Solo en el
cuarto de baño M empieza a sentir frío, recoge la toalla del lavabo y empieza a
frotarse vigorosamente los brazos, el cuello, el pecho, y continúa bajando
hasta llegar a los pies. El frío se atenúa apenas, así que se viste rápidamente,
se pone los calzoncillos y el viejo pantalón de chándal y la camiseta ajada que
se ha traído como pijama, ya que él habitualmente no usa. Durante los minutos
que transcurren en el proceso no se permite pensar en lo acontecido con
Patricia. Se concentra en lo que está haciendo como si fuera la primera vez que
lo hace. Al terminar cuelga la toalla de un gancho de la pared y recoge la ropa
del día en una bola que guarda bajo el brazo.
Cuando se
dispone a salir del baño ve las huellas húmedas de la chica en el suelo, sobre
las cuales se refleja la luz que emite la lámpara del lavabo. Huellas pequeñas
que alejan por el pasillo y se pierden tras la puerta cerrada de la habitación.
Por un segundo M duda en seguirlas, pero la puerta cerrada y el "hasta mañana"
con el que Patricia se despidió lo disuaden. Finalmente apaga la luz y a
tientas avanza hasta la puerta del salón, la abre y entra.
Dentro la
oscuridad no es tan absoluta como en el pasillo, ya que la cortina del balcón
es fina y permite que penetre la luz de las farolas. De todos modos M rebusca
en el bolsillo del pantalón que lleva hecho un ovillo bajo el brazo y saca su
teléfono móvil. Con ayuda de la luz de la pantalla intenta orientarse; cuando
ya sus ojos se han acostumbrado a la tenue luz que hay en la habitación acierta
a ver el sofá cama abierto y el bulto que se encoge sobre uno de los lados.
Patrick parece dormir apaciblemente, pero M sospecha que sólo lo finge, ya que
el ruido que ha hecho la lavadora al golpear la pared ha debido despertarlo.
M deja la ropa
junto a su mochila de viaje y cruza el salón hasta la mesa sobre la que
descansa el televisor, allí está en móvil de Patrick, tal y como suponía,
enchufado a la red. Toca la pantalla y comprueba que el teléfono de su amigo ya
está cargado, lo desconecta y conecta el suyo. Dieciocho por cierto de batería.
La cifra brilla en la pantalla cuando la electricidad comienza a fluir hacia el
aparato. Una hora más y se hubiera apagado por falta de energía. M también se
siente agotado, es la hora de que él también recargue la batería, piensa.
Se mete en
silencio en su lado del sofá cama. En un pieza de matrimonio, algo vieja, pero
el colchón parece bueno. Aunque está cansado M no tiene sueño. Se tumba
bocarriba y mira el techo. Sobre él pende un lámpara de papel, no acierta a
saber de qué color es y no lo recuerda de cuando la vio esa misma tarde, pero
sí distingue el alambre que la recorre por dentro y le da forma gracias a las
sombras que dibuja la escasa luz que entra de la calle.
Quizás el
desvelo de M se deba a su desconcierto. Hasta ahora M siempre ha llevado la
iniciativa en todas las relaciones que ha tenido, no es que sea tímido, pero
pocas veces ha sabido lograr un rollo de una sola noche. Por lo general prefiere
ir conociendo a la chica, entablar cierta relación de confianza y asegurarse
que no obtendría un "no" por respuesta antes de dar el paso
definitivo. M es bastante metódico en ese aspecto, eso le hacía sentir que tiene
el control de la relación, que él la ha iniciado y que eso le da derecho a
terminarla cuando quiera.
Obviamente no
siempre ha sido así, sus primeros escarceos amorosos fueron desastrosos, como
corresponde a cualquier adolescente que cree saber más de lo que realmente
sabe. Pero con el tiempo ha ido ganando confianza en si mismo, confianza a base
de experiencia, al menos esa es su opinión. Ha tenido distintas parejas, de
hecho en un par de ocasiones había incluso mantenido dos relaciones en
paralelo, ocultando la existencia de la una a la otra. Claro que ese tipo de
historias no siempre acababan bien. Con el paso de los años M ha ido buscando
más una compañera apacible que la excitación de los primeros momentos, pero al
salir de su país y establecerse en Brasil se ha dado cuenta de que la mayor
parte de su experiencia es inútil.
