viernes, 23 de octubre de 2015

Relatos de M. V.



Patrick acaba de volver de la cocina con cuatro botellines de cerveza. Esto siempre es una imagen gratificante y la bebida fría les hará bien. No queda una sola ventana cerrada en el piso, ni una puerta, pero el aire se mueve perezoso y cálido por el interior de vivienda. Ni la noche que cae parece que vaya refrescar el ambiente lo más mínimo. Desde lo alto del televisor un viejo ventilador da lo mejor de sí mismo, que tampoco es mucho, a menos que se lo juzgue por el traqueteo que emite al girar sobre su base.

Judith se abalanza sobre la botella que le ofrece el americano y Toni se estira sin levantar el culo del sofá sobre el que está estirado. La chica ocupa el espacio a los pies del mismo, pero cada vez que su novio ha intentado ponerle los pies encima, se los quita de malas maneras quejándose del calor que le da. O eso al menos supone M que dice, porque no entiende ni papa de francés.

Salvo la francesa, todos están sin camiseta. Llevan tres días con un calor insoportable, están deseando que lleve el fin de semana para pasarse el día en la playa, pero por lo pronto les resulta bastante difícil. Patrick ha venido a echar una mano a M con un nuevo estudio que quiere presentar la doctora Deodato, por lo pronto tienen que cuadrar los presupuestos y eso es algo que a M se le da fatal. No así a su amigo, que tiene una mente preclara para esas cosas. Aunque no han terminado, han decidido dejarlo por el día e intentarlo al día siguiente en el despacho de la Facultad. Allí al menos hay aire acondicionado. Y aunque no lo hubiera, el semisótano en el que se ubica el despacho de los becarios es uno de los pocos espacios de Brasil en los que M ha sentido frío alguna vez. Aunque tampoco tan a menudo.

Los cuatro ignoran el televisor encendido, donde suenan las risas enlatadas de la enésima repetición de “Friends”. Toni está haciendo planes para todos, aparentemente él y Judith irán a Francia un par de semanas durante Navidad, pero ha propuesto hacer un viaje a Perú y Machu Picchu, pero Patrick aduce que en esa época del año es fácil que les llueva. Quizás Buenos Aires sea más apetecible, opina Toni.
       -          ¡Ni loco! Allí hace por lo menos cuarenta grados en enero. – Grita M.
       -          Si quieres vete tú, Antoine. Yo me voy Pernambuco.

Si Judith llama a Toni por su nombre completo, es que algo ha pasado o está pasando. M nunca ha sido muy ducho en eso de leer entre líneas o darse cuenta de lo que pasa a su alrededor si alguien no se lo dice a las claras, pero hasta él es capaz de darse cuenta de que Judith está molesta por algo. En este punto ya se huele que no habrá vacaciones conjuntas, al menos con la pareja francesa.
La chica se inclina sobre la mesita y empieza a liar un porro, los hace finos y sin boquilla. “Cigarrillos de puta” los llamaban en la Madrid. Patrick comenta acerca de invitarlo a todos a Seattle, y Toni parece animarse. M contempla a la francesa inclinada hacia adelante, lleva una camiseta de tirantas que deja ver su pecho por el que corren gotitas de sudor. Lleva un sujetador negro con encajes, aunque M piensa que tampoco le haría mucha falta, ya que la chica tiene poco pecho. Desvía la mirada hacia el televisor para que Toni no lo mire observando a su novia tan descaradamente, pero no pierde detalle por el rabillo del ojo. Si no fuera por esas gafas tan atroces y una orejas demasiado pequeñas (a M le dan un poquito de grima, de hecho), habría que admitir que se trata de una muchacha si no guapa, al menos resultona. “Si no fuera por Toni…” piensa M para sí. Después se lo comentaría a Patricia, a ver qué pensaba ella.

