Patrick acaba de volver de la
cocina con cuatro botellines de cerveza. Esto siempre es una imagen
gratificante y la bebida fría les hará bien. No queda una sola ventana cerrada
en el piso, ni una puerta, pero el aire se mueve perezoso y cálido por el
interior de vivienda. Ni la noche que cae parece que vaya refrescar el ambiente
lo más mínimo. Desde lo alto del televisor un viejo ventilador da lo mejor de
sí mismo, que tampoco es mucho, a menos que se lo juzgue por el traqueteo que
emite al girar sobre su base.
Judith se abalanza sobre la
botella que le ofrece el americano y Toni se estira sin levantar el culo del
sofá sobre el que está estirado. La chica ocupa el espacio a los pies del
mismo, pero cada vez que su novio ha intentado ponerle los pies encima, se los
quita de malas maneras quejándose del calor que le da. O eso al menos supone M
que dice, porque no entiende ni papa de francés.
Salvo la francesa, todos están
sin camiseta. Llevan tres días con un calor insoportable, están deseando que
lleve el fin de semana para pasarse el día en la playa, pero por lo pronto les
resulta bastante difícil. Patrick ha venido a echar una mano a M con un nuevo
estudio que quiere presentar la doctora Deodato, por lo pronto tienen que
cuadrar los presupuestos y eso es algo que a M se le da fatal. No así a su
amigo, que tiene una mente preclara para esas cosas. Aunque no han terminado,
han decidido dejarlo por el día e intentarlo al día siguiente en el despacho de
la Facultad. Allí al menos hay aire acondicionado. Y aunque no lo hubiera, el
semisótano en el que se ubica el despacho de los becarios es uno de los pocos
espacios de Brasil en los que M ha sentido frío alguna vez. Aunque tampoco tan
a menudo.
Los cuatro ignoran el televisor
encendido, donde suenan las risas enlatadas de la enésima repetición de
“Friends”. Toni está haciendo planes para todos, aparentemente él y Judith irán
a Francia un par de semanas durante Navidad, pero ha propuesto hacer un viaje a
Perú y Machu Picchu, pero Patrick aduce que en esa época del año es fácil que
les llueva. Quizás Buenos Aires sea más apetecible, opina Toni.
-
¡Ni loco! Allí hace por lo menos cuarenta grados
en enero. – Grita M.
-
Si quieres vete tú, Antoine. Yo me voy
Pernambuco.
Si Judith llama a Toni por su
nombre completo, es que algo ha pasado o está pasando. M nunca ha sido muy
ducho en eso de leer entre líneas o darse cuenta de lo que pasa a su alrededor
si alguien no se lo dice a las claras, pero hasta él es capaz de darse cuenta
de que Judith está molesta por algo. En este punto ya se huele que no habrá
vacaciones conjuntas, al menos con la pareja francesa.
La chica se inclina sobre la
mesita y empieza a liar un porro, los hace finos y sin boquilla. “Cigarrillos
de puta” los llamaban en la Madrid. Patrick comenta acerca de invitarlo a todos
a Seattle, y Toni parece animarse. M contempla a la francesa inclinada hacia
adelante, lleva una camiseta de tirantas que deja ver su pecho por el que
corren gotitas de sudor. Lleva un sujetador negro con encajes, aunque M piensa
que tampoco le haría mucha falta, ya que la chica tiene poco pecho. Desvía la
mirada hacia el televisor para que Toni no lo mire observando a su novia tan
descaradamente, pero no pierde detalle por el rabillo del ojo. Si no fuera por
esas gafas tan atroces y una orejas demasiado pequeñas (a M le dan un poquito
de grima, de hecho), habría que admitir que se trata de una muchacha si no
guapa, al menos resultona. “Si no fuera por Toni…” piensa M para sí. Después se
lo comentaría a Patricia, a ver qué pensaba ella.