A pesar de su
torpeza inicial con las brasileñas ha conocido a un par de chicas, nada serio.
De hecho no se ha sentido demasiado cómodo con ellas en ningún momento, pero
tampoco le ha dado mayor importancia porque no han durado demasiado.
Y ahora se
encuentra con aquello. Patricia. Sin lugar a dudas aquella chica le atraía,
pero aún dudaba de qué estaba pasando realmente. Ella parecía haberle rechazado
en su primer acercamiento, quizás no rechazado, pero desde luego no había
respondido de la manera que él esperaba. Y luego estaba lo del baño. A ratos se
había sentido a su merced, sólo hacia el final había controlado mínimamente la
situación. Y al final ella lo había dejado allí solo, desnudo, de pie en el
baño con un simple "hasta mañana".
Pensando más en
la situación M llega a la conclusión de Patricia había actuado exactamente
igual que como a él le hubiese gustado hacer. Sexo sin compromiso, dormir en su
propia cama sin que una persona extraña le robase el espacio, sin dar
explicaciones, sin pedirlas, y dejando la puerta abierta a segundas veces. Pero
algo no encajaba en todo ello, o al menos el modo en cómo él se siente al
respecto no encaja, ahora que lo piensa.
La luz que entra por la ventana va en aumento, el alba se cuela en el salón
y M alcanza finalmente a ver el color de la lámpara. Es de un rosa claro. Ahora
las marcas que dibujan los alambres son más evidentes. La mente de M, cada vez
más somnolienta, vincula de algún modo esas marcas sobre el papel con las
marcas que ha visto sobre la piel de Patricia. La última imagen que viene al
recuerdo de M antes de quedar dormido es la de la cicatriz zigzagueante sobre
el pecho de su anfitriona.
Despierta sintiéndose pesado, no sabe cuánto ha dormido, pero no debe ser
mucho. Al menos no tanto como le convendría. Al girarse nota los primeros
efectos de la resaca: el dolor de cabeza le atraviesa el cráneo desde las
sienes hasta la nuca. Lo siente como el tiro de gracia de un ejecutor, sólo que
en dirección contraria. Patrick no está en la cama, lo llama en voz baja por su
nombre, pero nadie contesta. Incluso el sonido de su propia voz le retumba como
una bomba en el cerebro. La luz que entra en la habitación apenas queda ya
tamizada por las cortinas y le hiere las retinas. Conforme sus sentidos se van
despertando, los recuerdos acuden de nuevo a su mente. Pero no quiere pensar
demasiado en ello, de hecho, no podría aunque quisiera. Sólo ahora, cuando el
dolor de cabeza alcanza sus cotas máximas, percibe el olor del café. Paladea
anticipadamente el líquido, lo imagina dulce, con al menos tres cucharadas de
azúcar, y caliente, justo lo que necesita para atemperar su cuerpo.
Se levanta de la cama lentamente y coge un jersey de su maleta, ya que al
salir de entre las sábanas ha sentido frío. Se calza y sale del salón. En la
cocina encuentra Patrick leyendo una guía de viaje que compró en el aeropuerto
al aterrizar. Tiene sobre la mesa un taza de café mediada y un plato con las
migajas del desayuno. Levanta la cabeza al oírlo entrar y sonríe de oreja. Con
un tono de voz más alto de lo habitual le da a M los buenos días. Éste responde
con un gruñido: "Vai a puta que te pariu". El estadounidense
rompe a reír estrepitosamente mientras M localiza una taza y se sirve de la
cafetera. Busca a su alrededor el azucarero pero no lo ve. Tras de él oye como
Patrick agita una especie de sonajero, se gira y ve que su amigo sostiene en la
mano un dosificador de sacarina. M odia la sacarina, pero odia aún más el café
sin algo de azúcar, así que se echa dos pastillas y empieza a remover el
líquido con una cucharilla sentado frente a su compañero.
