Desde luego tendrían que haber
hecho el viaje al revés. Esto pasaba por no haber pensado más las cosas. Dos
días en autobús (y qué autobús) desde Antofagasta los habían dejado medio
muertos. Al principio la idea parecía genial, viajar en un medio de transporte
popular para sentir y disfrutar el color local. Sólo que el “color” había
resultado ser más bien el “olor”.
Metido en la bañera M notaba como
sus músculos se destensaban. Cierra los ojos, pliega las rodillas y mete la
cabeza bajo el agua. Cinco… seis… siete segundos. Deja escapar el aire por la
nariz y nota como las burbujas ascienden. Dieciocho… diecinueve… veinte… Esta
es la última noche que pasarían en Chile. A la mañana siguiente debían tomar un
avión hasta Rio y allí enlazar con otro que los dejaría en Vitória. Cuarenta y
dos… cuarenta y tres… cuarenta y…. M saca de nuevo la cabeza e inhala por la
boca. No suele practicar mucho lo de aguantar la respiración bajo el agua, pero
normalmente aguanta más. Pero se siente cansado. Lleva más de una semana sin
dormir en su cama y lo peor ha sido la noche en el autobús. Sólo de pensarlo
siente como se contraen de nuevo los músculos de su espalda.
Valparaíso y Viña del Mar habían
sido lo más parecido a volver a España. Las casas le habían resultado tan
parecidas a las que había dejado allí atrás. Atacama, por el contrario, era
algo que no se parecía a nada que hubiera visto antes en su vida. La inmensa
llanura salada, erizada aquí y allá de pequeñas estalagmitas de cristal blanco;
la vista, que abarcaba kilómetros de una llanura limitada apenas por unas
montañas azuladas allá a lo lejos. Había oído decir que el salar de Uyuni, en
Bolivia, era aún más espectacular. Pero a M no es que le pareciera o dejase de
parecer espectacular, es que allí en medio de aquella inmensidad en la que la
luz del sol se reflejaba por doquier, creando un halo fantasmal que todo lo
envolvía, M se había sentido transportado a otro mundo. Les habían comentado
que se daban casos de alucinaciones, de ver cosas que no estaban allí. Él se lo
creía a pies juntillas, de hecho creía incluso que ese mismo halo podía, no ya
hacer ver lo que no era, sino ocultar a la vista aquello que se encontraba
frente a uno. Los ojos le habían escocido durante horas después de abandonar el
paraje desértico, y no creía que fuera debido enteramente a la sal en
suspensión o al polvo, sino a que sus propios ojos intentan reconectar con la
realidad.
El viaje de vuelta a Santiago se
le había hecho interminable. Al cansancio y la suciedad del desierto se le
sumaban los días fuera de casa, la falta de intimidad o soledad. Durante las
largas horas de autobús hasta la presencia del callado Patrick se le había
hecho molesta. Patrick también le había parecido agotado, nada más cruzar la
puerta del apartamento había desaparecido durante un rato en el cuarto de baño
para ducharse o bañarse quizás. Patricia se había dado cuenta del estado en el
que se hallaban los dos nada más recogerlos en la estación de autobuses y les
había dejado tranquilos. Se había limitado a hacerles de chófer y ahora estaba
en su habitación.
De entre lo poco que habían
conversado los tres durante el trayecto en coche había sido la invitación
conjunta de Patrick y M para llevar a Patricia a un buen restaurante, y así
agradecerle la hospitalidad mostrada. Era de suponer que la chica estaría
cambiándose, pues la tarde oscurecía ya y tenían que salir dentro de poco.
El agua ya empieza a estar un
poco fría, M sumerge la cabeza una vez más y sale de la bañera tirando del
tapón. Mira como el agua se va por el sumidero, intentando identificar el
famoso “efecto Coriolis”, pero como es habitual, no ve nada. Había sido una de
las primeras cosas que hizo al llegar a Brasil, pero él no notaba nada
diferente a como giraba el agua en el hemisferio norte. Aunque quizás se debiera
a que nunca le había prestado la más mínima atención a cómo se iba el agua de
su fregadero allá en Madrid.