Desde que hace un par de semana escribió a la chilena a raíz del suceso con Lorena se ha establecido una relación epistolar sorprendentemente fluida. Desde el primer momento M le contó lo ocurrido, sin tapujos, pero su sorpresa fue mayúscula cuando Patricia le respondió también sin ambages ni medias tintas. Fue directa al recriminarle sus acciones, pero también le aconsejó que, pasado un tiempo prudencial, volviera a ponerse en contacto con la mujer, aunque no fuera para tener sexo con ella, que al menos no dejase las cosas de ese modo. A partir de ahí empezaron a preguntarse e interesarse por la vida del otro. Casi todas las noches los correos fluían en una dirección u otra, sino en ambas. Patricia le había ido contando detalles de su vida, sus pensamientos, sus inquietudes. Y lo mismo había hecho M, quien se había sorprendido por la fluidez con la que ideas se plasmaban en el papel. En ocasiones era capaz de escribir casi a la velocidad de su mente, e incluso había dejado de guiar los dedos en alguna ocasión para que fueran ellos mismos los que tecleasen aquello que ni su conciencia era capaz de verbalizar. Con Patricia, a través de los correos electrónicos, había ido abriéndose como nunca antes lo había hecho y ahora, cada pensamiento que emergía de sus neuronas, quería compartirlo con ella, sin importar qué fuera.

Judith se echa para atrás mientras enciende el cigarrillo, M considera que un solo porro para los cuatro durará muy poco, así que él mismo se echa hacia adelante para liar otro. La maría la consigue Toni, quien se la compra a un compañero del trabajo. Por el visto aquel comenzó incautándose de lo que llevaban los estudiantes a clase, y de ahí a vender el excedente a otros compañeros. La primera vez que Toni le contó el origen de la hierba M estuvo riendo durante más de diez minutos. Le parecía rocambolesco, pero a la vez genial. Como si el compañero de Toni fuera una especia de Robin Hood de los fumetas. Toni estuvo de acuerdo con el ejemplo, ya que decía que cualquier familia de las que mandaban a sus hijos al instituto podría haber comprado la mitad de Tabuazeiro, uno de los barrios más humildes de la ciudad. Y de donde posiblemente provenía la marihuana que fumaban esos mismos hijos. Y sus profesores.

Lamentablemente el producto, debido a lo irregular de su tráfico, podía tanto ser bueno, como malo, y esta última que había conseguido Toni era del segundo grupo. Apenas le acaba de dar la primera calada M siente como si le hubiesen dado un golpe en la nuca. Se queda atontado durante unos segundos, entiende ahora perfectamente porque los estadounidenses dicen “stoned” para indicar que van colocados. Es como si le hubieran atizado con una piedra. La segunda calada la retiene más en la boca y la va inhalando poco a poco, para que el efecto no sea tan demoledor. Sabe bien que al cabo de un par de minutos esos primeros efectos habrán pasado, pero por ahora está incluso un poco mareado, así que le pasa el canuto a Patrick y se levanta para ir a la cocina.

Busca algo para comer en el frigorífico y coge un yogur, se acoda en la ventana de la cocina y, asomado hacia afuera, se lo va comiendo. Le encanta el frío bajando por su garganta y con la cabeza por fuera del edificio, parece que nota el aire correr un poco más fresco. Se termina el postre y deja el vasito en la encimera de la cocina, vuelve a asomarse a la ventana y mira hacia afuera. Los coches pasan por abajo, parándose en la esquina del edificio para girar, si mirase hacia la derecha podría ver, a lo lejos, el mar, pero a esa hora no se ve nada en aquella dirección. De la calle sube el olor de los árboles dispuestos en las aceras, M nunca ha sabido qué tipo de árboles son, tamarindos quizás, o palos de Brasil. No le gustan, las flores y los frutitos que caen al suelo lo dejan todo pegajoso. Pero al menos el olor que traen, dulzón, resulta agradable. Toni entra en la cocina y saca una botella de agua fría de la nevera, bebe a gollete, sin apoyar los labios, un trago largo.
-         Me voy a la cama. Buenas noches. – se despide cuando termina de beber y guarda la botella sin rellenarla.
      -          Buenas noches. – Responde M.