Durante unos instantes M queda absorto mirando como la cucharilla mueve el
líquido negro. Sopla a intervalos regulares y después deja el vapor le suba
hasta la cara. Conforme los segundos pasan se va despertando y las escenas de
la noche anterior se ordenan poco a poco en su cabeza. Esto hace que, bajo la mesita
de la cocina, se despierte una erección. M decide ocupar su mente en otra cosa
y pregunta a su amigo sobre qué hacer durante el día. Patrick, con su habitual
economía de palabras, le hace un rápido resumen de las opciones que tienen
mientras M se toma el café, que le sabe a rayos. Cuando finalmente toman una
decisión sobre qué hacer, vuelven a salón para vestirse y recoger sus mochilas.
Cuando ya están dispuestos para salir M se acerca a la habitación de
Patricia. La puerta está entreabierta, M toca con los nudillos y abre un poco
más, lo justo para asomar la cabeza y comprobar que la habitación está vacía. “There was nobody when I woke up” dice Patrick
detrás suya. M cierra la puerta, lo último en lo que se ha fijado ha sido en la cama,
perfectamente hecha, con el edredón estirado y ni una sola arruga, algo que
contrastaba radicalmente con el caos reinante en el cuarto.
*******
Patrick y M vuelven a la casa mojados. Su visita de la ciudad ha sido más
breve de lo planeado, pero una tormenta primaveral que ha subido desde el mar los
ha pillado sin protección y los ha calado hasta la médula. Estaban en el Cerro
de Santa Lucía, visitando los jardines y los castillos cuando en apenas unos
minutos el cielo se nubló y rompió a llover. Para cuando consiguieron llegar a
la parada de metro más cercana ya estaban chorreando. Pero al menos durante la
mañana han tenido tiempo para visitar el centro de la ciudad y comer algo.
Al ruido de la puerta sale Patricia, lleva unos vaqueros y sobre ellos una
falda de punto que parece hecha a mano, lleva también unos calcetines enormes y
muy desgastados y una camiseta de manga corta de “Black Sabbath”. M no puede
dejar de fijarse en que la camiseta cubre por completo el hombro dañado, pero
cae un poco hacia el contrario, dejando ver la tiranta negra del sujetador.
Patricia parece divertida de verlos en ese estado y bromea sobre el hecho de
que hoy ya podrán ahorrase la ducha. Al decir esto M levanta la mirada como si
le hubiesen pinchado con una aguja y mira fijamente a la chica, pero no, no era
una alusión a lo ocurrido la noche anterior, solamente les estaba tomando el
pelo.
Cuando los chicos ya se han duchado y cambiado los tres se sientan en la
mesa de la cocina. Fuera ya ha dejado de llover y aún queda un rato para la
cena. Los chicos habían comprado algo de queso, pan y vino antes de tener que
huir de la lluvia con la idea de comérselo en el Cerro de Santa Lucía, pero le
han propuesto a Patricia cenar eso y cualquier cosa que preparen. Pero sin
esperar a la cena han abierto el vino y han comenzado a charlar sobre mil y una
cosas.
M quisiera preguntarle a Patricia la razón de su cicatriz, pero no quiere
hacerlo frente a Patrick, y aunque el estadounidense es una persona sumamente
discreta, no quiere sacar él el tema.
La tarde pasa y se vuelve noche. La hora de la cena queda atrás y el queso,
el gran pedazo que compraron, desaparece entre vasos de vino. M está cansado
pero no quiere ser el primero en acostarse, disimuladamente da con la punta del
pie a Patrick bajo la mesa. Su amigo parece no inmutarse. Repite el puntapié,
esta vez con menos disimulo y más fuerza, pero el chico permanece impertérrito.
Sin embargo es Patricia la que, bostezando tras su mano apunta: “creo que me
voy a acostar, estoy cansada”. Los chicos se despiden de ella y se quedan solos
en la cocina. Patrick tiene entre sus manos un vasito de vino inacabado y lo
mira sin decir palabra, M se levanta y echa un vaso de agua, se lo bebe de un
trago y vuelve a llenarlo. Alguien le dijo una vez que si bebía un par de vasos
de agua justo antes de acostarse, evitaría la resaca al día siguiente, y aunque
no han bebido mucho, quiere evitar la resaca que le ha acompañado casi toda la
mañana.