Desde que hace un par de semana
escribió a la chilena a raíz del suceso con Lorena se ha establecido una
relación epistolar sorprendentemente fluida. Desde el primer momento M le contó
lo ocurrido, sin tapujos, pero su sorpresa fue mayúscula cuando Patricia le
respondió también sin ambages ni medias tintas. Fue directa al recriminarle sus
acciones, pero también le aconsejó que, pasado un tiempo prudencial, volviera a
ponerse en contacto con la mujer, aunque no fuera para tener sexo con ella, que
al menos no dejase las cosas de ese modo. A partir de ahí empezaron a
preguntarse e interesarse por la vida del otro. Casi todas las noches los
correos fluían en una dirección u otra, sino en ambas. Patricia le había ido
contando detalles de su vida, sus pensamientos, sus inquietudes. Y lo mismo
había hecho M, quien se había sorprendido por la fluidez con la que ideas se
plasmaban en el papel. En ocasiones era capaz de escribir casi a la velocidad
de su mente, e incluso había dejado de guiar los dedos en alguna ocasión para
que fueran ellos mismos los que tecleasen aquello que ni su conciencia era
capaz de verbalizar. Con Patricia, a través de los correos electrónicos, había
ido abriéndose como nunca antes lo había hecho y ahora, cada pensamiento que
emergía de sus neuronas, quería compartirlo con ella, sin importar qué fuera.
Judith se echa para atrás
mientras enciende el cigarrillo, M considera que un solo porro para los cuatro
durará muy poco, así que él mismo se echa hacia adelante para liar otro. La
maría la consigue Toni, quien se la compra a un compañero del trabajo. Por el
visto aquel comenzó incautándose de lo que llevaban los estudiantes a clase, y
de ahí a vender el excedente a otros compañeros. La primera vez que Toni le
contó el origen de la hierba M estuvo riendo durante más de diez minutos. Le
parecía rocambolesco, pero a la vez genial. Como si el compañero de Toni fuera
una especia de Robin Hood de los fumetas. Toni estuvo de acuerdo con el
ejemplo, ya que decía que cualquier familia de las que mandaban a sus hijos al
instituto podría haber comprado la mitad de Tabuazeiro, uno de los barrios más
humildes de la ciudad. Y de donde posiblemente provenía la marihuana que
fumaban esos mismos hijos. Y sus profesores.
Lamentablemente el producto,
debido a lo irregular de su tráfico, podía tanto ser bueno, como malo, y esta
última que había conseguido Toni era del segundo grupo. Apenas le acaba de dar
la primera calada M siente como si le hubiesen dado un golpe en la nuca. Se
queda atontado durante unos segundos, entiende ahora perfectamente porque los
estadounidenses dicen “stoned” para indicar que van colocados. Es como si le
hubieran atizado con una piedra. La segunda calada la retiene más en la boca y
la va inhalando poco a poco, para que el efecto no sea tan demoledor. Sabe bien
que al cabo de un par de minutos esos primeros efectos habrán pasado, pero por
ahora está incluso un poco mareado, así que le pasa el canuto a Patrick y se
levanta para ir a la cocina.
Busca algo para comer en el
frigorífico y coge un yogur, se acoda en la ventana de la cocina y, asomado
hacia afuera, se lo va comiendo. Le encanta el frío bajando por su garganta y
con la cabeza por fuera del edificio, parece que nota el aire correr un poco
más fresco. Se termina el postre y deja el vasito en la encimera de la cocina,
vuelve a asomarse a la ventana y mira hacia afuera. Los coches pasan por abajo,
parándose en la esquina del edificio para girar, si mirase hacia la derecha
podría ver, a lo lejos, el mar, pero a esa hora no se ve nada en aquella
dirección. De la calle sube el olor de los árboles dispuestos en las aceras, M
nunca ha sabido qué tipo de árboles son, tamarindos quizás, o palos de Brasil.
No le gustan, las flores y los frutitos que caen al suelo lo dejan todo
pegajoso. Pero al menos el olor que traen, dulzón, resulta agradable. Toni
entra en la cocina y saca una botella de agua fría de la nevera, bebe a
gollete, sin apoyar los labios, un trago largo.
-
Me voy a la cama. Buenas noches. – se despide
cuando termina de beber y guarda la botella sin rellenarla.
-
Buenas noches. – Responde M.