Por la hora que es, imagina que Patrick preferirá quedarse a dormir en el sofá. Su casa queda lejos y tampoco tiene aire acondicionado, así que tanto le dará dormir aquí que allí. Antes de volver al salón rellena la botella de la que ha bebido Toni y toma dos cervezas del frigorífico. Pero Judith aún no se ha acostado, ella y Patrick están viendo “Blade Runner” que acaba de empezar, en la pantalla Leon desvaría sobre tortugas y desiertos antes de descerrajarle un tiro a su interrogador. M le pregunta a la chica si quiere también una cerveza y ella responde afirmativamente.
      -          Y creo que hay patatas fritas en el armarito de arriba. – Añade.

M adora las noches así, salvo por el calor es perfecta, cerveza y patatas fritas por toda cena, un porro que llevarse a los labios, buenas compañías con las que charlar o comentar una película. Más de una vez se ha dicho que sería un gordo feliz si pudiera hacer lo que quisiera, porque eso es lo que le apetece hacer la mitad de las noches.

De vuelta en el salón se pierde en la película, le ha gustado desde la primera vez que la vio, durante un curso de cine y literatura en la Universidad. Mira a Rachael fumar, llenando la pantalla de humo, distante, fría y perfecta en su belleza. Gira la cabeza y contempla a Judith a su izquierda, también ella fuma pero el humo se alza en vertical, oscilando según le marca el ventilador, por su parte la francesa es imperfectamente humana, intenta quitarse una hebrilla de tabaco del labio inferior pero no es capaz, se pasa la lengua, la traga y la escupe indisimuladamente.
       -          ¿Has leído el libro? – Le pregunta M, excluyendo sin proponérselo a Patrick.
Judith asiente pausadamente pero sin abrir los labios. Está absorta en la historia que se desarrolla frente a ella. M ve reflejadas las imágenes en el cristal de las gafas, pero los ojos de la chica escapan a su escrutinio.

Pasados unos minutos, mientras a Deckard le parte la cara el replicante del principio, Judith sale de su mutismo.
-         Son dos historias diferentes, la película trata más bien sobre la identidad, sobre qué somos o qué creemos ser. El libro es una distopía tecnológica sobre…
M la escucha sin girar la cabeza. No sabe si la francesa está contándole algo que ha leído en algún sitio o si es producto de una reflexión propia. No le extrañaría que fuera lo segundo. Quizás sea que Judith tiene unas dotes de comunicación que hasta ese momento M no había descubierto, o más probablemente que la maría le hace tomarse ciertas cosas más en serio de lo que debería, pero siente como si la chica estuviera abriéndole las puertas a una nueva forma de ver la película, hasta casi de entender la vida. “Esto tengo que contárselo a Patricia” se dice. Esta es ya una coletilla cada vez más habitual.

Cuando Judith hace una pausa M le comenta lo de las diferentes versiones del film. Judith parece conocerlas, pero sólo superficialmente. La que dan en la pantalla es en la que Harrison Ford hacía una voz en off pero ella recuerda vagamente la que menciona M, con los unicornios de papiroflexia y demás. De repente Judith le da con el pie en el hombro y señala hacia Patrick. El chico se ha dormido con la cabeza hacia atrás y la boca abierta. M no puede aguantar la risa y Judith le acompaña en las carcajadas.

La película está terminando, Deckard y Roy se persiguen por las azoteas. M ha visto la escena del discurso un millón de veces, se sabe el discurso de las naves en llamas tanto en español como en inglés, así que se levanta a por una pequeña botella que guarda en el congelador. La mete ahí por las mañanas, llena sólo hasta la mitad, y por las noches la llena del todo con agua fría, así tiene agua fresca junto a la cama toda la noche. Cuando entra de nuevo en el salón un coche se aleja hacia los títulos de crédito. Entre él y Judith pasan a Patrick del sillón al sofá, el americano ayuda poco. Le dejan el ventilador encendido para que no sude mucho. Judith se dirige a su dormitorio, donde tienen un pequeño aseo, y M se lava los dientes en el cuarto de baño y mea antes de entrar a su dormitorio. Deja la puerta abierta para que corra un poco de aire y enciende su ventilador.