Mientras apura el segundo vaso, Patrick se levanta dejando un resto de vino
en su vaso. “Boa noite”, dice mientras sale del cuarto. M se ha quedado sólo,
de pie apoyado en el fregadero duda entre ir a lavarse los dientes y acostarse
ya en el sofá cama junto a su amigo, o llamar a la puerta de su anfitriona con la
esperanza de repetir lo que ocurrió la noche anterior. Mientras sopesa en su
cabeza ambas opciones, nota como una erección comienza a asomar en su pantalón.
Incómodo, se recoloca el pene para que no abulte tanto e intenta pensar en otra
cosa, pero es incapaz. Finalmente decide tomar la primera opción, no quiere
molestar a Patricia, además, si ella quisiera algo ya se lo habría hecho saber.
Con lo de la noche anterior le ha quedado claro que se trata de una chica que
toma la iniciativa.
La imagen que le devuelve la mirada desde el espejo ya no es la de un
jovencito, M es cada vez más consciente de que entra en la treintena y que los
años van dejando marcas. Antes solía llevar una barba corta, como de tres días,
pero dejó de hacerlo cuando empezó a descubrirse las primeras canas. Ahora,
incluso cuando se salta un día el afeitado, ya asoman las puntas blancas. Por
suerte conserva el pelo, aunque las entradas parecen más amplias que cuando
empezó la Universidad.
Una vez termina de lavarse los dientes y ha orinado, sale del baño para ir
a dormir, en el momento de apagar la luz del servicio ve cómo se abre la puerta
del cuarto de Patricia, allí al final del pasillo. Una luz tenue se escapa
recortando la silueta de la muchacha. “¿Te apetece fumar un poco antes de irte
a dormir?”. Por toda respuesta M se encoge de hombros, pero entonces cae en la
cuenta de que con tan poca luz es posible que Patricia no haya visto su gesto,
así que añade: “está bien”.
La habitación no está más recogida que esa mañana. Libros apilados en el
suelo junto a un viejo armario de cuatro puertas que no cierra bien, dejando
entrever ropa guardada de cualquier manera. Un par de pósters colgados con chinchetas
y multitud de papeles con frases cuelgan de las paredes. Ni una sola
fotografía. La mesa sobre la que descansa el ordenador está atestada de papeles
y cajas de cedés, y sí, es lo que le había parecido a M, unas zapatillas
deportivas viejas sobre una pila de libros. En la estantería sobre la mesa, dos
altavoces conectados al portátil y más libros, entre ellos un diccionario de
español-francés y otros de español-italiano. Le sorprende no ver ninguno de
inglés, pero la verdad es que la chica tiene un gran dominio de la lengua de
Shakespeare a juzgar por lo que ha oído hasta el momento.
Patricia se sienta en la silla frente a la mesa y se gira dándole la espalda
al chico. M no tiene otra que sentarse en una esquina la cama, la cual sigue
sin una arruga. Al cabo de unos instantes Patricia se gira y se enciende el
porro que ha estado liando, da una profunda calada y, mientras expulsa el humo,
lo mira desde arriba. Da una profunda calada y con el meñique se retira una
hebra de tabaco del labio inferior. El silencio es apenas roto por los débiles ruidos
que proceden de la calle. Patricia, sin decir esta boca es mía, le pasa el
porro a M y se gira para seleccionar algo de música en su ordenador. No le
pregunta al chico qué le apetece, sencillamente selecciona una carpeta y la
pone a reproducir. Suena una canción en francés, es la voz de un hombre, M no
conoce a muchos cantantes franceses, pero rápidamente descarta que sean Jacques
Brel o Léo Ferré, aunque suena como ellos. Expulsando el humo pregunta quién
canta. “Jean Leloup” responde lacónica Patricia. Juan “el Lobo”, piensa para si
M.