Mientras se seca piensa en que
tampoco tiene muchas ganas de salir. Si por él fuera se metería ya en la cama,
pero también podrán descansar un poco en el avión mañana. Y en Vitória aún les
queda un día libre antes de incorporarse al trabajo de nuevo. Además no sabe en
qué podría acabar la noche con Patricia. Por supuesto el tema salió durante el
viaje con Patrick, él no le preguntó nada directamente, pero un par de
comentarios aquí y allá, y antes de haber llegado a Valparaíso ya le había
contado todo… o al menos una gran parte del relato. Ciertos detalles prefirió
no compartirlos. A M nunca le ha gustado comentar ciertas cosas, aunque algunos
conocidos y amigos suyos no tenían el menor recato. No es que fuera una
cuestión de vergüenza o educación, simplemente no entendía que otras personas
pudieran tener interés en conocer sus intimidades o las de otras personas, del
mismo modo que él no sentía el menor interés por lo que sus amigos hicieran o
dejasen de hacer tras la puerta de su dormitorio.
Al salir del baño descubre a
Patrick con el pecho descubierto planchando una camisa sobre la mesa del salón.
El norteamericano es de una palidez extrema, aunque M sabe que es engañoso. Lo
ha conocido aún más blanco, pero el chico sale a correr casi todos los días por
las playas de la ciudad cuando el sol declina. Así, mes tras mes, ha ido
adquiriendo un tono que sólo alguien muy atrevido definiría como “moreno”, pero
que desde luego no es el pálido blanquecino que lucía hace un año. M se viste
dándole la espalda. Se pone los calzoncillos sin quitarse la toalla que lleva a
la cintura, y cuando y después busca una camiseta limpia, los vaqueros más
decentes que tiene y un polo de manga larga que había reservado por si se
presentaba alguna ocasión de salir más vestido.
En esas está cuando llama
Patricia al marco de la puerta del salón. Es la primera vez que la ve con el
pelo recogido, lleva un vestido azul y blanco y la cazadora vaquera puesta y,
cómo no, las viejas zapatillas deportivas. M empieza a dudar que tenga otros
zapatos. Finalmente salen a la calle, como no conocen restaurantes a los que
llevar a Patricia le han pedido a ella que escoja y la chica se ha decidido por
uno que no está muy lejos, así que se echan los tres a la calle. Forman un
extraño grupo: Patrick con su ropa planchada, una camisa color lavanda y unos
vaqueros oscuros; la chica, con deportivas y un vestido; y él con un polo que
parece una colección de arrugas y unos pantalones que necesitan un lavado con
urgencia.
El restaurante escogido resulta ser un italiano, Patrick y M protestan porque querían llevarla a un buen restaurante, algún sitio donde no fuera habitualmente, quieren agasajarla, no comerse unas pizzas que a saber cómo las hacen o una pasta recalentada. Patricia les tranquiliza e insiste, si bien no es un sitio de lujo la comida es excelente, les dice. El sitio está bastante lleno, pero la camarera les encuentra un sitio, piden una botella de vino y mientras miran las cartas comienzan a charlar. Patricia se interesa por el viaje y los chicos le van contando. En un momento dado, mientras esperan la comanda que acaban de realizar, Patricia les dice que la familia de su padre es de Quintero, no muy lejos de Valparaíso.
- A mi tío Luis lo desaparecieron y la familia tenía miedo, así que mandaron a mi padre fuera del país y ellos se vinieron a Santiago. Aquí nadie los conocía. Hasta que las cosas no se calmaron mi padre no volvió y ya aquí conoció a mi mamá. Mi abuela dice que él no era comunista ni nada, mi tío digo, que lo confundieron con otro. No sé muy bien qué pasó, nadie me lo ha contado a las claras y todo lo que sé es de oír algo acá y allá.