Sentado frente al ordenador escribe a toda velocidad. Le está contando a Patricia lo sucedido durante el día y sus pensamientos acerca de su compañera de piso. La imagen del sudor corriendo por su piel lo ha excitado. Está escribiendo acerca de la película y la charla que ha tenido con Judith cuando oye un ruido tras de sí, se gira y allí está ella.

El dormitorio está iluminado solamente por la pantalla del portátil, que baña todo en un tono azulado. Con tan escasa luz M no distingue bien, pero ve que Judith se ha cambiado de ropa. Ahora lleva unos pantaloncillos holgados que parecen de algodón y otra camiseta de tirantas distinta, con un gato estampado que dice “Hug me”. No es que haya sido capaz de leerlo, sino que se la ha visto puesta otras veces. A la luz engañosa del ordenador M cree apreciar las sombras de los pezones de la joven a través de la fina tela.
-         Hola. – saluda ella. – Toni está tirado en la cama y da mucho calor, además no tengo sueño. ¿Qué haces? 
-         Le escribo a una amiga. – M les ha comentado por encima su estancia en Santiago, así que añade. – A Patricia, la chilena.
      -          Ah.
Judith se acerca y mira por encima del hombro lo que escribe el joven. M no ha reaccionado a tiempo y además, si cerrase la tapa del ordenador, Judith se escamaría. No importa, ella no sabe español.
       -          ¿Qué le cuentas de mí?
“Joder” maldice M. No necesita saber español, puede reconocer su propio nombre. Y con el portugués que sabe podría enterarse de casi todo lo que ha escrito.
       -          Nada. Tonterías. – Se defiende M.
Judith se incorpora y sonríe.
-         Así que si no estuviera con Toni, me tirarías “no-se-qué”. – Su tono de voz cambia, como si quisiera regañarle, pero de fondo trasluce una picardía que M nunca había escuchado. – No sé qué significa eso, pero me hago una idea. Y sí, no creo que a Toni le guste saber eso. 
-         Perdona, es que estoy un poco fumado. Lo borro ahora mismo. – M se gira para borrar no sólo la frase, sino todo el mensaje. 
-         Espérate. Déjalo. A mí no me molesta, me alaga de hecho. Los tíos no me suelen… “tirar los trastos” – Dice la última expresión es español, con un fuerte acento francés que no tiene cuando habla portugués. M enloquece durante una fracción de segundo al oír las eses a la francesa.
Judith se sienta en la cama, apoyando la espalda en la pared, recoge una pierna sobre el pecho y la otra queda estirada, apuntando hacia M, que suda en su silla a pesar del ventilador.
-         Llevo con Toni más de ocho años, desde los dieciséis. No tengo muchas oportunidades de ligar, ni hay muchos tíos que quieran ligar conmigo. – Su tono denota molestia, pesadumbre, como si quisiera ser deseada. “Y quién no” se pregunta M. 
-         Seguro que muchos tíos han querido ligar contigo en estos años. 
-         No, qué va. En la Universidad todos sabían que tenía novio, y aquí les da igual porque las brasileñas están más buenas. Bueno, hay de todo, la verdad, pero las que están buenas, están muy buenas. Y yo… tengo las tetas pequeñas y gafas de empollona.

