jueves, 27 de agosto de 2015

Relatos de M. II



Solo en el cuarto de baño M empieza a sentir frío, recoge la toalla del lavabo y empieza a frotarse vigorosamente los brazos, el cuello, el pecho, y continúa bajando hasta llegar a los pies. El frío se atenúa apenas, así que se viste rápidamente, se pone los calzoncillos y el viejo pantalón de chándal y la camiseta ajada que se ha traído como pijama, ya que él habitualmente no usa. Durante los minutos que transcurren en el proceso no se permite pensar en lo acontecido con Patricia. Se concentra en lo que está haciendo como si fuera la primera vez que lo hace. Al terminar cuelga la toalla de un gancho de la pared y recoge la ropa del día en una bola que guarda bajo el brazo.
Cuando se dispone a salir del baño ve las huellas húmedas de la chica en el suelo, sobre las cuales se refleja la luz que emite la lámpara del lavabo. Huellas pequeñas que alejan por el pasillo y se pierden tras la puerta cerrada de la habitación. Por un segundo M duda en seguirlas, pero la puerta cerrada y el "hasta mañana" con el que Patricia se despidió lo disuaden. Finalmente apaga la luz y a tientas avanza hasta la puerta del salón, la abre y entra.
Dentro la oscuridad no es tan absoluta como en el pasillo, ya que la cortina del balcón es fina y permite que penetre la luz de las farolas. De todos modos M rebusca en el bolsillo del pantalón que lleva hecho un ovillo bajo el brazo y saca su teléfono móvil. Con ayuda de la luz de la pantalla intenta orientarse; cuando ya sus ojos se han acostumbrado a la tenue luz que hay en la habitación acierta a ver el sofá cama abierto y el bulto que se encoge sobre uno de los lados. Patrick parece dormir apaciblemente, pero M sospecha que sólo lo finge, ya que el ruido que ha hecho la lavadora al golpear la pared ha debido despertarlo.
M deja la ropa junto a su mochila de viaje y cruza el salón hasta la mesa sobre la que descansa el televisor, allí está en móvil de Patrick, tal y como suponía, enchufado a la red. Toca la pantalla y comprueba que el teléfono de su amigo ya está cargado, lo desconecta y conecta el suyo. Dieciocho por cierto de batería. La cifra brilla en la pantalla cuando la electricidad comienza a fluir hacia el aparato. Una hora más y se hubiera apagado por falta de energía. M también se siente agotado, es la hora de que él también recargue la batería, piensa.
Se mete en silencio en su lado del sofá cama. En un pieza de matrimonio, algo vieja, pero el colchón parece bueno. Aunque está cansado M no tiene sueño. Se tumba bocarriba y mira el techo. Sobre él pende un lámpara de papel, no acierta a saber de qué color es y no lo recuerda de cuando la vio esa misma tarde, pero sí distingue el alambre que la recorre por dentro y le da forma gracias a las sombras que dibuja la escasa luz que entra de la calle.
Quizás el desvelo de M se deba a su desconcierto. Hasta ahora M siempre ha llevado la iniciativa en todas las relaciones que ha tenido, no es que sea tímido, pero pocas veces ha sabido lograr un rollo de una sola noche. Por lo general prefiere ir conociendo a la chica, entablar cierta relación de confianza y asegurarse que no obtendría un "no" por respuesta antes de dar el paso definitivo. M es bastante metódico en ese aspecto, eso le hacía sentir que tiene el control de la relación, que él la ha iniciado y que eso le da derecho a terminarla cuando quiera.
Obviamente no siempre ha sido así, sus primeros escarceos amorosos fueron desastrosos, como corresponde a cualquier adolescente que cree saber más de lo que realmente sabe. Pero con el tiempo ha ido ganando confianza en si mismo, confianza a base de experiencia, al menos esa es su opinión. Ha tenido distintas parejas, de hecho en un par de ocasiones había incluso mantenido dos relaciones en paralelo, ocultando la existencia de la una a la otra. Claro que ese tipo de historias no siempre acababan bien. Con el paso de los años M ha ido buscando más una compañera apacible que la excitación de los primeros momentos, pero al salir de su país y establecerse en Brasil se ha dado cuenta de que la mayor parte de su experiencia es inútil.
A pesar de su torpeza inicial con las brasileñas ha conocido a un par de chicas, nada serio. De hecho no se ha sentido demasiado cómodo con ellas en ningún momento, pero tampoco le ha dado mayor importancia porque no han durado demasiado.
Y ahora se encuentra con aquello. Patricia. Sin lugar a dudas aquella chica le atraía, pero aún dudaba de qué estaba pasando realmente. Ella parecía haberle rechazado en su primer acercamiento, quizás no rechazado, pero desde luego no había respondido de la manera que él esperaba. Y luego estaba lo del baño. A ratos se había sentido a su merced, sólo hacia el final había controlado mínimamente la situación. Y al final ella lo había dejado allí solo, desnudo, de pie en el baño con un simple "hasta mañana".
Pensando más en la situación M llega a la conclusión de Patricia había actuado exactamente igual que como a él le hubiese gustado hacer. Sexo sin compromiso, dormir en su propia cama sin que una persona extraña le robase el espacio, sin dar explicaciones, sin pedirlas, y dejando la puerta abierta a segundas veces. Pero algo no encajaba en todo ello, o al menos el modo en cómo él se siente al respecto no encaja, ahora que lo piensa.
La luz que entra por la ventana va en aumento, el alba se cuela en el salón y M alcanza finalmente a ver el color de la lámpara. Es de un rosa claro. Ahora las marcas que dibujan los alambres son más evidentes. La mente de M, cada vez más somnolienta, vincula de algún modo esas marcas sobre el papel con las marcas que ha visto sobre la piel de Patricia. La última imagen que viene al recuerdo de M antes de quedar dormido es la de la cicatriz zigzagueante sobre el pecho de su anfitriona.

