lunes, 5 de octubre de 2015

Crónica de B. V.



La sobremesa se está alargando. Mamá y papá están encantados de tener a Luana en casa, hace casi un año que no la ven. Luana también parece sentirse cómoda, bromea, escucha, cuenta anécdotas informa sobre la boda de su hermana a preguntas de la madre de la casa…  B se siente incluso un poco celosa. Celosa de las deferencias que tienen sus padres con su amiga y por la atención que su amiga muestra a sus padres. Pero no son los celos arrebatadores del enamorado, sino los celos que un hermano siente por otro cuando éste se gana la sonrisa del padre o el beso de la madre. B mira a Luana, cuánto la ha echado de menos, qué falta le hacía volver a tenerla junto a si, aunque sólo sean unos días.



Conocía a Luana desde el colegio, cuando se mudaron al nuevo vecindario mantuvo el contacto con muchas de sus amigas al principio, pero con el paso del tiempo dejaron  de llamarse, de quedar, de verse… Al cabo de un par de años solamente había seguido manteniendo la amistad con Luana. De hecho, más que una amiga, para B era la hermana que nunca había tenido. Se habían apoyado mutuamente en los peores momentos, se habían contado confidencias y deseos, había compartido secretos, fiestas y escapadas. Cada una sabía los secretos más íntimos de la otra, y no pasaba una semana sin que se llamasen o hicieran por verse. Pero al final también Luana se había marchado, había empezado la especialidad de oncología en un hospital del sur del país unos meses antes de que B partiese para Europa. Pero incluso con las distancias transatlánticas, las dos chicas habían mantenido el contacto.



Luana había venido a la ciudad para ayudar a su hermana con los últimos preparativos de la boda, la cual debía realizarse al cabo de poco más de un mes. Por la mañana B las había acompañado aquí y allá, pero por la noche las dos chicas se habían marchado a cenar a casa de B, mientras la hermana de Luana iba a una cita con su prometido, esta noche tendrá el piso para ellas, pues les ha dicho que dormiría en casa de sus futuros suegros. Sin lugar a dudas sus padres estaban contentos de verla, si para B Luana era como una hermana, para sus padres también era como una hija. Las dos niñas se habían criado juntas, quizás Luana había sentido la necesidad de alguien con quien compartir sus experiencias, habida cuenta de que su única hermana no había parecido percatarse de la existencia de la niña hasta que ésta dejó de ser tal cosa. Y por su parte B, quien convivía con dos niños que apenas se llevaban un año y medio, mientras que ella les sacaba casi cuatro y cinco y pico al otro, había encontrado también un igual en Luana.



La madre de B pregunta si alguien quería café, es fue la señal para que los niños se levanten y salgan corriendo con la excusa de que habían quedado con unos amigos. B también se levanta para ayudar a recoger a la par que Luana, pero su madre insiste en que es una invitada y que ha de sentarse. Su padre, que ya había ocupado su sillón frente a la tele, la invita a sentarse en el sofá junto a él, mientras B y su madre recogen y preparan el café.



En cada viaje de la cocina al salón para recoger o dejar algo B observa a Luana charlando con su padre. Éste, que habitualmente permanece encerrado en si mismo, se interesa por la vida de la joven, sus estudios, e incluso quiere saber su opinión sobre cierto escándalo político reciente. B está  sorprendida y no sabe si debería indignarse o echarse a reír. Su padre jamás le ha hecho preguntas de ese tipo, nunca ha mostrado el más mínimo interés por sus logros académicos y, por descontado, en la vida ha discutido con ella de política. Pero después de un segundo pensamiento B se tranquiliza. En cierta medida es una forma de compensar el desinterés que la familia de Luana siente por la pequeña de la casa. Su amiga ha vivido siempre a la sombra de su hermana mayor, más guapa, más sociable, con mejor gusto para la ropa y los hombres, más brillante y que, además, ha escogido una profesión mucho más acorde con lo que se espera de una señorita: farmacéutica. Palabras de la madre de Luana, no de ella ni de su amiga, oídas no por terceras personas, sino directamente; B aún recuerda la escena, Luana acababa de pasar los exámenes para escoger especialidad y se había decantado por oncología, una de las que exigían una nota más alta. Pues ni siquiera eso había impresionado a su madre y, por ende, a su padre, quien vivía a la sombra de su esposa. Según la autora de sus días, lo que su hija había escogido era una especialidad deprimente y la joven estaría condenada a convivir con moribundos durante el resto de su vida. Por otro lado, la primogénita regentaría un negocio propio, el cual podría ampliar para atender los deseos de mujeres acomodadas que quisieran remedios para la piel y demás. A ojos de la madre de su amiga, Luana era poco más que un accidente, dado que no había podido alcanzar el nivel de excelencia de su hermana mayor.