M se queda mudo. Había oído hablar de la dictadura, de Pinochet y los desaparecidos, pero no esperaba encontrarse con un testimonio así. Lo que más le sorprende es la naturalidad con la que la chica ha relatado el episodio. Hasta se ha encogido de hombros al contarlo como si diese a entender que eso eran cosas que pasaban en la época, algo de lo más natural y a lo que no había que darle mayor importancia. Pero ahora es Patrick quien habla, lo hace en inglés, en un tono bajo.
El restaurante escogido resulta ser un italiano, Patrick y M protestan porque querían llevarla a un buen restaurante, algún sitio donde no fuera habitualmente, quieren agasajarla, no comerse unas pizzas que a saber cómo las hacen o una pasta recalentada. Patricia les tranquiliza e insiste, si bien no es un sitio de lujo la comida es excelente, les dice. El sitio está bastante lleno, pero la camarera les encuentra un sitio, piden una botella de vino y mientras miran las cartas comienzan a charlar. Patricia se interesa por el viaje y los chicos le van contando. En un momento dado, mientras esperan la comanda que acaban de realizar, Patricia les dice que la familia de su padre es de Quintero, no muy lejos de Valparaíso.
- A mi tío Luis lo desaparecieron y la familia tenía miedo, así que mandaron a mi padre fuera del país y ellos se vinieron a Santiago. Aquí nadie los conocía. Hasta que las cosas no se calmaron mi padre no volvió y ya aquí conoció a mi mamá. Mi abuela dice que él no era comunista ni nada, mi tío digo, que lo confundieron con otro. No sé muy bien qué pasó, nadie me lo ha contado a las claras y todo lo que sé es de oír algo acá y allá.
M se queda mudo. Había oído hablar de la dictadura, de Pinochet y los desaparecidos, pero no esperaba encontrarse con un testimonio así. Lo que más le sorprende es la naturalidad con la que la chica ha relatado el episodio. Hasta se ha encogido de hombros al contarlo como si diese a entender que eso eran cosas que pasaban en la época, algo de lo más natural y a lo que no había que darle mayor importancia. Pero ahora es Patrick quien habla, lo hace en inglés, en un tono bajo.
- My grandpa had to fly as well. He was from Derry and he fought the English back in the Ulster. I don´t know what he did, but he had to fly. He lived for a while in New York and Boston, but then he married an Irish girl and they moved again to Ireland. As quick as they get down of the ship, the English police caught him and he was sentenced to jail. My grandma was pregnant and she couldn´t raise a child by herself, so she moved again to the States, to Boston. My grandpa knew my father when he was six. They never went back to Ireland anymore, not even my father nor me.
La comida acaba de llegar y
Patrick detiene su historia. Han pedido dos platos de pasta y una pizza, todo
para compartir. Desde luego la chica tenía razón y la comida es mejor de lo que
podría esperarse. Cambian de tema mientras piden una nueva botella. Pero algo
ha surgido entre Patrick y su anfitriona. Ella le pregunta directamente, cosa
que no había hecho hasta ahora con mucha frecuencia, y él se muestra más
hablador de lo normal. M empieza a sentirse un poco celoso. No es que tenga
nada que decirle a Patricia, por supuesto, pero se siente un tanto incomodo,
como si sobrase.
Tras los postres piden un poco de
pisco. M empieza a notar como las orejas se enrojecen, señal de que ha bebido
un poco de más. Patrick se levanta un momento y se marcha al servicio. En la
mesa reina el silencio. Patricia le sonríe de oreja a oreja, clava los codos en
la mesa, junta las manos y deja descansar la barbilla sobre los dedos
entrelazados mientras mira fijamente a M a los ojos.
-
¿Qué me dices si lo invitamos esta noche?
-
No, no. Hemos quedado en que te invitábamos
nosotros.
-
No me has entendido.
Ahora M comprende. Abre los ojos
como platos.
-
¿Dices tú, yo y él? ¿Los tres?
-
Sí. Al menos que no quieras venir, que prefieras
dormir en el salón.
A M le da vueltas la cabeza, no
puede creer lo que está oyendo. Le suena a argumento de película porno mala.
