patrick y M protestan porque querían llevarla a un buen restaurante, algún sitio donde no fuera habitualmente, quieren agasajarla, no comerse unas pizzas que a saber cómo las hacen o una pasta recalentada. Patricia les tranquiliza e insiste, si bien no es un sitio de lujo la comida es excelente, les dice. El sitio está bastante lleno, pero la camarera les encuentra un sitio, piden una botella de vino y mientras miran las cartas comienzan a charlar. Patricia se interesa por el viaje y los chicos le van contando. En un momento dado, mientras esperan la comanda que acaban de realizar, Patricia les dice que la familia de su padre es de Quintero, no muy lejos de Valparaíso.

     - A mi tío Luis lo desaparecieron y la familia tenía miedo, así que mandaron a mi padre fuera del país y ellos se vinieron a Santiago. Aquí nadie los conocía. Hasta que las cosas no se calmaron mi padre no volvió y ya aquí conoció a mi mamá. Mi abuela dice que él no era comunista ni nada, mi tío digo, que lo confundieron con otro. No sé muy bien qué pasó, nadie me lo ha contado a las claras y todo lo que sé es de oír algo acá y allá.

M se queda mudo. Había oído hablar de la dictadura, de Pinochet y los desaparecidos, pero no esperaba encontrarse con un testimonio así. Lo que más le sorprende es la naturalidad con la que la chica ha relatado el episodio. Hasta se ha encogido de hombros al contarlo como si diese a entender que eso eran cosas que pasaban en la época, algo de lo más natural y a lo que no había que darle mayor importancia. Pero ahora es Patrick quien habla, lo hace en inglés, en un tono bajo. 

      -  My grandpa had to fly as well. He was from Derry and he fought the English back in the Ulster. I don´t know what he did, but he had to fly. He lived for a while in New York and Boston, but then he married an Irish girl and they moved again to Ireland. As quick as they get down of the ship, the English police caught him and he was sentenced to jail. My grandma was pregnant and she couldn´t raise a child by herself, so she moved again to the States, to Boston. My grandpa knew my father when he was six. They never went back to Ireland anymore, not even my father nor me.

La comida acaba de llegar y Patrick detiene su historia. Han pedido dos platos de pasta y una pizza, todo para compartir. Desde luego la chica tenía razón y la comida es mejor de lo que podría esperarse. Cambian de tema mientras piden una nueva botella. Pero algo ha surgido entre Patrick y su anfitriona. Ella le pregunta directamente, cosa que no había hecho hasta ahora con mucha frecuencia, y él se muestra más hablador de lo normal. M empieza a sentirse un poco celoso. No es que tenga nada que decirle a Patricia, por supuesto, pero se siente un tanto incomodo, como si sobrase.

Tras los postres piden un poco de pisco. M empieza a notar como las orejas se enrojecen, señal de que ha bebido un poco de más. Patrick se levanta un momento y se marcha al servicio. En la mesa reina el silencio. Patricia le sonríe de oreja a oreja, clava los codos en la mesa, junta las manos y deja descansar la barbilla sobre los dedos entrelazados mientras mira fijamente a M a los ojos.

     -          ¿Qué me dices si lo invitamos esta noche?

     -          No, no. Hemos quedado en que te invitábamos nosotros.

     -          No me has entendido.

Ahora M comprende. Abre los ojos como platos.

     -          ¿Dices tú, yo y él? ¿Los tres?

     -          Sí. Al menos que no quieras venir, que prefieras dormir en el salón.

A M le da vueltas la cabeza, no puede creer lo que está oyendo. Le suena a argumento de película porno mala. Pero por otro lado… ¿cómo surgiría la posibilidad de hacer un trío? Al fin y al cabo alguien lo propondrá alguna vez. Pero le desconcierta que la chica lo plantee así, con tal naturalidad, como quien comenta el  calor que está este verano, que parece que nos vamos a morir de un soponcio…

     -          ¿Tú estás segura?

     -          Yo sí, pero creo que tú no.

     -          No, no es eso. Es que me ha pillado por sorpresa. Si quieres voy y se lo preguntó. – Dice haciendo el ademán de levantarse.

     -          ¡Pero qué bruto! Como va a ir al baño a preguntarle si quiere hacer un threesome. Déjeme a mí, que yo se lo diré luego. Ahora voy al baño, pida otro pisco, anda.

M sigue a Patricia con la mirada camino del baño, a mitad del recorrido se cruza con Patrick  que vuelve, secándose las manos disimuladamente en el pantalón.  El norteamericano se sienta de nuevo y se queda mirando a M que lo observa de arriba abajo como si fuera la primera vez en su vida que lo ve. O como si, al volver del baño, su cara hubiese cambiado de color. En estas llega la camarera y M aprovecha para pedir otra ronda de pisco. Beber le hará bien, piensa.