Sin embargo B quiere tiernamente a su amiga, es cierto que no es comparable en el físico a su hermana. Aquella es alta, con la piel clara y el pelo rabiosamente rubio, guapa y atlética, mientras que su hermana pequeña es a todas luces baja, ha heredado un tono de piel más oscuro y el pelo, de un castaño terroso, se encrespaba con tanta facilidad que al poco de iniciar la universidad decidió cortárselo un poco más debajo de las orejas, y así lo mantiene hasta hoy en día; además el vello ha supuesto otra lucha encarnizada para su amiga, la cual siempre ha envidiado la piel lampiña de B. Solamente los ojos, verdes oscuros, moteados de marrón, vienen a mostrar el parentesco de las dos muchachas.



Cuando B le tiende a su padre una taza de café, éste se mira las manos sorprendido de encontrar allí el mando del televisor, que sigue apagado. Le debe resultar extraño tener ese aparato sin funcionar. Ahora su madre pregunta por los planes para esa noche, las chicas no han decidido aún. Tomar algo con amigos comunes no es posible, puesto que no tienen, intentar integrar a Luana en su grupo de la universidad tampoco funcionaría, además, B quiere pasar el tiempo con su amiga a solas. “Ya veremos”, se adelanta su amiga “aún no tenemos un plan claro”. Desde que volvió de España cada café es un regalo para B, agarra la taza con las dos manos y bebe a pequeño sorbos, dejando que el brebaje borre el gusto sucio y terroso de los cafés españoles. Los demás beben y charlan sin darle la menor importancia a milagro negro y humeante que descansa en las piezas de porcelana. A B le gustaría explicárselo, pero sabe que no serviría de nada, no la entenderían. Un nuevo trago y es como si las voces se alejasen de ella, el aroma le invade las fosas nasales, su paladar se recrea con el amargor lleno de matices. Feliz de ignorar la conversación insustancial se recrea en el café observando a esa chica que tanto ha echado de menos.



    -          Tendremos que cambiarnos, ¿no? A ver qué me puedes dejar.


B se siente cogida por sorpresa. No sabe de qué han estado hablando y ahora ve las miradas de los tres fijas en ella. Musita un quedo “sí” y se levanta para ir a la habitación, con Luana detrás de ella. “¿Qué le podría prestar?” se inquiere B. Le saca unos buenos quince centímetros, si no más, a su amiga. Aparte del hecho de que la otra chica tiene un pecho mucho más abundante que el suyo.



Ya en la habitación Luana deja bastante claro que le importa poco qué ponerse. Si tira sobre la cama y suspira ruidosamente.


     -          ¿Qué te pasa? – Le pregunta B.


     -          Ven, échate aquí. – Le indica Luana, palmeando la cama.


B obedece y las dos quedan apretadas la una contra la otra sobre la cama individual. Permanecen en silencio unos minutos, juntas, escuchándose mutuamente la respiración. B se avergüenza un poco de la decoración un tanto infantil de su cuarto. Ha ido acumulando cosas con los años, cosas de las que le da pereza deshacerse. Aquí un peluche, allí una foto junto con amigos a los que hace años que no ve, más allá una medalla de un campeonato de voleibol de cuando aún estaba en el instituto, sobre la pared un par de pósters de grupos que ya no existen; recuerdos de una niña, de una adolescente que en definitiva ya no es. A veces le gustaría tener su propia casa, dar el paso definitivo para dejar atrás la infancia, la cual siente muy presente ahora que su amiga está junto a ella. Luana es otro recuerdo de la infancia, pero a diferencia de los objetos que pueblan su dormitorio, un recuerdo vivo, que se hace presente ahora junto a ella.