Pero por otro lado… ¿cómo surgiría la posibilidad de hacer un trío? Al fin y al
cabo alguien lo propondrá alguna vez. Pero le desconcierta que la chica lo
plantee así, con tal naturalidad, como quien comenta el calor que está este verano, que parece que
nos vamos a morir de un soponcio…
-
¿Tú estás segura?
-
Yo sí, pero creo que tú no.
-
No, no es eso. Es que me ha pillado por
sorpresa. Si quieres voy y se lo preguntó. – Dice haciendo el ademán de
levantarse.
-
¡Pero qué bruto! Como va a ir al baño a
preguntarle si quiere hacer un threesome.
Déjeme a mí, que yo se lo diré luego. Ahora voy al baño, pida otro pisco, anda.
M sigue a Patricia con la mirada
camino del baño, a mitad del recorrido se cruza con Patrick que vuelve, secándose las manos
disimuladamente en el pantalón. El
norteamericano se sienta de nuevo y se queda mirando a M que lo observa de
arriba abajo como si fuera la primera vez en su vida que lo ve. O como si, al
volver del baño, su cara hubiese cambiado de color. En estas llega la camarera
y M aprovecha para pedir otra ronda de pisco. Beber le hará bien, piensa.
A esa ronda le sigue otra y otra
más. M se encierra en si mismo. Si durante la cena había sentido los
aguijonazos de los celos, ahora se debate entre la furia y la sorpresa, todo
ello aderezado, incrementado, por el alcohol. Sus dos acompañantes hablan
acodados sobre la mesa, hace rato que dejaron de intentar incluirlo en la
conversación. Patricia habla en castellano, marcando mucho las erres y las
eses, Patrick lo hace en inglés, a un ritmo más lento de lo que es normal en
él. Ninguno intenta hablar en el idioma del otro, cómodos en la comprensión de
su interlocutor. Han descubierto una afición común poco usual: a ambos les
encanta Jane Austen y otras novelas por el estilo, como “Mujercitas”. M oye más que escucha la conversación a lo
lejos, cada vez se siente más borracho. Ha llegado el momento de salir de allí.
-
Voy al baño – Dice, pero los otros dos parecen
no escucharle.
Nada más cruzar el umbral del
aseo siente la primera arcada. Es fuerte y le hace tambalearse. No se había
dado cuenta de lo borracho que estaba hasta que se ha puesto de pie. Maldito
cripto-irlandés inmune al alcohol, dice para si mismo. Está a punto de maldecir
mentalmente también a la chilena cuando le viene una segunda arcada. Ahora nota
el vómito en la garganta y apenas tiene tiempo para abrir la puerta de un baño
e inclinarse sobre la tapa. El vómito sale disparado. Sobre la taza blanca
reconoce trozos de pasta y pizza. Otra nueva arcada y otra bocanada de vómito.
Pero ya se siente más despejado. Se incorpora, acciona la cisterna y sale a
enjugarse la boca. Por suerte no se ha manchado la ropa, aunque tiene el olor
del vómito metido en las narices. Escupe agua un par de veces para eliminar el
sabor que le invade la boca. Al salir de los servicios no vuelve hacia la mesa,
sino que se dirige a la barra, pide un café solo y la cuenta de la cena.
Necesita despejarse. Le echa al café más azúcar de lo que acostumbra, lo remueve
a conciencia mientras sopla y se lo bebe de un tirón, ignorando la quemazón del
líquido caliente. Bebe agua del vaso que le han puesto junto el café y entrega
la tarjeta de crédito al camarero de la barra.
Cuando vuelve a la mesa les
indica a Patrick y Patricia que ya está todo pagado. La chica lo mira
sorprendida.
-
Ahora, si quieren ustedes, podemos ir a otro
sitio.
-
Bueno, pero no nos estemos mucho. Mañana nos
queda un día largo y coger un avión con resaca es lo peor.
Patricia sonríe de oreja a
oreja burlona. M cae en la cuenta de lo
que acaba de decir y se corrige.
-
Tomar un avión. Tenemos que tomar un avión.