Por la hora que es, imagina que
Patrick preferirá quedarse a dormir en el sofá. Su casa queda lejos y tampoco
tiene aire acondicionado, así que tanto le dará dormir aquí que allí. Antes de volver
al salón rellena la botella de la que ha bebido Toni y toma dos cervezas del
frigorífico. Pero Judith aún no se ha acostado, ella y Patrick están viendo
“Blade Runner” que acaba de empezar, en la pantalla Leon desvaría sobre
tortugas y desiertos antes de descerrajarle un tiro a su interrogador. M le
pregunta a la chica si quiere también una cerveza y ella responde
afirmativamente.
-
Y creo que hay patatas fritas en el armarito de
arriba. – Añade.
M adora las noches así, salvo por
el calor es perfecta, cerveza y patatas fritas por toda cena, un porro que
llevarse a los labios, buenas compañías con las que charlar o comentar una
película. Más de una vez se ha dicho que sería un gordo feliz si pudiera hacer
lo que quisiera, porque eso es lo que le apetece hacer la mitad de las noches.
De vuelta en el salón se pierde
en la película, le ha gustado desde la primera vez que la vio, durante un curso
de cine y literatura en la Universidad. Mira a Rachael fumar, llenando la
pantalla de humo, distante, fría y perfecta en su belleza. Gira la cabeza y
contempla a Judith a su izquierda, también ella fuma pero el humo se alza en
vertical, oscilando según le marca el ventilador, por su parte la francesa es
imperfectamente humana, intenta quitarse una hebrilla de tabaco del labio
inferior pero no es capaz, se pasa la lengua, la traga y la escupe
indisimuladamente.
-
¿Has leído el libro? – Le pregunta M, excluyendo
sin proponérselo a Patrick.
Judith asiente pausadamente pero
sin abrir los labios. Está absorta en la historia que se desarrolla frente a
ella. M ve reflejadas las imágenes en el cristal de las gafas, pero los ojos de
la chica escapan a su escrutinio.
Pasados unos minutos, mientras a
Deckard le parte la cara el replicante del principio, Judith sale de su
mutismo.
-
Son dos historias diferentes, la película trata
más bien sobre la identidad, sobre qué somos o qué creemos ser. El libro es una
distopía tecnológica sobre…
M la escucha sin girar la cabeza.
No sabe si la francesa está contándole algo que ha leído en algún sitio o si es
producto de una reflexión propia. No le extrañaría que fuera lo segundo. Quizás
sea que Judith tiene unas dotes de comunicación que hasta ese momento M no
había descubierto, o más probablemente que la maría le hace tomarse ciertas
cosas más en serio de lo que debería, pero siente como si la chica estuviera
abriéndole las puertas a una nueva forma de ver la película, hasta casi de
entender la vida. “Esto tengo que contárselo a Patricia” se dice. Esta es ya
una coletilla cada vez más habitual.
Cuando Judith hace una pausa M le
comenta lo de las diferentes versiones del film. Judith parece conocerlas, pero
sólo superficialmente. La que dan en la pantalla es en la que Harrison Ford
hacía una voz en off pero ella recuerda vagamente la que menciona M, con los
unicornios de papiroflexia y demás. De repente Judith le da con el pie en el
hombro y señala hacia Patrick. El chico se ha dormido con la cabeza hacia atrás
y la boca abierta. M no puede aguantar la risa y Judith le acompaña en las
carcajadas.
La película está terminando,
Deckard y Roy se persiguen por las azoteas. M ha visto la escena del discurso
un millón de veces, se sabe el discurso de las naves en llamas tanto en español
como en inglés, así que se levanta a por una pequeña botella que guarda en el
congelador. La mete ahí por las mañanas, llena sólo hasta la mitad, y por las
noches la llena del todo con agua fría, así tiene agua fresca junto a la cama
toda la noche. Cuando entra de nuevo en el salón un coche se aleja hacia los
títulos de crédito. Entre él y Judith pasan a Patrick del sillón al sofá, el
americano ayuda poco. Le dejan el ventilador encendido para que no sude mucho.