Otro suspiro rompe el silencio de la habitación. Esta vez es B quien lo lanza. Empieza a contarle a su amiga, a media voz, la cena de la otra noche y el encuentro de más tarde. Habla como si hubiera alguien más en la pieza y no quisiera que se enterase. Mira fijamente al techo, no gira la cabeza para ver el efecto que sus palabras tienen en su amiga. Le relata cómo se sintió al final de la cena, la agradable sensación de plenitud. Después le refiere, sin entrar en detalles, la decepción que sintió más tarde. Luana la escucha sin decir nada, pero busca la mano de B y la toma en la suya, quedan ambas manos aprisionadas entre los cuerpos. B le cuenta de su miedo a quedarse sola, de su frustración por sentirse incompleta en ausencia de un hombre, del dolor que le causa la ambivalencia de los sentimientos encontrados. Por toda respuesta Luana le aprieta fuertemente la mano. A B se le hace un nudo en la garganta y tiene que callar para no romper a llorar. Luana se gira sobre su brazo y con la mano libre sujeta a B por la nuca mientras la besa en los labios. Es un beso suave pero firme, cálido.


      -          No estás sola. Yo estoy contigo. – Le dice, y se vuelve a tumbar.


No es el primer beso que Luana le ha dado. Alguna vez lo han hecho como un juego, otras para excitar a un chico que les gustaba, pero esta vez B ha sentido el beso como un regalo íntimo, como una promesa entre ambas.



Pasan los minutos lentamente, ninguna de las dos dice nada. Los pensamientos de B deambulan peregrinos entre recuerdos del pasado común y el momento presente. Poco a poco va siendo consciente del olor de su amiga, que parece reclamar la habitación para si; del calor del otro cuerpo, que le invade a través de la piel. Inspira profundamente con los ojos cerrados, como cuando de niña saltaba a la piscina desde el trampolín más alto, y con la misma determinación suicida se incorpora de un salto.


     -          Venga, vámonos. Tengo ganas de divertirme.



Luana se incorpora también con presteza y una sonrisa en la cara.

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El hecho de que haya partido de fútbol ha concentrado a mucha gente en los locales que lo dan por televisión, dejando casi desiertos aquellos que no. Luana y B han escogido uno de los segundos, no porque no les guste el fútbol (al menos a B le encanta), sino porque tienen mucho de lo que hablar y no quieren tener que gritar por encima del ruido. Sobre la mesa descansan un par de botellas de cervezas vacías y Luana vuelve de la barra con otras dos, envueltas en refrigerante para conservar el frío, cuando un grupo de chicos entra en la terraza del local. El partido debe haber terminado ya, supone B, si los grupillos de jóvenes empiezan a buscar nuevos locales. Son cinco muchachos, aunque mejor haría en llamarlos hombres, pues deben rondar los treinta todos ellos. Se sientan en un mesa cercana a ellas, aunque sólo haya otra ocupada en toda la terraza, solamente el pasillo los separa de ellos, pero ni ellas les hacen caso a primeras, ni ellos pareen haber reparado en las dos jóvenes.



Luana sigue contándole algo referido a un doctor del hospital en el que hace las prácticas, un tipo particularmente irritante que desprecia a sus compañeros cubanos y tampoco tiene especial aprecio por Luana o otros con un todo de piel algo más oscuro que el suyo. B asiente a cada expresión de indignación de su amiga y asiente con un monosílabo aquí u otro allá. No es que no le interese lo que le está contando, pero se le hace algo lejano y no consigue empatizar. Ella nunca ha tenido ese tipo de problemas, quizás porque desde que desarrolló ha resaltado en atractivo entre las demás muchachas, quizás sencillamente ha tenido suerte. No, no es suerte, B lo sabe bien, la vida es un poco más sencilla para la gente atractiva, para ellos todos son sonrisas, con ellos todo el mundo quiere llevarse bien, pocos serían los que quisieran dejarlos en ridículo de forma gratuita, tal y como está contándole ahora Luana que le hizo ese doctor hace un par de semanas.


     -          … pero no le di el gusto de llorar allí. En casa lloré, sí, pero no delante de él. No me verá hacerlo delante suya, eso sería darle gusto y después sería peor.


En cierta medida a B le gustaría poder compartir alguna historia similar con ella, pero todo lo que se le ocurre ya ha sido relatado esa noche, y no quiere darle a pie a repetir el beso.



De repente Luana gira la cabeza hacia una sombra que se acerca, B hace lo propio y descubre a uno de los chicos del grupo que acaba de llegar. Es guapo, no puede negarlo, tiene el pelo corto pero rizado, es delgado pero no estrecho de hombros, desde su posición a B le parece alto, aunque puede que ella le iguale en altura. Sonríe ampliamente cuando las invita a sentarse con ellos en la mesa, mira alternativamente a una y a otra, directamente a los ojos, tranquilo. Cuando Luana rechaza el ofrecimiento, quizás un tanto bruscamente, él sólo replica:


      -          Cómo queráis, si cambiáis de opinión, la invitación sigue encima de la mesa.