-
No, no. – Replica la chica con cara de inocencia
mientras levanta las manos. – Cada uno se coge lo que quiere, yo no soy quien
para juzgar.
“No puedo estar más de acuerdo”,
piensa M para sus adentros.
En la calle hace fresco, pero
Patricia lleva la chaqueta en la mano. Las mangas del vestido son cortas, de
modo que le cubren los hombros, ocultando la cicatriz. M se pregunta si la
chica le habrá comunicado ya al norteamericano su propuesta para esta noche. El
biruji despeja a M, Patrick ha vuelto a su mutismo y sólo la muchacha parece
tener ganas de hablar. Ahora le parece que no tuviera más de quince o dieciséis
años. De hecho no sabe exactamente la edad que tiene, piensa.
Entran a un bar de viejo, como
los que hay en muchos barrios del centro de Madrid. Parece que no hubieran
cambiado un ápice desde que los abrieron en los años ochenta. La clientela es
escasa y el único camarero que hay tras la barra parece tener ganas de que se
vayan todos para cerrar ya. De hecho mira con mala cara a los tres jóvenes
cuando entran, pero saluda a Patricia por su nombre. Patricia pide tres piscos
y al oír la palabra el estómago de M ruge en protesta.
-
No, para mí una cerveza, por favor.
-
Vale, pues para el hueón este una cerveza.
El paseo al fresco le ha hecho
bien, pero aún sigue un tanto apático. No sabe si es por los efectos del
alcohol o por la propuesta hecha por la chica. Nunca le había surgido la
oportunidad de hacer un trío, tampoco era algo que haya buscado. De hecho, para
él, se trataba de algo propio de la películas porno, no algo que le pasaba
realmente a la gente. No al menos a gente como él.
Patricia está esforzándose
realmente en sacar la conversación adelante, Patrick, si bien no ha vuelto a su
habitual mutismo, está menos hablador que durante la cena y M tampoco colabora
mucho. Así pues, al poco Patricia se levanta, recriminándoles que son unos
aburridos y se acerca a la barra a pagar. En cuanto lo hace, M salta en la
silla como un resorte y se acerca a su amigo, en breves palabras y en
portugués, por si alguien pudiera oírlos, le pregunta a Patrick si Patricia le
ha propuesto algo para esa noche. Patrick lo mira encogiéndose de hombros y le
confirma lo que sospechaba. “¿O que você acha?”
M sopesa sus palabras, por una
parte no tiene ningún interés en compartir esa experiencia con Patrick, para él
el sexo es algo entre dos, y ya está. A partir de ahí, todo es multitud,
piensa. Tampoco le apetece ver al otro desnudo, no tiene problema en ver a
otros hombres desnudos en la ducha del gimnasio o sitios así, pero de ahí a
verlos en pleno acto, dista un mundo. Pero por otro lado, todo ha sido una
propuesta de Patricia y si se presenta una oportunidad así, de tener una
experiencia de este tipo, por qué no.
-
¿Por que não? – responde al fin.
Patrick se está levantando, M
gira la cabeza y ve a Patricia que se acerca.
-
¿Nos vamos? – pregunta la chica sonriendo.
“Sabe lo que hemos hablado”,
piensa M, quien ha creído adivinar un brillo pícaro en su mirada. Al salir a la
calle se pone en medio y agarra a cada uno de los chicos de un brazo, así,
colgada entre ambos, se deja caer levemente hacia adelante.
-
Venga, dense prisa que tengo frío. – dice
mientras tira de ellos.
Por encima de la cabeza de la
chica M intercambia una mirada con Patrick, este le sonríe mostrando los
dientes de arriba, parece que esté a punto de echarse a reír. M le devuelve la
sonrisa y mira de soslayo a la chica, Patrick asiente con la cabeza y entre los
dos toman a la muchacha por las piernas y se la suben a hombros. Patricia ríe
divertida pero se revuelve para bajar.
-
Bájenme, que me van a tirar.
