viernes, 14 de agosto de 2015

Crónicas de B. II

Cuando B abre por fin los ojos la luz de la mañana se desparrama por la habitación, se gira somnolienta sobre la almohada, dándole la espalda a la ventana para intentar dormir un poco más. Pero cuando completa el movimiento ya sabe que no podrá hacerlo, el giro ha despertado un dolor de cabeza que permanecía latente desde la noche anterior. Quizás sea resaca, no le extrañaría lo más mínimo habida cuenta de la velada.

Oye, lejanos, los ruidos propios de la casa; alguien está en la cocina con la radio puesta, suena una emisora musical y una mujer, con seguridad su madre, canturrea al son de las tonadas. Del salón llega el sonido de un televisor, puede que sus hermanos estén jugando con la videoconsola o sencillamente desayunando con el televisor encendido. Posiblemente su padre haya salido a pasear un poco o a comprar el periódico. B mira de reojo el reloj, debería haberse levantado hacía un buen rato.
Se remueve entre las sábanas una vez más, buscando una postura en la que el dolor de cabeza se reduzca. Duerme solamente con una camiseta y braguitas de pantalón, pero ambas prendas se le pegan al cuerpo debido al sudor. Sin salir de entre las sábanas se quita ambas prendas y se queda desnuda, cubierta hasta la barbilla. El contacto directo de su piel con la tela fresca la despabila un poco. Se siente perezosa y decide retrasar un poco más el momento de salir de su dormitorio.
B se pierde en divagaciones interiores, un pensamiento va llevando a otro, un recuerdo a otro, y sin saber cómo se ve a si misma hace varios meses. Recuerda su marcha a España, recuerda las discusiones previas a la partida con su exnovio. Su despedida fue todo lo contrario que se supone que deberían ser las despedidas de enamorados, él se había mostrado celoso, nunca había estado de acuerdo con que ella se marchara al extranjero sola, la había acusado de cosas que aún no habían pasado y que quizás no pasasen nunca, se había mostrado dolido, traicionado. Al final ella había se marchado bañada en lágrimas, recuerda el largo vuelo transatlántico, arrepintiéndose de su decisión apenas tomada, sintiendo que ella misma había traicionado a su amado. Al recordarlo ahora B se da cuenta de lo infantil que era hace tan sólo unos meses atrás.
Recuerda velozmente las primeras semanas de su estancia, una ciudad nueva, nuevos amigos, las clases en la facultad, un idioma que empezaba a controlar pero que aún le resultaba extraño en gran medida. Recuerda también las clases de español en la academia. Como no, su mente se desliza rápida y apresuradamente hasta la clase de uno de sus profesores en particular. Lo recuerda bien, se sintió atraída por él desde el primer día que lo vio; rondaba los treinta años y, según había comentado en clase, estaba casado, pero ella nunca vio ningún anillo. No era especialmente guapo ni atractivo, pero tenía algo que la hacía sentirse excitada durante la hora y media que compartía con él. En la academia los profesores rotaban cada tres semanas, B fue desarrollando una atracción creciente por su profesor durante la primera. Durante la segunda semana comenzó a preguntarse cómo hacerle saber de su atracción, y antes del segundo viernes ya sentía en su interior el deseo irrefrenable de acostarse con él. La última semana resultó agónica, B se daba cuenta de que en apenas unos días el contacto con su profesor se reduciría a unos saludos por los pasillos o ni siquiera a eso, pues el verano se acercaba y ella temía él se marchara de vacaciones. Por las mañanas, durante sus clases en la facultad, la mente de B hallaba entretenimiento en otros asuntos, pero por las noches, en la soledad de su habitación, su profesor acudía una y otra vez a sus pensamientos. De hecho el posesivo cada vez estaba más presente al nombrarlo.
El último jueves antes de que se produjera una nueva rotación de profesores, B lo recuerda muy bien. En su fuero interno cree que nunca lo olvidará y ahora, tendida en su cama, acariciándose el sexo con las manos, revive cada instante con intensidad. Recuerda claramente la clase, a los otros estudiantes, ocho contándola a ella sentados frente a sus mesas y estas dispuestas en semicírculo, dejando un espacio para que el profesor, casi siempre de pie, hablase y se acercara a ellos por delante cuando hablaban o por detrás cuando escribían. La clase tenía un nivel avanzado, ese día estaban practicando estructuras para hablar de deseos imposibles; el profesor había explicado cómo hacerlo, había expuesto varios ejemplos en la pizarra y ahora les había pedido que escribiesen tres deseos de difícil cumplimiento. Sus compañeros, un japonés, una coreana, dos holandesas que eran pareja, otra brasileña que no le resultaba muy simpática a B,  una señora mayor de Inglaterra y un turco con bigote que parecía cumplir todos los tópicos que imaginarse pudiera sobre dicha nacionalidad, todos ellos, se inclinaban sobre sus libretas. Mientras su profesor paseaba, con las manos en la espalda, tras de ellos. Con cada estudiante se paraba un poco, se inclinaba para ver qué escribían, y hacía algunos comentarios o correcciones. B ya había escrito sus dos primeras frases, insulsas pero correctas gramaticalmente; el profesor se acercaba y ella quería tener el ejercicio terminado para cuando él llegase, así tendría que corregírselas todas y ella podría retenerlo un poco más con la excusa de cualquier duda. A B le encantaba cuando él venía a corregirle los ejercicios, podía sentir su presencia junto a ella, su rostro a centímetros del suyo; y si su profesor quería explicarle algo en detalle, solía ponerse en cuclillas junto a ella, y así ella podía mirarlo ligeramente desde arriba, lo cual se le antojaba delicioso.