Vuelve a sonreír y se gira hacia su mesa, cuando llega con sus amigos, solamente se encoje un poco de hombros, como diciendo “qué se le va a hacer” y se sienta sin más.



Cuando terminan la cerveza que estaban tomando Luana propone irse al piso de su hermana. Está bien para B, quien antes de marcharse se acerca a la mesa de los cincos hombres, toca en el hombro al que se acerco antes a ellas pero se dirige a todos cuando se despide, pero directamente al del pelo rizado cuando añade.


-          Espero que nos veamos en otra ocasión.


Luana la espera en la puerta y le pregunta por qué ha hecho eso. Desde luego no es propio de B, por lo natural reservada, pero le ha parecido que era lo correcto, afirma. Quizás ha sido la cerveza, que la ha envalentonado, o quizás que el chico le parecía endiabladamente guapo. No importa.



Toma a su amiga de brazo y caminan calle abajo, camino del piso de la hermana de Luana. B se siente dichosa, aunque en el fondo de su corazón teme que sea porque un chico le ha prestado atención. No quiere ahondar en ese pensamiento, ahora está con su mejor amiga, con su hermana, y quiere simplemente disfrutar del momento.



El piso de la hermana de Luana no es muy grande, pero lo que no tiene de tamaño lo compensa con una localización envidiable y un balcón inmenso que mira al mar. Las chicas, que tiene el apartamento para ellas sola esa noche, se descalzan y se sientan en unas sillas en la terracita, con los pies en alto mientras se toman una copa de cachaça y zumo de naranja con mucho hielo. A B no le gusta mucho, le parece demasiado dulce, pero sabe que a Luana le encanta, así que la acompaña. La luna no se ve, B no sabe si por la hora, porque hay luna nueva o por la orientación del edificio; la busca con la mirada, pero el cielo está casi totalmente limpio de estrellas, las luces de la ciudad compiten con los luceros de la noche y sólo un par resisten en el firmamento. B nunca ha visto el cielo nocturno cuajado de estrellas como se debería ver antes de que se inventasen las luces eléctricas. Así lo piensa y así se lo confiesa a Luana, rompiendo el silencio que había caído sobre ellas. Luana comienza a relatarle un viaje que hizo al interior del país con unos amigos del hospital, habían ido a la granja de los padres de uno de ellos, la casa tenía electricidad gracias a unas baterías y un generador, pero por la noche apagaban todas las luces. Luana le cuenta cómo era esa gran herida brillante que atravesaba el cielo, no estrellas solitarias, sino todo un camino pavimentado de luces diminutas. Le cuenta como, en medio de la oscuridad de la noche, levanto la mano frente a los ojos y la vio recortada contra el manto estrellado, en aquel momento temió que toda la oscuridad del universo se hubiera concentrado en la palma y los dedos de su mano, mientras que el cielo brillaba con una luz que nunca hubiera imaginado.



A B se le están llenando los ojos de lágrimas, mira a su amiga, bajita, feucha, torpe, que alza una mano contra el cielo, girándola lentamente mientras recuerda las noches del altiplano sureño y ve a una criatura sublime. Capaz de llevarse sus problemas con un beso, de llenarle el corazón con su cariño y de arrancarle lágrimas con sus palabras. B se siente profundamente conmovida y sin saber cómo lo ha hecho se encuentra de repente inclinada sobre Luana devolviéndole el beso que le dio hace horas. La chica no sólo lo acepta, sino que toma en sus manos el rostro de B y entreabre los labios, dejando salir la punta de la lengua. B la nota entre sus propios dientes y la roza con la punta de la suya. Por unos instantes ambas lenguas juguetean entrando y saliendo. B sujetando la nuca de Luana, aún inclinada sobre ella; su amiga, sujetándole suavemente la cabeza, ambas respirando el olor y el aliento de la otra.