Los chicos lo hacen, ya casi han
llegado al portal y Patricia abre la puerta. Casi a la carrera entran en el
ascensor y la máquina comienza su ascenso. Patricia deposita una mano en cada
nuca y se acerca a Patrick. Lo besa fuerte, levantándose sobre la punta de sus
zapatillas raídas. Lo hace cerrando los ojos, lentamente pero sin soltar a M.
Cuando termina con el estadounidense, se vuelve hasta su amigo. M la coge por
la cintura mientras sus bocas se juntan, la lengua de la chica entra entre sus
dientes y empieza un pugna silenciosa con su propia lengua. Con una leve
sacudida el ascensor se detiene, Patricia sale de espaldas tirando de los
chicos y entran en la casa.
Apenas cerrada la puerta de la
casa Patricia se descalza sin usar las manos, ocupadas en quitarse la chaqueta.
Hace todo ello mirando lascivamente a los chicos. M no está seguro de si se
está mordiendo el labio inferior mientras los mira la penumbra del hall le hace
ver visiones. Va sólo con el vestido y aún andando de espaldas, sin apartar la
vista, se encamina a la habitación. Los chicos se descalzan como pueden y la
van siguiendo. Patricia se quita el vestido por la cabeza y se gira, dejándolo
caer en el umbral de su puerta. Al darse la vuelta, aún con la escasa luz que
entra por las ventanas, M ve que desde la parte trasera de las braguitas le
sonríe una oveja con lacito sobre una oreja. Ese detalle infantil le confunde
por un segundo, le parece incongruente con la chica que acaba de entrar en la
habitación desnudándose ante dos hombres. Pero no se para a recapacitar sobre
ello, pues Patrick, con el torso desnudo, entra también en el cuarto. Se
desabrocha el pantalón y lo deja caer conforme anda, se saca la camiseta y el
polo, todo de una vez y lo deja caer de cualquier manera. Tiene que dar un
pequeño saltito para no pisar el vestido de Patricia al entrar en el
dormitorio.
Allí Patrick, ya desnudo, abraza
a Patricia por detrás, y esta, girando la cabeza, besa al chico. Los pechos de
la muchacha están encajados entre las copas
del sujetador, extrañamente juntos. M los agarra, e inclinándose un
poco, empieza a lamer y morder alternativamente los pezones. Las areolas de
Patricia son oscuras y contrastan fuertemente con su piel, los pezones,
enhiestos y rugosos, sobresalen con orgullo. M se arrodilla y le baja las
bragas a la chica hasta los tobillos, ella se deja hacer y se desembaraza de la
prenda, que sale volando por la habitación. M le levanta una pierna y se la
echa sobre el hombro, nota el peso de la muchacha, quien hace equilibrios apoyada
sobre un pie y parcialmente en ambos chicos. Así el sexo de Patricia queda
expuesto ante M, con una mano en cada nalga, se lo acerca a la boca y empieza a
succionar el monte de Venus, rozando apenas el capuchón que cubre el clítoris
con la lengua. Patricia gime y acompaña con las caderas el movimiento del chico
arrodillado frente a ella. Pero en esta postura M tiene el cuello doblado hacia
atrás en un ángulo doloroso, así que deja que Patricia apoye ambos pies en el
suelo y, subiendo las manos a la cadera, la empuja hacia la cama. Patrick parece
adivinar lo que su amigo hace, y suelta a la muchacha, quien cae bocarriba
sobre la cama.
Aún tiene ésta el sujetador
puesto, pero con un gesto rápido, lo desabrocha y se lo quita. Así tumbada los
pechos caen aplastados por su propio peso sobre el cuerpo delgado de la joven.
Si Patrick se ha fijado en la gran cicatriz que le cruza desde el hombro hasta
el pecho derecho, no dice nada. Sin necesidad de que medie palabra, como si lo hubieran
hecho mil veces, cada uno de los chicos se inclina sobre uno de los pechos de
Patricia, ésta sujeta sus cabezas mientras se muerde el labio inferior. M ha
llevado una mano al muslo de la joven, y nota con el dorso como Patrick está
masturbándola. De repente la mano que le sujetaba la nuca se separa y la nota
en su cuerpo, buscando su vientre, intentando quizás llegar hasta su polla,
pero queda fuera del alcance de Patricia, por lo que M se gira para que llegue.