Finalmente llegó a su lado, se aproximó y se inclinó sobre su hombro derecho, B aún estaba escribiendo la última frase. En realidad no la había meditado mucho, era algo que anidaba en su interior desde hacía tiempo, pujando por salir, y que ahora, a través de su bolígrafo había tomado forma sobre el papel: "Me gustaría acostarme contigo". El profesor leyó en silencio las tres frases y, sin mostrar la más leve emoción, señaló la última y dijo: "Muy bien, pero recuerda que estamos utilizando el pretérito imperfecto de subjuntivo ¿cómo lo dirías usando ese tiempo?". B se giró en la silla hacia él, mirándolo directamente a los ojos. Su interior bullía de emociones contrapuestas: ¿cómo podía ser tan imbécil ese hombre? ¿cómo podía pararse en minucias cuando le estaba lanzando tal mensaje? En una décima de segundo la ira se impuso a la vergüenza: "¿Qué te parece `me gustaría que nos acostásemos, aquí y ahora´?". "Mejor, mucho mejor", respondió sin inmutarse, se puso derecho y pasó al siguiente estudiante.
B se había quedado boquiabierta. Nada. No había obtenido nada. Ni aprobación, ni rechazo a su propuesta, ni sorpresa: nada. Podría haber escrito "Si pudiese, quisiera ser un pez" o "desearía que toda mi familia muriese" y no habría obtenido nada más de él. El profesor terminó la ronda de correcciones y se situó en el centro del semicírculo. Aleatoriamente pidió a unos y otros que leyesen algunas de las frases, solicitando a los demás estudiantes que las comentasen, hablando sobre lo realizable o irrealizable del deseo. En un cierto punto pidió a B que leyese una de las suyas. Al hacerlo sus miradas volvieron a cruzarse y él sonrío ampliamente, en sus ojos ella veía una picardía lasciva; entonces lo comprendió: la estaba retando, retándola a que leyese esa última frase ante todos. Quería exponerla, desnuda, ante las miradas de los demás. Sin haber aún abierto la boca, notó como el rubor subía a sus mejillas, como su estómago se contraía. Se sintió como una niña pequeña que ha perdido el contacto tranquilizador de la mano de su madre. Sintió como el pánico la dominaba, pero supo controlarse a tiempo. Le devolvió la sonrisa  y mirándole fijamente a los ojos pronunció una de las insulsas frases que había escrito en primer lugar. El profesor no pareció contrariado, sencillamente continuó con el ejercicio como si tal cosa.
Durante el resto de la clase, B no pudo concentrarse. Realizó los ejercicios mecánicamente y dejó que el tiempo pasase. Miró un par de veces a su profesor, apenas unas miradas de reojo, pero no cruzó palabra con él hasta el final de la clase. Cuando cumplió la hora se sucedieron las despedidas habituales, los estudiantes salieron y el profesor se quedó borrando la pizarra y recogiendo la clase. B recogió su mochila con parsimonia, despidiéndose también de los compañeros, rezagándose a posta. Cuando quedaron a solas los dos se acercó al profesor. Le pareció que él también había esperado ese momento.
- ¿Y bien? - preguntó.
- Es cierto, lo que he escrito es cierto.- respondió B.
- Quiero oírtelo decir.-sonreía sin disimulo cuando pronunció estas palabras. B dudó un instante, o quizás fue la conciencia de la teatralidad impuesta de esa situación.
- Quiero que nos acostemos. - respondió, y al pronunciar esas palabras, al oírselas a si misma fue como si un dique se rompiera y las aguas de un deseo largo tiempo contenido, se desbordasen: - O no, también podemos follar de pie. - ni ella misma podía creer lo que acababa de decir.
Pasaron unos segundos, a B se le hicieron eternos. Con cada inspiración crecía su deseo de salir corriendo de allí, se daba cuenta ahora del tremendo error que había cometido.
- Vete al aula 23. - dijo él y salió, dejándola sola en la clase.