Entonces Luana se pone de pie, toma a B de la mano y la conduce sin duda aparente al interior de la vivienda. Se encaminan directamente al único dormitorio de la vivienda. B no quiere pensar, aleja activamente cualquier pensamiento de su cabeza, se deja llevar sin expectativas, sin miedos. Luana la sienta en el borde de la cama y se pone a horcajadas sobre su regazo, apoyando las rodillas en la cama, B se siente ligeramente intimidada, pero siente su pecho henchido, colmado. Abraza la Luana y nota las manos de su amiga en su nuca, ensortijando los dedos entre su pelo mientras la mira a unos centímetros. Sus narices casi se tocan, Luana balancea ligeramente la cabeza a un lado y a otro y B sigue su movimiento, la chica adelanta los labios y B se retira sonriendo; Luana se aproxima de nuevo y nueva retirada y sonrisa. Ahora es Luana la que sonríe abiertamente y B la que se abalanza sobre su boca. La encuentra abierta, los labios húmedos, la lengua ávida. Se besan con el ansia del náufrago ante el agua dulce, del hambriento ante el primer bocado de comida. Más que besarse se devoran mutuamente. Luana aparta el pelo de B y la muerde en el cuello, quizás más duramente de lo que quería, o quizás justo lo que quería, B deja escapar un gritito, más por la sorpresa que por el dolor. Valiéndose de toda su fuerza tumba a Luana sobre la cama y se inclina sobre ella. El pelo le cae a ambos lados de la cara incómodamente, así que se incorpora durante un momento y se hace un moño con las manos; no tarda ni cinco segundos en hacerse el recogido, pero en esa breve fracción de tiempo Luana se las ha apañado para quitarse el top y el sujetador con él.



B contempla el torso desnudo de su amiga, no es la primera vez que le ve los pechos, pero no deja de sorprenderle lo oscuro de sus mamelones. Las areolas, grandes, de un marrón casi negro, se señorean en medio de las mamas, los pezones, enhiestos, sobresalen desafiantes. B se saca su propia camiseta y se desprende del sostén y se inclina sobre su amiga. Nota los pechos de la otra contra los suyos, contra el esternón y un poco más abajo cuando se inclina sobre ella. Muerde a Luana en el lóbulo de una oreja y desciende por el cuello hasta la base del mismo, junto a la clavícula. Con cada pequeño bocado la chica deja escapar un gemido. B encaja la rodilla entre las piernas de la otra y continúa bajando con la boca, alternando los besos con los bocados, hasta llegar a uno de los pechos. Nota la pierna de Luana contra su sexo y arquea las caderas, presionando contra el muslo ajeno. Toma suavemente el pecho entre los labios y lo besa en el centro. Luana la agarra por detrás y la acerca hacia si, ha susurrado algo, pero B no la ha entendido. Succiona ahora llevándose el pezón entero al interior de la boca y lo roza apenas con la punta de la lengua. Luana repite la imprecación y ahora B sí la entiende “te mato, te mato como pares”. B no piensa hacerlo, ella misma se está excitando como nunca en su vida. Jamás había pasado por su imaginación hacer algo tan osado.



De repente Luana se revuelve y la hace girar sobre la cama. Ahora es B la que está a merced de la otra chica. La mirada de su amiga le parece furiosa, a juzgar por la luz que llega del salón, no puede entender que le haya hecho enfurecer. Pelea Luana con el botón del short y B tiene que ayudarle, cuando consiguen abrirlo Luana se lo arranca bruscamente y a continuación la braguita. B queda desnuda ante su mejor amiga y ésta, de pie frente a la cama, la contempla. B retrepa sobre la cama y cruza las piernas ocultando su sexo. Luana hace un “tsé, tsé” con la lengua mientras niega con la cabeza. B sonríe pícara y mira como la otra se quita su pantalón lentamente. El pubis de Luana es velludo, no se trata de una mata de pelo rebelde, sino que está recortado, pero B piensa que contrasta con el suyo, depilado a excepción de una pequeña franja que lleva además muy corta. Luana se inclina sobre el vientre de su amiga y le besa justo el extremo superior de dicha franja, un escalofrío recorre la espalda de B de abajo arriba. Luana besa a continuación un poco más arriba, a mitad de camino entre el pubis y el ombligo, y el estremecimiento de repite. El tercer beso es en el ombligo y Luana introduce además la punta de la lengua en el orificio. El cuarto beso lo deposita en la parte baja del esternón, y ahora la lengua recorre un par de centímetros hacia arriba, casi hasta entre los pechos. Una vez más las piernas de ambas se han trabajo y B nota el pelillo púbico de la chica contra el muslo, pero también nota la humedad del sexo ajeno. Un quinto beso, sobre su pecho izquierdo la hace temblar. El sexto no es tanto un beso como un bocado, duro, doloroso, sobre el pezón derecho; pero de ese dolor íntimo nace un placer que la llena y la lleva a agarrar a Luana por la nuca y a besarla.