Judith se dirige a su dormitorio, donde tienen un pequeño aseo, y M se lava los
dientes en el cuarto de baño y mea antes de entrar a su dormitorio. Deja la
puerta abierta para que corra un poco de aire y enciende su ventilador.
Sentado frente al ordenador
escribe a toda velocidad. Le está contando a Patricia lo sucedido durante el
día y sus pensamientos acerca de su compañera de piso. La imagen del sudor
corriendo por su piel lo ha excitado. Está escribiendo acerca de la película y
la charla que ha tenido con Judith cuando oye un ruido tras de sí, se gira y
allí está ella.
El dormitorio está iluminado
solamente por la pantalla del portátil, que baña todo en un tono azulado. Con
tan escasa luz M no distingue bien, pero ve que Judith se ha cambiado de ropa.
Ahora lleva unos pantaloncillos holgados que parecen de algodón y otra camiseta
de tirantas distinta, con un gato estampado que dice “Hug me”. No es que haya
sido capaz de leerlo, sino que se la ha visto puesta otras veces. A la luz
engañosa del ordenador M cree apreciar las sombras de los pezones de la joven a
través de la fina tela.
-
Hola. – saluda ella. – Toni está tirado en la
cama y da mucho calor, además no tengo sueño. ¿Qué haces? - Le escribo a una amiga. – M les ha comentado por encima su estancia en Santiago, así que añade. – A Patricia, la chilena.
-
Ah.
Judith se acerca y mira por
encima del hombro lo que escribe el joven. M no ha reaccionado a tiempo y
además, si cerrase la tapa del ordenador, Judith se escamaría. No importa, ella
no sabe español.
-
¿Qué le cuentas de mí?
“Joder” maldice M. No necesita
saber español, puede reconocer su propio nombre. Y con el portugués que sabe
podría enterarse de casi todo lo que ha escrito.
-
Nada. Tonterías. – Se defiende M.
Judith se incorpora y sonríe.
-
Así que si no estuviera con Toni, me tirarías
“no-se-qué”. – Su tono de voz cambia, como si quisiera regañarle, pero de fondo
trasluce una picardía que M nunca había escuchado. – No sé qué significa eso,
pero me hago una idea. Y sí, no creo que a Toni le guste saber eso. - Perdona, es que estoy un poco fumado. Lo borro ahora mismo. – M se gira para borrar no sólo la frase, sino todo el mensaje.
- Espérate. Déjalo. A mí no me molesta, me alaga de hecho. Los tíos no me suelen… “tirar los trastos” – Dice la última expresión es español, con un fuerte acento francés que no tiene cuando habla portugués. M enloquece durante una fracción de segundo al oír las eses a la francesa.
Judith se sienta en la cama,
apoyando la espalda en la pared, recoge una pierna sobre el pecho y la otra
queda estirada, apuntando hacia M, que suda en su silla a pesar del ventilador.
-
Llevo con Toni más de ocho años, desde los
dieciséis. No tengo muchas oportunidades de ligar, ni hay muchos tíos que
quieran ligar conmigo. – Su tono denota molestia, pesadumbre, como si quisiera
ser deseada. “Y quién no” se pregunta M. - Seguro que muchos tíos han querido ligar contigo en estos años.
- No, qué va. En la Universidad todos sabían que tenía novio, y aquí les da igual porque las brasileñas están más buenas. Bueno, hay de todo, la verdad, pero las que están buenas, están muy buenas. Y yo… tengo las tetas pequeñas y gafas de empollona.
M abre la boca para decir algo,
pero teme que cualquier cosa que diga o bien sería una tontería o podría ser
malinterpretada. O peor, podría acabar diciéndole a Judith que ahora mismo
desea quitarle la camiseta y comprobar en persona si sus tetas son pequeñas o
no. Así que se calla.
-
Seguro que la tal Patricia esa tiene unas
tetorras. ¿Se las has visto?
M asiente con la cabeza.
-
¿Has hecho el amor con ella?
Le sorprende que haya escogido
ese término “hacer el amor”, no habría sido el que él hubiese escogido, pero
bueno. De nuevo asiente, pero esta vez una sonrisa se le escapa.