A esa ronda le sigue otra y otra más. M se encierra en si mismo. Si durante la cena había sentido los aguijonazos de los celos, ahora se debate entre la furia y la sorpresa, todo ello aderezado, incrementado, por el alcohol. Sus dos acompañantes hablan acodados sobre la mesa, hace rato que dejaron de intentar incluirlo en la conversación. Patricia habla en castellano, marcando mucho las erres y las eses, Patrick lo hace en inglés, a un ritmo más lento de lo que es normal en él. Ninguno intenta hablar en el idioma del otro, cómodos en la comprensión de su interlocutor. Han descubierto una afición común poco usual: a ambos les encanta Jane Austen y otras novelas por el estilo, como “Mujercitas”.  M oye más que escucha la conversación a lo lejos, cada vez se siente más borracho. Ha llegado el momento de salir de allí.

     -          Voy al baño – Dice, pero los otros dos parecen no escucharle.

Nada más cruzar el umbral del aseo siente la primera arcada. Es fuerte y le hace tambalearse. No se había dado cuenta de lo borracho que estaba hasta que se ha puesto de pie. Maldito cripto-irlandés inmune al alcohol, dice para si mismo. Está a punto de maldecir mentalmente también a la chilena cuando le viene una segunda arcada. Ahora nota el vómito en la garganta y apenas tiene tiempo para abrir la puerta de un baño e inclinarse sobre la tapa. El vómito sale disparado. Sobre la taza blanca reconoce trozos de pasta y pizza. Otra nueva arcada y otra bocanada de vómito. Pero ya se siente más despejado. Se incorpora, acciona la cisterna y sale a enjugarse la boca. Por suerte no se ha manchado la ropa, aunque tiene el olor del vómito metido en las narices. Escupe agua un par de veces para eliminar el sabor que le invade la boca. Al salir de los servicios no vuelve hacia la mesa, sino que se dirige a la barra, pide un café solo y la cuenta de la cena. Necesita despejarse. Le echa al café más azúcar de lo que acostumbra, lo remueve a conciencia mientras sopla y se lo bebe de un tirón, ignorando la quemazón del líquido caliente. Bebe agua del vaso que le han puesto junto el café y entrega la tarjeta de crédito al camarero de la barra.

Cuando vuelve a la mesa les indica a Patrick y Patricia que ya está todo pagado. La chica lo mira sorprendida.

     -          Ahora, si quieren ustedes, podemos ir a otro sitio.

     -          Bueno, pero no nos estemos mucho. Mañana nos queda un día largo y coger un avión con resaca es lo peor.

Patricia sonríe de oreja a oreja  burlona. M cae en la cuenta de lo que acaba de decir y se corrige.

     -          Tomar un avión. Tenemos que tomar un avión.

     -          No, no. – Replica la chica con cara de inocencia mientras levanta las manos. – Cada uno se coge lo que quiere, yo no soy quien para juzgar.

“No puedo estar más de acuerdo”, piensa M para sus adentros.

En la calle hace fresco, pero Patricia lleva la chaqueta en la mano. Las mangas del vestido son cortas, de modo que le cubren los hombros, ocultando la cicatriz. M se pregunta si la chica le habrá comunicado ya al norteamericano su propuesta para esta noche. El biruji despeja a M, Patrick ha vuelto a su mutismo y sólo la muchacha parece tener ganas de hablar. Ahora le parece que no tuviera más de quince o dieciséis años. De hecho no sabe exactamente la edad que tiene, piensa.

Entran a un bar de viejo, como los que hay en muchos barrios del centro de Madrid. Parece que no hubieran cambiado un ápice desde que los abrieron en los años ochenta. La clientela es escasa y el único camarero que hay tras la barra parece tener ganas de que se vayan todos para cerrar ya. De hecho mira con mala cara a los tres jóvenes cuando entran, pero saluda a Patricia por su nombre. Patricia pide tres piscos y al oír la palabra el estómago de M ruge en protesta.

     -          No, para mí una cerveza, por favor.

     -          Vale, pues para el hueón este una cerveza.

El paseo al fresco le ha hecho bien, pero aún sigue un tanto apático. No sabe si es por los efectos del alcohol o por la propuesta hecha por la chica. Nunca le había surgido la oportunidad de hacer un trío, tampoco era algo que haya buscado. De hecho, para él, se trataba de algo propio de la películas porno, no algo que le pasaba realmente a la gente. No al menos a gente como él.

Patricia está esforzándose realmente en sacar la conversación adelante, Patrick, si bien no ha vuelto a su habitual mutismo, está menos hablador que durante la cena y M tampoco colabora mucho. Así pues, al poco Patricia se levanta, recriminándoles que son unos aburridos y se acerca a la barra a pagar. En cuanto lo hace, M salta en la silla como un resorte y se acerca a su amigo, en breves palabras y en portugués, por si alguien pudiera oírlos, le pregunta a Patrick si Patricia le ha propuesto algo para esa noche. Patrick lo mira encogiéndose de hombros y le confirma lo que sospechaba. “¿O que você acha?”