Le tiende el cigarro a la muchacha y ésta se levanta brevemente de la silla
para cogerlo, pero cuando sus dedos se rozan, Patricia se echa sobre él y se
pone de rodillas sobre su regazo, con las piernas apoyadas en la cama. Esta
posición obliga a M a reclinarse sobre sus codos, mirando de nuevo desde abajo
a la chica. Patricia fuma mirándole fijamente, sin decir palabra. Da un par de
caladas más y le pasa el porro al chico para que se lo acabe. Mientras M inhala
apoyado sobre su codo izquierdo, Patricia se quita la camiseta. Bajo ella
aparecen sus pechos, grandes para una chica de su talla. Hasta ese momento M no
se había dado cuenta de que ya no se veía la tiranta de sujetador bajo la
camiseta. Sus pezones están enhiestos pese a que no hace frío en la habitación.
Patricia le quita la colilla de los dedos, se inclina fuera de la cama y la
apaga váyase a saber dónde, después ayuda a M quitarse la vieja camiseta que
usa para dormir. Patricia la mira burlona: “voy a tener que comprarte ropa
nueva”. Se inclina sobre él y lo besa. Sabe a tabaco y a vino tinto, contra su
pecho M siente la calidez de las mamas de ella, y su erección vuelve, si es que
alguna vez se fue del todo.
Patricia echa el cuerpo hacia adelante y M aprovecha para atrapar un pecho
y empezar a lamerlo, a morderlo. La oye gemir y eso lo excita aún más, pasa al
otro pecho mientras con la mano izquierda masajea el primero, aún húmedo de su
saliva. Nota como la chica aprieta sus caderas contra las suyas, aunque duda
que pueda sentir su erección, pues ella aún lleva la combinación de vaqueros y
gruesa falda hecha a mano.
Con un golpe de cadera M la hace rodar por la cama y él se sitúa ahora
sobre ella, desabrocha el botón del pantalón e introduciendo un par de dedos
tira hacia abajo llevándose todo, bragas, pantalón, falda y, de premio, los
gruesos y sucios calcetines. Patricia apenas tiene vello púbico, apenas un
pequeño rosetón de pelo rizado. M le muerde bajo el ombligo y nota como su
cuerpo se arquea, repite un poco más abajo y Patricia le pone las manos sobre
la cabeza, agarrándole mechones de pelo. Otro bocado más abajo, donde comienza
el vello y oye un gemido que escapa de entre los labios de la muchacha. En el
siguiente bocado mantiene los pelos entre los dientes hasta que oye una pequeña
exclamación de dolor. Finalmente llega al sexo, pero aquí no muerde, sino que
cierra los labios y succiona como si bebiese de una pajita. El gemido de Patricia
le indica que está en el lugar exacto. M se recoloca y se echa las piernas de
la chica sobre los hombros, y lleva una mano hasta su vientre, presiona a la
vez que succiona de nuevo. Nota como con cada succión Patricia aprieta las
piernas, lo repite dos, tres veces, cuatro… cada vez más rápido. Patricia toma
la mano de M que está sobre su abdomen y la lleva a un pecho. M lo aprieta,
pellizca el pezón y vuelve a apretarlo, todo ello sin dejar de lamer y
succionar. Patricia vuelve a llevar las manos sobre la cabeza del chico y
arquea la espalda, susurra un “sigue” y comienza a marcar ella el ritmo con
las caderas. Un fuerte pellizco en el pezón hace lanzar un gritito a la
muchacha, pero al punto M nota como el cuerpo de ella se tensa, todos los
músculos del cuerpo ajeno parece a punto de romperse, y de repente, el cuerpo
de Patricia cae sobre la colcha pesadamente, ella le retira la cabeza de sus
sexo y la deposita sobre su vientre, mientras le acaricia el pelo. “Muy bien,
muy bien” susurra.