-
Uuhhhhh. – Ahora Judith parece una colegiala, a
M le gusta, esta noche está descubriendo facetas de la chica que ni siquiera
imaginaba. - ¿Y estás enamorado de ella? - No, para nada. Es una amiga. Bueno, ahora lo es.
- Está bien eso de tener amigos con los que follar. Yo sólo me he acostado con dos, con Toni y con otro que resultó peor que Toni.
- Ah, yo pensaba que nunca habías estado con otro, solamente con Toni.
- Bueno, sólo he estado con Toni, pero hace un par de años hubo algo con otro.
- ¿Y Toni lo sabe?
- Sí, como yo sé que me ha puesto lo cuernos al menos tres o cuatro veces.
- Joder. ¿Y cómo que no lo has dejado?
- Una vez lo hice, la primera vez. Después lo perdoné y volvimos juntos. Pero yo quería desquitarme y por eso me acosté con el otro. No sé. Me resultó decepcionante, creo que tenía idealizado eso de la infidelidad.
- Vaya, nunca lo había visto así.
- Pues ya ves. Y al fin y al cabo me da un poco igual lo que haga Toni a escondidas. Por las noches viene a mi cama, duerme conmigo. Si se acuesta con otras, las otras son de usar y tirar, por así decirlo.
M está perplejo. Pensaba que
Patricia se salía de lo normal al hablar con tanta sinceridad de sus relaciones
sexuales, pero Judith le está abriendo los ojos. En el pasado M había tenido
algunas relaciones medianamente duraderas, lo suficiente para dar paso a
infidelidades y rupturas dolorosas. Él mismo había sido el tercero en discordia
en alguna ocasión. Con respecto a las infidelidades M tiene un opinión bastante
laxa que se basa en el consabido “ojos que no ven”, en cuanto a lo de ser el
tercero, bueno, eso es problema de los otros. Si no fuera por el hecho de que
vive en el mismo piso que Toni y Judith. De hecho el contrato del piso está a
nombre de ellos dos, técnicamente está en su casa.
Judith cambia ligeramente de
postura, recoge la pierna que tenía estirada y estira la plegada. A M le
recuerda por un segundo a la escena de “Instinto Básico” y se pregunta si la
chica llevará ropa interior. Decide tirarse a la piscina.
-
No has vuelto a tener ganas de igualar el
marcador, de dejar las infidelidades a la par.
La francesa se queda pensativa
unos segundos. Al cabo responde.
-
No te digo que no, pero tampoco me parece que
sea una buena razón para acostarse con alguien. – Se quita las gafas y empieza
a limpiarlas con la camiseta, al hacerlo M observa su vientre plano y el
ombligo, a la luz tenue del ordenador. – Es como sentir celos de las otras tías
con las que se ha acostado Toni. No me aporta nada y me haría sentir mal, así
que no le doy vueltas al tema. - Tengo que admitir que me tienes boquiabierto. Jamás hubiera pensado que te tomases las cosas de ese modo. ¡Qué cojones! ¡No hubiese pensado que nadie se lo pudiera tomar así!
- Ah. – Judith parece decepcionada. - ¿Y tú qué harías si tu novia te engañase con otro una noche? ¿La dejarías y ya está? ¿O la perdonarías y después estarías todo el tiempo echándole en cara lo que hizo?
- No sé, la verdad es que no me lo he planteado.
- Eso de la fidelidad, la monogamia y todo lo demás no es más que otra idea de nuestra sociedad. Hay que ser un poquito más amplio de miras.
Vaya, sin saber cómo M estaba en medio
de una conferencia etnográfica. Con Judith pasaba eso a veces, estabas hablando
de cualquier tontería y de repente aparecía por medio una tribu perdida del
Amazonas, o los jinetes del desierto del Gobi o los matriarcados del Atlas
marroquí.
-
No sé si Toni compartiría tu idea de la amplitud
de miras. Al menos en lo que a ti se refiere, porque por lo que me dices, en
cuanto a sí mismo no tiene problemas. - Pues eso mismo. Si tiene algún problema, tendrá que ir al oculista a que le saquen la viga del ojo. Y si no lo tiene, pues mejor, así vivirá más feliz. Conmigo, solo o con quien sea.