M abre la boca para decir algo, pero teme que cualquier cosa que diga o bien sería una tontería o podría ser malinterpretada. O peor, podría acabar diciéndole a Judith que ahora mismo desea quitarle la camiseta y comprobar en persona si sus tetas son pequeñas o no. Así que se calla.
      -          Seguro que la tal Patricia esa tiene unas tetorras. ¿Se las has visto?
M asiente con la cabeza.
       -          ¿Has hecho el amor con ella?
Le sorprende que haya escogido ese término “hacer el amor”, no habría sido el que él hubiese escogido, pero bueno. De nuevo asiente, pero esta vez una sonrisa se le escapa.
-         Uuhhhhh. – Ahora Judith parece una colegiala, a M le gusta, esta noche está descubriendo facetas de la chica que ni siquiera imaginaba. - ¿Y estás enamorado de ella? 
-         No, para nada. Es una amiga. Bueno, ahora lo es. 
-         Está bien eso de tener amigos con los que follar. Yo sólo me he acostado con dos, con Toni y con otro que resultó peor que Toni. 
-         Ah, yo pensaba que nunca habías estado con otro, solamente con Toni. 
-         Bueno, sólo he estado con Toni, pero hace un par de años hubo algo con otro.
-         ¿Y Toni lo sabe? 
-         Sí, como yo sé que me ha puesto lo cuernos al menos tres o cuatro veces. 
-         Joder. ¿Y cómo que no lo has dejado? 
-         Una vez lo hice, la primera vez. Después lo perdoné y volvimos juntos. Pero yo quería desquitarme y por eso me acosté con el otro. No sé. Me resultó decepcionante, creo que tenía idealizado eso de la infidelidad. 
-         Vaya, nunca lo había visto así. 
-         Pues ya ves. Y al fin y al cabo me da un poco igual lo que haga Toni a escondidas. Por las noches viene a mi cama, duerme conmigo. Si se acuesta con otras, las otras son de usar y tirar, por así decirlo.

M está perplejo. Pensaba que Patricia se salía de lo normal al hablar con tanta sinceridad de sus relaciones sexuales, pero Judith le está abriendo los ojos. En el pasado M había tenido algunas relaciones medianamente duraderas, lo suficiente para dar paso a infidelidades y rupturas dolorosas. Él mismo había sido el tercero en discordia en alguna ocasión. Con respecto a las infidelidades M tiene un opinión bastante laxa que se basa en el consabido “ojos que no ven”, en cuanto a lo de ser el tercero, bueno, eso es problema de los otros. Si no fuera por el hecho de que vive en el mismo piso que Toni y Judith. De hecho el contrato del piso está a nombre de ellos dos, técnicamente está en su casa.

Judith cambia ligeramente de postura, recoge la pierna que tenía estirada y estira la plegada. A M le recuerda por un segundo a la escena de “Instinto Básico” y se pregunta si la chica llevará ropa interior. Decide tirarse a la piscina.
      -          No has vuelto a tener ganas de igualar el marcador, de dejar las infidelidades a la par.
La francesa se queda pensativa unos segundos. Al cabo responde.
-         No te digo que no, pero tampoco me parece que sea una buena razón para acostarse con alguien. – Se quita las gafas y empieza a limpiarlas con la camiseta, al hacerlo M observa su vientre plano y el ombligo, a la luz tenue del ordenador. – Es como sentir celos de las otras tías con las que se ha acostado Toni. No me aporta nada y me haría sentir mal, así que no le doy vueltas al tema. 
-         Tengo que admitir que me tienes boquiabierto. Jamás hubiera pensado que te tomases las cosas de ese modo. ¡Qué cojones! ¡No hubiese pensado que nadie se lo pudiera tomar así! 
-         Ah. – Judith parece decepcionada. - ¿Y tú qué harías si tu novia te engañase con otro una noche? ¿La dejarías y ya está? ¿O la perdonarías y después estarías todo el tiempo echándole en cara lo que hizo? 
-         No sé, la verdad es que no me lo he planteado. 
-         Eso de la fidelidad, la monogamia y todo lo demás no es más que otra idea de nuestra sociedad. Hay que ser un poquito más amplio de miras.
Vaya, sin saber cómo M estaba en medio de una conferencia etnográfica. Con Judith pasaba eso a veces, estabas hablando de cualquier tontería y de repente aparecía por medio una tribu perdida del Amazonas, o los jinetes del desierto del Gobi o los matriarcados del Atlas marroquí.
-          No sé si Toni compartiría tu idea de la amplitud de miras. Al menos en lo que a ti se refiere, porque por lo que me dices, en cuanto a sí mismo no tiene problemas. 
-         Pues eso mismo. Si tiene algún problema, tendrá que ir al oculista a que le saquen la viga del ojo. Y si no lo tiene, pues mejor, así vivirá más feliz. Conmigo, solo o con quien sea. 
-         Pues para tener las ideas tan claras no parece que lo pongas en práctica. Casi pareciera que lo estás justificando a él. De hecho y volviendo a lo que decías antes de que nadie ha intentado ligar contigo a parte de Toni, sigo sin creérmelo. Con gafas o sin gafas, seguro que alguno lo ha intentado contigo. 
-         No sé, quizás es que soy muy miope también para esas cosas. ¿Estás intentado tú ligar conmigo ahora? – Sonríe burlona y se baja las gafas hasta la punta de la nariz para mirarlo por encima de ellas.
      -          No sé, quizás.
      -          Pues lo estás haciendo de puta pena. – Dice entre carcajadas.
M no tiene más que reírse. La verdad es que si está ligando, tiene que admitir que lo está haciendo fatal.
-         ¿Entonces qué? ¿Te atreves a igualar el marcador con Toni? ¿A ver si él se lo toma con tanta deportividad como tú?
Judith lo mira abriendo desmesuradamente la boca y se pone de pie ofendida.
-         Pero qué poca vergüenza. – Le recrimina, y se vuelve hacia la puerta. M teme que al salir la vaya a cerrar de un portazo, despertando a Patrick en el salón y a Toni en el otro dormitorio. Y efectivamente la cierra, pero quedando ella por dentro y sin ruido. Acto seguido se da la vuelta y se acerca a M, que la sigue con la mirada desde su silla.