M sopesa sus palabras, por una parte no tiene ningún interés en compartir esa experiencia con Patrick, para él el sexo es algo entre dos, y ya está. A partir de ahí, todo es multitud, piensa. Tampoco le apetece ver al otro desnudo, no tiene problema en ver a otros hombres desnudos en la ducha del gimnasio o sitios así, pero de ahí a verlos en pleno acto, dista un mundo. Pero por otro lado, todo ha sido una propuesta de Patricia y si se presenta una oportunidad así, de tener una experiencia de este tipo, por qué no.

     -          ¿Por que não? – responde al fin.

Patrick se está levantando, M gira la cabeza y ve a Patricia que se acerca.

    -          ¿Nos vamos? – pregunta la chica sonriendo.

“Sabe lo que hemos hablado”, piensa M, quien ha creído adivinar un brillo pícaro en su mirada. Al salir a la calle se pone en medio y agarra a cada uno de los chicos de un brazo, así, colgada entre ambos, se deja caer levemente hacia adelante.

     -          Venga, dense prisa que tengo frío. – dice mientras tira de ellos.

Por encima de la cabeza de la chica M intercambia una mirada con Patrick, este le sonríe mostrando los dientes de arriba, parece que esté a punto de echarse a reír. M le devuelve la sonrisa y mira de soslayo a la chica, Patrick asiente con la cabeza y entre los dos toman a la muchacha por las piernas y se la suben a hombros. Patricia ríe divertida pero se revuelve para bajar.

     -          Bájenme, que me van a tirar.

Los chicos lo hacen, ya casi han llegado al portal y Patricia abre la puerta. Casi a la carrera entran en el ascensor y la máquina comienza su ascenso. Patricia deposita una mano en cada nuca y se acerca a Patrick. Lo besa fuerte, levantándose sobre la punta de sus zapatillas raídas. Lo hace cerrando los ojos, lentamente pero sin soltar a M. Cuando termina con el estadounidense, se vuelve hasta su amigo. M la coge por la cintura mientras sus bocas se juntan, la lengua de la chica entra entre sus dientes y empieza un pugna silenciosa con su propia lengua. Con una leve sacudida el ascensor se detiene, Patricia sale de espaldas tirando de los chicos y entran en la casa.

Apenas cerrada la puerta de la casa Patricia se descalza sin usar las manos, ocupadas en quitarse la chaqueta. Hace todo ello mirando lascivamente a los chicos. M no está seguro de si se está mordiendo el labio inferior mientras los mira la penumbra del hall le hace ver visiones. Va sólo con el vestido y aún andando de espaldas, sin apartar la vista, se encamina a la habitación. Los chicos se descalzan como pueden y la van siguiendo. Patricia se quita el vestido por la cabeza y se gira, dejándolo caer en el umbral de su puerta. Al darse la vuelta, aún con la escasa luz que entra por las ventanas, M ve que desde la parte trasera de las braguitas le sonríe una oveja con lacito sobre una oreja. Ese detalle infantil le confunde por un segundo, le parece incongruente con la chica que acaba de entrar en la habitación desnudándose ante dos hombres. Pero no se para a recapacitar sobre ello, pues Patrick, con el torso desnudo, entra también en el cuarto. Se desabrocha el pantalón y lo deja caer conforme anda, se saca la camiseta y el polo, todo de una vez y lo deja caer de cualquier manera. Tiene que dar un pequeño saltito para no pisar el vestido de Patricia al entrar en el dormitorio.

Allí Patrick, ya desnudo, abraza a Patricia por detrás, y esta, girando la cabeza, besa al chico. Los pechos de la muchacha están encajados entre las copas  del sujetador, extrañamente juntos. M los agarra, e inclinándose un poco, empieza a lamer y morder alternativamente los pezones. Las areolas de Patricia son oscuras y contrastan fuertemente con su piel, los pezones, enhiestos y rugosos, sobresalen con orgullo. M se arrodilla y le baja las bragas a la chica hasta los tobillos, ella se deja hacer y se desembaraza de la prenda, que sale volando por la habitación. M le levanta una pierna y se la echa sobre el hombro, nota el peso de la muchacha, quien hace equilibrios apoyada sobre un pie y parcialmente en ambos chicos. Así el sexo de Patricia queda expuesto ante M, con una mano en cada nalga, se lo acerca a la boca y empieza a succionar el monte de Venus, rozando apenas el capuchón que cubre el clítoris con la lengua. Patricia gime y acompaña con las caderas el movimiento del chico arrodillado frente a ella. Pero en esta postura M tiene el cuello doblado hacia atrás en un ángulo doloroso, así que deja que Patricia apoye ambos pies en el suelo y, subiendo las manos a la cadera, la empuja hacia la cama. Patrick parece adivinar lo que su amigo hace, y suelta a la muchacha, quien cae bocarriba sobre la cama.