- Pues para tener las ideas tan claras no parece que lo pongas en práctica. Casi pareciera que lo estás justificando a él. De hecho y volviendo a lo que decías antes de que nadie ha intentado ligar contigo a parte de Toni, sigo sin creérmelo. Con gafas o sin gafas, seguro que alguno lo ha intentado contigo.
- No sé, quizás es que soy muy miope también para esas cosas. ¿Estás intentado tú ligar conmigo ahora? – Sonríe burlona y se baja las gafas hasta la punta de la nariz para mirarlo por encima de ellas.
-
No sé, quizás.
-
Pues lo estás haciendo de puta pena. – Dice entre
carcajadas.
M no tiene más que reírse. La
verdad es que si está ligando, tiene que admitir que lo está haciendo fatal.
-
¿Entonces qué? ¿Te atreves a igualar el marcador
con Toni? ¿A ver si él se lo toma con tanta deportividad como tú?
Judith lo mira abriendo
desmesuradamente la boca y se pone de pie ofendida.
-
Pero qué poca vergüenza. – Le recrimina, y se
vuelve hacia la puerta. M teme que al salir la vaya a cerrar de un portazo,
despertando a Patrick en el salón y a Toni en el otro dormitorio. Y
efectivamente la cierra, pero quedando ella por dentro y sin ruido. Acto
seguido se da la vuelta y se acerca a M, que la sigue con la mirada desde su
silla.
Se quita las gafas y se inclina
dejándolas sobre el escritorio, a continuación se monta a horcajadas sobre M.
En pistón de la silla cruje bajo el peso extra, pero M no la nota pesada. La
chica apoya los antebrazos en los hombros de él y se le queda mirando. No espera
más y la besa. Ella recibe el beso, tomando su boca en la suya, jugueteando con
la lengua. Es un beso largo, que cuando termina repiten. La boca de Judith sabe
aún a tabaco y cerveza, M imagina que la suya sabrá igual. Nota el pelo ajeno
sobre la cara y las puntas rozándole el torso desnudo. Judith avanza sobre él,
pegando su pecho al suyo. El chico nota el algodón de la camiseta ajena y bajo
la tela los pezones que presionan sobre él. Nota también una erección, incomoda
pues el pene está atrapado entre los dos cuerpo, incapaz de desplegarse por
completo.
M mete las manos bajo la camiseta
de Judith y ella levanta las manos para que él se la saque. Al hacerlo descubre
algo que nunca había visto, un pequeño tatuaje en el costado, junto al pecho,
parece una mariposa, pero no se para a mirarlo. Efectivamente los pechos de
Judith son pequeños, casi infantiles, apenas destacan sobre el cuerpo delgado
de la joven. M pasa la mano sobre uno de ellos y recuerda por un instante una
broma sobre manos, tetas, granos y ubres. La francesa se inclina y le muerde
fuertemente en el cuello, repite el mordisco un poco más arriba, justo bajo la
oreja y un tercero que tira del lóbulo hacia abajo. El dolor es placentero y la
erección es cada vez más incomoda en esa posición, así que M toma a la chica
por las axilas y la obliga a levantarse un poco, rápidamente se recoloca el
pene, pero Judith toma sus calzonas por el borde inferior y tira hacia abajo,
el chico se deja hacer y en apenas unos segundos está completamente desnudo en
la silla. Judith lo contempla de pie, vestida sólo con el pantaloncitos
desgastado, se lleva una mano a la parte delantera del mismo y tira del cordón,
con un movimiento de cadera la prenda cae por sus piernas.