Con las manos alrededor de la cabeza de la chica, B gira ligeramente, quedando ambas acostadas de lado, frente a frente. B suelta la mano izquierda, la que tiene libre, pues la derecha ha quedado bajo su amiga, y la lleva al sexo de Luana. La chica ha separado las piernas y la deja hacer, B nota la humedad del coño ajeno, los labios alrededor de los dos dedos que ha introducido, el vello pubiano contra la palma de la mano. B se complace al escuchar el dulce y lánguido gemido de Luana, mueve la mano adentro y afuera, golpeando suavemente el monte de Venus con la palma. B se revuelve sin dejar de masturbar a la chica y acerca la boca a uno de los pechos, atrapa el pezón entre los dientes y da un bocado que hace gritar de sorpresa a la otra, cambia hacia el otro pecho liberando la mano derecha y deposita ésta sobre el pecho que acaba de morder. Ahora controla por completo el cuerpo de Luana, quien se entrega por completo. Nota una mano que le recorre la cintura hacia arriba, hasta llegar a un pecho, pero la aparta a la par que dice un “no” seco y rotundo. Luana entreabre los ojos y la mira, sonríe y vuelve a cerrar los ojos, centrándose una vez más en su propio placer. B nota como el cuerpo ajeno se arquea bajo el suyo, la chica levanta la cabeza y alcanza a morderle el lóbulo derecho, se queda ahí por un segundo y al abrir la boca lanza un largo gemido, a continuación su cuerpo cae sin fuerza, como un títere al que han cortado los hilos, sobre la cama. B saca los dedos de la vagina de su amiga y, disimuladamente, los limpia contra las sábanas… o quizás sea la colcha, no se ha fijado. Se deja caer junto a Luana y la abraza. La respiración de su amiga se va acompasando lentamente, pero aún permanece con los ojos cerrados.



B se lleva la mano a su propio sexo e introduce dos dedos, se los nota húmedos. Tira del cuerpo de Luana hacia ella y al hacerlo su amiga abre los ojos. No sonríe, está seria y esto desconcierta a B. Luana se incorpora sobre sus rodillas y obliga a B a darse la vuelta, la pone a cuatro patas, mirando hacia el cabecero de la cama, y la abraza por la cintura, dándole un fuerte mordisco en una de las nalgas. Junto al dolor inevitable, B siente un escalofrío que bien podría ser el placer anticipándose. Ahora le muerde la otra, pero un poco más arriba, casi en la cadera. Con una mano la obliga a separar las piernas y nota como le introduce dos dedos en la vagina mientras la otra mano le aprieta el pecho izquierdo. Luana mueve la mano adentro y afuera, con las yemas de los dedos presiona la anterior, justo en ese botón rugoso que B conoce. Los bocados en una u otra nalga se suceden y el grato dolor que le producen se confunde con el de los pellizcos en el pezón de su pecho. De repente Luana se detiene y se incorpora ligeramente, saca los dedos del coño de B y separa ambas nalgas con una mano, B aguarda expectante y por un instante queda desconcertada cuando nota como la chica le introduce un dedo humedecido en el ano. Se revuelve, pero Luana la calma. A continuación dos dedos vuelven a entrar en el coño de B, nota como Luana presiona sus paredes interiores, una contra la otra en un pellizco interno. A B se le aflojan las rodillas y se deja caer sobre la cama, dejando alzado sólo el culo. Las fronteras del mundo que la rodean se difuminan con cada manipulación, con cada embestida de la mano de Luana. No sabe si inconscientemente o por un conocimiento profundo, contrae los esfínteres y nota un ramalazo de placer que le sube por la espalda hasta la nuca. Mueve sus caderas adelante y atrás para acompasarse al ritmo que le marca su amiga. Un gemido escapa de entre sus dientes apretados, lo deja ir y con él ella misma se va, se derrama, se licua…



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Yacen ambas desnudas enredadas bajo las sábanas. Luana acaba de dormirse. B intenta no pensar, aleja cualquier reflexión de si. Respira y el olor de la habitación extraña y con él del sudor propio mezclado con el ajeno.  Se gira un poco y besa a Luana en el hombro. B se siente en casa.

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