Las habitaciones de la segunda planta eran más pequeñas, B nunca había tenido clase allí, pero sabía que se utilizaban para clases individuales o de grupos reducidos. Subió las escaleras y buscó el aula en cuestión. Encontró fácilmente otras, pero la 23 no aparecía, hasta que la vio. Estaba a la vuelta de un recodo, un poco apartada de las demás. Accionó la manija y entro en la clase. Era particularmente pequeña y carecía de ventana, disponía de una mesa grande, redonda, y tres sillas. De la pared colgaba una vieja pizarra de tizas. B supuso que esa clase tendría poco uso, aunque por su mente pasó la posibilidad de que el profesor ya hubiera utilizado ese cuarto para idénticos propósitos otras veces.
Estaba pensando en él cuando se dio cuenta de su propio aspecto. Evidentemente no había planeado nada de aquello. B generalmente usa vestidos, pero ese día había optado por un pantalón vaquero corto que dejaba sus piernas al aire y una camiseta de tirantas. Dejó la mochila en el suelo y se soltó el pelo, se lo arregló un poco con los dedos y decidió cogerse una coleta. En ese momento oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo y su corazón empezó a latir desbocado ¿qué podía hacer o decir si otro profesor la encontraba allí? La puerta se abrió y allí estaba él. B dudó qué hacer, pero sus dudas se vieron superadas cuando el avanzó unos pasos y, sin media palabra, la sujetó por la nuca y la besó.
Se besaron largamente, apretando sus cuerpos el uno contra el otro. Con la cadera ella pudo notar su erección y sonrió para sus adentros. Las manos de él estaban sobre su espalda y las de ella en sus caderas, deslizó una de la manos hasta el ínfimo espacio entre los cuerpos y agarró su miembro por sobre los pantalones. El susurró algo al oído: "la escuela va a cerrar, tenemos poco tiempo". Notó como sus manos se introducían por la parte inferior de su camiseta y subían por su espalda buscando el cierre del sujetador. B se apartó un poco del hombre y se llevó las manos al pecho, bajo la camiseta, abriendo la prenda íntima por delante. Impaciente, el profesor le levantó la camiseta sin quitársela, dejando los pechos de B al aire, mientras la sujetaba por las caderas mordió y succionó alternativamente ambos pechos, ella notaba su deseo crecer y se dejó hacer.
Pasados unos momentos, demasiado breves para el gusto de B, él la hizo girar. Mientras su mano izquierda permanecía sobre un pecho, la derecha buscó el botón de los vaqueros y lo abrió, esta vez sin problemas. Ella arqueó la espalda dejándole morder su cuello y besar el lóbulo de la oreja. Notó como le bajaba los pantalones junto a las bragas, dejándolos caer hasta sus tobillos; ella levantó un pie y se sacudió la pernera del pantalón, liberando la pierna. Cuando volvió a apoyar el pie en el suelo lo hizo separando ambas piernas. Pudo sentir como el profesor abría su propio pantalón y lo bajaba, notó claramente su polla contra su trasero, como se encajaba en el espacio entre los glúteos. Él la hizo inclinarse sobre la mesa y buscó con el miembro la entrada a su sexo, B lo ayudó con la mano y al instante notó como entraba el órgano cilíndrico dentro de ella.
Al comienzo fue suave. Ella aún no había lubricado totalmente y notó unas leves punzadas de dolor, pero éste desapareció rápidamente, sustituido por un creciente placer. Los empellones se sucedían cada vez con mayor rapidez, él la sujetaba por las caderas, deslizando su sexo dentro de ella. Un par de veces se inclinó sobre B para tomar entre sus manos uno de sus pechos. B creía enloquecer cuando los apretaba. La velocidad y la violencia de las penetraciones aumentaba, B tuvo que apoyar también los codos sobre la mesa pues creía que sus manos no serían suficiente. Al hacerlo él la tomó por el pelo, obligándola a volver a la posición original; la tenía cogida por la larga coleta y el dolor en el cuero cabelludo se convirtió en placer rápidamente.
B pudo notar como estaba a punto de llegar al orgasmo. El profesor pareció detenerse un instante, soltó su pelo y la obligó a separar las piernas un poco más. B se tumbó casi por completo sobre la mesa. El ritmo que imprimía sobre su cuerpo aquel hombre alcanzaba en esos momentos una intensidad devastadora. B no pudo controlarse más, su cuerpo comenzó a estremecerse y notó como se corría, el cuerpo ajeno respondió de igual modo y pudo notar como eyaculaba en su interior. El profesor retiró su miembro de ella y se inclinó sobre su cuerpo abrazándola. B se dio cuenta de que había tenido los ojos cerrados, los abrió e inclinando la cabeza vio su propio cuerpo sobre la mesa, sobre el borde de la misma, sus piernas separadas y deslizándose abajo por uno de sus muslos, un largo reguero de semen.
Las sábanas vuelven a estar húmedas, B se mira la mano derecha y ve sus propios fluidos. Le duele el pecho izquierdo, el cual ha estado presionando con violencia mientras se masturbaba. Se pasa la lengua por los labios un par de veces y cree recordar el olor de aquel hombre sobre ella. Esos recuerdos viven ahora en su interior y B conoce la manera de hacerlos aflorar cuando quiera o cuando los necesite.

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