M no sabe si ha pasado un minuto o dos, quizás incluso menos, pero apoyado
en el vientre de Patricia se relaja y nota como su erección también lo hace. “No, eso
si que no”, piensa para si, y se revuelve, se pone de pie y se baja a la par
pantalón y calzoncillos. Patricia lo mira sin parpadear, apoya los codos en la
cama y se desplaza hacia arriba. “Espera” dice, se inclina hacia una mesita de
noche con dos cajones y abre el inferior, rebusca hasta encontrar un
preservativo y un pequeño bote de plástico azul. Le echa el condón a M y
mientras este, extrañado, se lo pone, ella abre el botecito y se lo tiende al
chico. “Vamos a hacerlo por el culo” le dice mientras se pone a cuatro patas.
Aunque se lo ha propuesto a varias de sus parejas y ha fantaseado con ello,
M nunca se ha follado a una chica por el culo, pero ante la sugerencia de
Patricia no tiene otra que aceptar. Se echa un poco de lubricante en los dedos
y lo extiende por el ano, introduce un dedo y nota como el esfínter se dilata
inmediatamente, repite con dos dedos y estos entran sin problemas. A
continuación extiende un poco de lubricante sobre el condón que recubre su pene
y, ayudado de la mano, penetra lentamente a Patricia. Esta deja escapar un
suspiro largo y profundo, relajando el cuerpo a la par. M nota una estrechez
desconocida alrededor de su pene, pero conforme embiste una y otra vez, ésta se
reduce. En esta posición vuelve a fijarse en la gran cicatriz de Patricia. Si
vista por delante parecía la cola de una animal, zigzagueando desde el hombro
hasta el pecho, por detrás parece una mano de tres dedos, el más corto
descendiendo por la parte trasera del antebrazo, se detiene a mitad de camino
del codo, los otros dos, más largos, abrazan la escápula.
M nota como se está excitando y mueve las caderas adelante y atrás cada vez
con más fuerza. Patricia se inclina hacia adelante y lleva una mano a su sexo.
M adivina más que ve cómo la chica se masturba mientras él la penetra por
detrás. El imaginarla con sus dos orificios penetrados lo vuelve loco de excitación
y arremete con más fuerza, pero nota como sus rodillas resbalan en la colcha,
así que tira de las caderas de la chica hacia un lado y él sale de la cama,
plantando los pies en el suelo. En esta posición agarra fuertemente las caderas
de Patricia y sigue follándola mientras ella se masturba. No puede creer que
esté haciendo esto. Cada gemido de la chica lo lleva un poco más allá en su
ardor. Al poco no es capaz de controlarse y pierde el ritmo conforme nota que
se acerca el orgasmo. Ella también lo ha notado y susurra entre suspiros “espérate,
espérate”. M intenta controlarse, pero de poco le vale, otro empellón más, otro
más, y otro… No se controla. Otro más. No puede controlarse. Un empujón más. Ya
está. Otro. M nota como se cuerpo se relaja y se crispa alternativamente, se
derrama dentro del preservativo pero sin dejar de empujar rítmicamente.
Continúa un poco más, pero las fuerzas lo abandonan. Finalmente no puede más y
se derrumba sobre la cama.
Patricia se gira sobre él, aún con la mano sobre su sexo, dos dedos dentro.
“Mírame” le ordena mientras se monta a horcajadas sobre el vientre del chico. M
obedece mientras ve cómo la chica se masturba, cómo se muerde el labio inferior
y entorna los ojos. M alza las manos para tocarle los pechos, pero ella se las
quita de un bofetón para, a continuación, posar la mano que tiene libre sobre
su propio pecho y pellizcarlo suavemente. M nota como, dentro del preservativo
pegajoso, su pene vuelve a recuperar la erección, pero no puede apartar la
mirada de Patricia. No sabe cuánto tiempo le habrá llegado a la chica, pero
finalmente, con un largo gemido, se corre. Al sacar los dedos de la vagina
estos están relucientes y pringosos. Patricia mira fijamente a M a los ojos y
se chupa la punta de uno de los dedos. Luego sonríe picarona, pone cara de asco
y se deja caer junto a él. Lo abraza y le susurra al oído: “no sé por qué cojo
contigo después de las dos patadas que me has dado antes”.
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