La joven aprieta fuertemente su
erección y mueve la mano arriba y abajo, sin una gran velocidad, pero
imprimiendo a cada movimiento profundidad. Cada vez que roza el glande, M se
estremece. Patrick ha decidido tomar la iniciativa y toma a la chica por las caderas,
obligándola a ponerse de rodillas, Patricia se ha dejado hacer, pero quedando
de cara a M, así que pueda meterse el pene en la boca. En esta posición M ve
como Patrick la penetra desde atrás. Se le hace raro ver a otro hombre frente a
si en esta situación, así que cierra los ojos. Pero aún así siguen siendo
consciente, pues con cada acometida del norteamericano, Patricia se inclina
hacia él. La chica acompaña el movimiento de la boca con la mano, que aún no se
ha soltado. M nota como empiezan a venirle las ganas de correrse, si sigue así
no podrá contenerse, así que sujeta la cabeza de Patricia y la retira. Patricia
se revuelve y empuja al chico hasta que queda tumbado bocarriba en la cama. Se
ha separado de Patrick y ahora monta a M mientras el otro joven se para de pie
junto a ella con el pene en la mano. Patricia se inclina hacia un lado para
poder chupar la polla del otro joven, mientras M la levanta un poco por el culo
y empieza a embestirla furiosamente.
Tras un minuto o poco más Patrick
pone una mano sobre la nuca de la joven y la retiene sobre su falo mientras
murmura algo que M no alcanza a comprender, pero Patricia si ha debido
entenderlo, porque suelta un “no” claro y nítido al retirarse el pene de la
boca. Levanta una pierna e indica a M que se ponga de pie, mientras tira de Patrick
hacia abajo. Ahora monta sobre el otro chico, pero dándole la espalda, mientras
toma otra vez el pene de M en la boca, pero antes de metérselo lo mira y musita
algo que M sólo comprende a medias. En esa posición la chica tiene el control
de la situación, sube y baja las caderas violentamente sobre el joven tumbado,
mientras mueve la cabeza arriba y abajo sobre el vientre de M. Sus manos lo
sujetan por la parte trasera de los muslos, pero de repente M nota como suelta
una y la lleva hacia una nalga. Después descubre con asombro como ha empezado a
meterle un dedo en el ano. Superada la primera sorpresa nota una sensación
agradable. Patricia entierra aún más el dedo, hasta presionar en algún punto
que eleva la excitación de M hasta un punto que él desconoce. Patricia está
haciendo algo con la lengua a la vez. M nota como no puede contenerse pese a
que lo intenta, lo intenta, lo intenta… pero se derrama. Eyacula en la boca de
la chica, quien no para de mover la cabeza pese a ello. Finalmente M se retira
y se queda sentado mirando a la pareja.
Ahora que Patricia está libre de
su segundo compañero, se concentra en el que aún tiene entre las piernas.
Inclina el cuerpo hacia adelante y sujeta a Patrick por las piernas. Ahora sus
subidas y bajadas son aún más violentas. M es extrañamente consciente del
sonido que hacen, un “tap-tap-tap” fuerte acompañado de un sonido líquido.
Patricia comienza a lanzar pequeños grititos mientras Patrick aprieta los
labios y deja escapar un murmullo, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo.
De repente un grito ahogado escapa de la garganta de la joven mientras da las
últimas culetazos sobre el cuerpo del joven yaciente. Finalmente se derrumba
sobre sus codos, gira hacia un lado y queda hecha un ovillo a los pies de la
cama, Patrick retrepa sobre sus codos y mira a M con una sonrisa como de
arrepentimiento, de pesar.
-
I
came like five minutes ago.
M mira a la chica y le pregunta
qué le dijo antes. Patricia escupe sobre el borde de la cama y lo mira
seriamente.
-
Que más te valía que se me llenase la boca.