Se quita las gafas y se inclina dejándolas sobre el escritorio, a continuación se monta a horcajadas sobre M. En pistón de la silla cruje bajo el peso extra, pero M no la nota pesada. La chica apoya los antebrazos en los hombros de él y se le queda mirando. No espera más y la besa. Ella recibe el beso, tomando su boca en la suya, jugueteando con la lengua. Es un beso largo, que cuando termina repiten. La boca de Judith sabe aún a tabaco y cerveza, M imagina que la suya sabrá igual. Nota el pelo ajeno sobre la cara y las puntas rozándole el torso desnudo. Judith avanza sobre él, pegando su pecho al suyo. El chico nota el algodón de la camiseta ajena y bajo la tela los pezones que presionan sobre él. Nota también una erección, incomoda pues el pene está atrapado entre los dos cuerpo, incapaz de desplegarse por completo.

M mete las manos bajo la camiseta de Judith y ella levanta las manos para que él se la saque. Al hacerlo descubre algo que nunca había visto, un pequeño tatuaje en el costado, junto al pecho, parece una mariposa, pero no se para a mirarlo. Efectivamente los pechos de Judith son pequeños, casi infantiles, apenas destacan sobre el cuerpo delgado de la joven. M pasa la mano sobre uno de ellos y recuerda por un instante una broma sobre manos, tetas, granos y ubres. La francesa se inclina y le muerde fuertemente en el cuello, repite el mordisco un poco más arriba, justo bajo la oreja y un tercero que tira del lóbulo hacia abajo. El dolor es placentero y la erección es cada vez más incomoda en esa posición, así que M toma a la chica por las axilas y la obliga a levantarse un poco, rápidamente se recoloca el pene, pero Judith toma sus calzonas por el borde inferior y tira hacia abajo, el chico se deja hacer y en apenas unos segundos está completamente desnudo en la silla. Judith lo contempla de pie, vestida sólo con el pantaloncitos desgastado, se lleva una mano a la parte delantera del mismo y tira del cordón, con un movimiento de cadera la prenda cae por sus piernas.