Aún tiene ésta el sujetador puesto, pero con un gesto rápido, lo desabrocha y se lo quita. Así tumbada los pechos caen aplastados por su propio peso sobre el cuerpo delgado de la joven. Si Patrick se ha fijado en la gran cicatriz que le cruza desde el hombro hasta el pecho derecho, no dice nada. Sin necesidad de que medie palabra, como si lo hubieran hecho mil veces, cada uno de los chicos se inclina sobre uno de los pechos de Patricia, ésta sujeta sus cabezas mientras se muerde el labio inferior. M ha llevado una mano al muslo de la joven, y nota con el dorso como Patrick está masturbándola. De repente la mano que le sujetaba la nuca se separa y la nota en su cuerpo, buscando su vientre, intentando quizás llegar hasta su polla, pero queda fuera del alcance de Patricia, por lo que M se gira para que llegue.

La joven aprieta fuertemente su erección y mueve la mano arriba y abajo, sin una gran velocidad, pero imprimiendo a cada movimiento profundidad. Cada vez que roza el glande, M se estremece. Patrick ha decidido tomar la iniciativa y toma a la chica por las caderas, obligándola a ponerse de rodillas, Patricia se ha dejado hacer, pero quedando de cara a M, así que pueda meterse el pene en la boca. En esta posición M ve como Patrick la penetra desde atrás. Se le hace raro ver a otro hombre frente a si en esta situación, así que cierra los ojos. Pero aún así siguen siendo consciente, pues con cada acometida del norteamericano, Patricia se inclina hacia él. La chica acompaña el movimiento de la boca con la mano, que aún no se ha soltado. M nota como empiezan a venirle las ganas de correrse, si sigue así no podrá contenerse, así que sujeta la cabeza de Patricia y la retira. Patricia se revuelve y empuja al chico hasta que queda tumbado bocarriba en la cama. Se ha separado de Patrick y ahora monta a M mientras el otro joven se para de pie junto a ella con el pene en la mano. Patricia se inclina hacia un lado para poder chupar la polla del otro joven, mientras M la levanta un poco por el culo y empieza a embestirla furiosamente.

Tras un minuto o poco más Patrick pone una mano sobre la nuca de la joven y la retiene sobre su falo mientras murmura algo que M no alcanza a comprender, pero Patricia si ha debido entenderlo, porque suelta un “no” claro y nítido al retirarse el pene de la boca. Levanta una pierna e indica a M que se ponga de pie, mientras tira de Patrick hacia abajo. Ahora monta sobre el otro chico, pero dándole la espalda, mientras toma otra vez el pene de M en la boca, pero antes de metérselo lo mira y musita algo que M sólo comprende a medias. En esa posición la chica tiene el control de la situación, sube y baja las caderas violentamente sobre el joven tumbado, mientras mueve la cabeza arriba y abajo sobre el vientre de M. Sus manos lo sujetan por la parte trasera de los muslos, pero de repente M nota como suelta una y la lleva hacia una nalga. Después descubre con asombro como ha empezado a meterle un dedo en el ano. Superada la primera sorpresa nota una sensación agradable. Patricia entierra aún más el dedo, hasta presionar en algún punto que eleva la excitación de M hasta un punto que él desconoce. Patricia está haciendo algo con la lengua a la vez. M nota como no puede contenerse pese a que lo intenta, lo intenta, lo intenta… pero se derrama. Eyacula en la boca de la chica, quien no para de mover la cabeza pese a ello. Finalmente M se retira y se queda sentado mirando a la pareja.

Ahora que Patricia está libre de su segundo compañero, se concentra en el que aún tiene entre las piernas. Inclina el cuerpo hacia adelante y sujeta a Patrick por las piernas. Ahora sus subidas y bajadas son aún más violentas. M es extrañamente consciente del sonido que hacen, un “tap-tap-tap” fuerte acompañado de un sonido líquido. Patricia comienza a lanzar pequeños grititos mientras Patrick aprieta los labios y deja escapar un murmullo, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo. De repente un grito ahogado escapa de la garganta de la joven mientras da las últimas culetazos sobre el cuerpo del joven yaciente. Finalmente se derrumba sobre sus codos, gira hacia un lado y queda hecha un ovillo a los pies de la cama, Patrick retrepa sobre sus codos y mira a M con una sonrisa como de arrepentimiento, de pesar.

     -          I came like five minutes ago.

M mira a la chica y le pregunta qué le dijo antes. Patricia escupe sobre el borde de la cama y lo mira seriamente.

      -          Que más te valía que se me llenase la boca.