La francesa tiene apenas una tira
de vello sobre su sexo, rectangular, como un bigote vertical. Los labios
mayores sobresalen excesivos, como si buscaran compensar la pequeñez de sus
senos. Judith vuelve a montarse sobre M, emplazando ahora su sexo dentro del
suyo. M nota como el pene no es capaz de entrar limpiamente, el interior de la
joven no está aún totalmente lubricado. Pero como los mordisco de hace apenas
unos momentos, el dolor resulta placentero. Cuando finalmente Judith termina de
lubricar, M se atreve a imprimir algo más de ritmo. Sin embargo la postura es
incómoda, Judith es la que tiene el control y lo ejerce marcando sus caderas
contra las del joven, M siente que apenas la punta de la polla está dentro de
ella y apenas puede moverse, así que vuelve a tomarla por las axilas y la
empuja sobre la cama.
-
Ponte condón. – Dice Judith con apenas un hilo
de voz.
M lo busca en el cajón de la
mesita de noche y cuando lo encuentra Judith lo empuja y lo hace tumbarse
bocarriba. Ella misma abre el sobrecito y le pone el preservativo, a
continuación vuelve a ponerse sobre el joven. Parece que no piensa ceder el
control, piensa M.
La francesa echa el cuerpo hacia
atrás, asiendo los tobillos del otro. M pone una mano sobre el sexo de la joven
para evitar que el pene se salga en uno de los vaivenes que marca Judith. De
repente empieza a gemir, en un tono cada vez más alto. Una alarma se enciende
en la cabeza de M, cuando Toni y Judith follan en su habitación él puede oírlos
perfectamente gracias a los gemidos y gritos de la chica, ahora podría ocurrir
lo mismo y no quiere que Toni aparezca por su habitación, así que se echa hacia
adelante y le tapa la boca con una mano. Judith lo mira sorprendida, pero se
deja hacer, se inclina un poco hacia adelante, descansando el peso sobre las
rodillas y mueve el culo arriba y abajo con fuerza. La habitación se llena con
el sonido del tapeteo que producen los cuerpos al colisionar. Parece evidente
que Judith está disfrutando, cierra los ojos concentrada en su tarea y conforme
llega al clímax muerde la mano de M con fuerza. Ahora el dolor se mezcla con el
placer, pero sin confundirse, sin mutar el uno en otro.
M retira la mano y lleva ambas a
las nalgas de la muchacha, la obliga a echar en cuerpo sobre él y le levanta
las caderas, a continuación clava firmemente los pies y empieza a mover sus
caderas con fuerza. Judith tiene la boca junto al oído de M, así que él la oye
maldecir en francés. Ni un solo “mon dieu”, pero al menos una docena de “putain”
escapan de su boca mientras lucha por controlar sus gemidos. Excitado, M
redobla sus esfuerzos y nota como el cuerpo sobre él se tensa ante un segundo
orgasmo. Casi sin fuerzas, M se deja ir, pero aún sigue con el movimiento de
las caderas, incapaz de frenarse en seco.
Se nota sudoroso, el ventilador,
al oscilar hacia ellos, le refresca apenas un costado, pues Judith no se ha
movido un ápice, como si estuviera muerta, su cuerpo flojos, desmadejado.
Finalmente se incorpora apoyando los codos sobre el pecho del joven.
-
Así sí le pondría yo los cuernos a Toni todos
los días.
M se echa adelante para darle un
beso, pero ella retira la cara y lo mira extrañada, como si se tratara de un
gesto impropio. Descabalga y se viste sin echar la vista atrás. La camiseta, al
ponérsela, se le queda automáticamente pegada al cuerpo a causa del sudor.
Busca las gafas, se las pone y se acerca M, lo mira detenidamente y dice.
-
Creo que te he hecho un chupetón en el cuello.
Espero que no, pero mejor te inventas algo. Aunque no creo que Toni se fije. Lo
siento.
M se lleva la mano al cuello,
donde ella le ha mordido, y masculla una maldición. Cuando Judith sale se
incorpora, tira el preservativo a la papelera, saca los calzoncillos de entre
las calzonas que están tiradas en el suelo y los pone. El ordenador sigue
encendido, en la pantalla aún brilla el correo que estaba escribiéndole a
Patricia. El curso parpadea al final de la última línea. Ahora, piensa M,
tendré que reescribirla entera.
“Si no fuera porque es la pareja
de mi compañero de piso, quizás le tiraba los tratos.”