La francesa tiene apenas una tira de vello sobre su sexo, rectangular, como un bigote vertical. Los labios mayores sobresalen excesivos, como si buscaran compensar la pequeñez de sus senos. Judith vuelve a montarse sobre M, emplazando ahora su sexo dentro del suyo. M nota como el pene no es capaz de entrar limpiamente, el interior de la joven no está aún totalmente lubricado. Pero como los mordisco de hace apenas unos momentos, el dolor resulta placentero. Cuando finalmente Judith termina de lubricar, M se atreve a imprimir algo más de ritmo. Sin embargo la postura es incómoda, Judith es la que tiene el control y lo ejerce marcando sus caderas contra las del joven, M siente que apenas la punta de la polla está dentro de ella y apenas puede moverse, así que vuelve a tomarla por las axilas y la empuja sobre la cama.
      -          Ponte condón. – Dice Judith con apenas un hilo de voz.
M lo busca en el cajón de la mesita de noche y cuando lo encuentra Judith lo empuja y lo hace tumbarse bocarriba. Ella misma abre el sobrecito y le pone el preservativo, a continuación vuelve a ponerse sobre el joven. Parece que no piensa ceder el control, piensa M.

La francesa echa el cuerpo hacia atrás, asiendo los tobillos del otro. M pone una mano sobre el sexo de la joven para evitar que el pene se salga en uno de los vaivenes que marca Judith. De repente empieza a gemir, en un tono cada vez más alto. Una alarma se enciende en la cabeza de M, cuando Toni y Judith follan en su habitación él puede oírlos perfectamente gracias a los gemidos y gritos de la chica, ahora podría ocurrir lo mismo y no quiere que Toni aparezca por su habitación, así que se echa hacia adelante y le tapa la boca con una mano. Judith lo mira sorprendida, pero se deja hacer, se inclina un poco hacia adelante, descansando el peso sobre las rodillas y mueve el culo arriba y abajo con fuerza. La habitación se llena con el sonido del tapeteo que producen los cuerpos al colisionar. Parece evidente que Judith está disfrutando, cierra los ojos concentrada en su tarea y conforme llega al clímax muerde la mano de M con fuerza. Ahora el dolor se mezcla con el placer, pero sin confundirse, sin mutar el uno en otro.

M retira la mano y lleva ambas a las nalgas de la muchacha, la obliga a echar en cuerpo sobre él y le levanta las caderas, a continuación clava firmemente los pies y empieza a mover sus caderas con fuerza. Judith tiene la boca junto al oído de M, así que él la oye maldecir en francés. Ni un solo “mon dieu”, pero al menos una docena de “putain” escapan de su boca mientras lucha por controlar sus gemidos. Excitado, M redobla sus esfuerzos y nota como el cuerpo sobre él se tensa ante un segundo orgasmo. Casi sin fuerzas, M se deja ir, pero aún sigue con el movimiento de las caderas, incapaz de frenarse en seco.

Se nota sudoroso, el ventilador, al oscilar hacia ellos, le refresca apenas un costado, pues Judith no se ha movido un ápice, como si estuviera muerta, su cuerpo flojos, desmadejado. Finalmente se incorpora apoyando los codos sobre el pecho del joven.
      -          Así sí le pondría yo los cuernos a Toni todos los días.
M se echa adelante para darle un beso, pero ella retira la cara y lo mira extrañada, como si se tratara de un gesto impropio. Descabalga y se viste sin echar la vista atrás. La camiseta, al ponérsela, se le queda automáticamente pegada al cuerpo a causa del sudor. Busca las gafas, se las pone y se acerca M, lo mira detenidamente y dice.
     -          Creo que te he hecho un chupetón en el cuello. Espero que no, pero mejor te inventas algo. Aunque no creo que Toni se fije. Lo siento.
M se lleva la mano al cuello, donde ella le ha mordido, y masculla una maldición. Cuando Judith sale se incorpora, tira el preservativo a la papelera, saca los calzoncillos de entre las calzonas que están tiradas en el suelo y los pone. El ordenador sigue encendido, en la pantalla aún brilla el correo que estaba escribiéndole a Patricia. El curso parpadea al final de la última línea. Ahora, piensa M, tendré que reescribirla entera.
“Si no fuera porque es la pareja de mi compañero de piso, quizás le tiraba los tratos.”

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