Despierta sintiéndose pesado, no sabe cuánto ha dormido, pero no debe ser mucho. Al menos no tanto como le convendría. Al girarse nota los primeros efectos de la resaca: el dolor de cabeza le atraviesa el cráneo desde las sienes hasta la nuca. Lo siente como el tiro de gracia de un ejecutor, sólo que en dirección contraria. Patrick no está en la cama, lo llama en voz baja por su nombre, pero nadie contesta. Incluso el sonido de su propia voz le retumba como una bomba en el cerebro. La luz que entra en la habitación apenas queda ya tamizada por las cortinas y le hiere las retinas. Conforme sus sentidos se van despertando, los recuerdos acuden de nuevo a su mente. Pero no quiere pensar demasiado en ello, de hecho, no podría aunque quisiera. Sólo ahora, cuando el dolor de cabeza alcanza sus cotas máximas, percibe el olor del café. Paladea anticipadamente el líquido, lo imagina dulce, con al menos tres cucharadas de azúcar, y caliente, justo lo que necesita para atemperar su cuerpo.

Se levanta de la cama lentamente y coge un jersey de su maleta, ya que al salir de entre las sábanas ha sentido frío. Se calza y sale del salón. En la cocina encuentra Patrick leyendo una guía de viaje que compró en el aeropuerto al aterrizar. Tiene sobre la mesa un taza de café mediada y un plato con las migajas del desayuno. Levanta la cabeza al oírlo entrar y sonríe de oreja. Con un tono de voz más alto de lo habitual le da a M los buenos días. Éste responde con un gruñido: "Vai a puta que te pariu". El estadounidense rompe a reír estrepitosamente mientras M localiza una taza y se sirve de la cafetera. Busca a su alrededor el azucarero pero no lo ve. Tras de él oye como Patrick agita una especie de sonajero, se gira y ve que su amigo sostiene en la mano un dosificador de sacarina. M odia la sacarina, pero odia aún más el café sin algo de azúcar, así que se echa dos pastillas y empieza a remover el líquido con una cucharilla sentado frente a su compañero.

Durante unos instantes M queda absorto mirando como la cucharilla mueve el líquido negro. Sopla a intervalos regulares y después deja el vapor le suba hasta la cara. Conforme los segundos pasan se va despertando y las escenas de la noche anterior se ordenan poco a poco en su cabeza. Esto hace que, bajo la mesita de la cocina, se despierte una erección. M decide ocupar su mente en otra cosa y pregunta a su amigo sobre qué hacer durante el día. Patrick, con su habitual economía de palabras, le hace un rápido resumen de las opciones que tienen mientras M se toma el café, que le sabe a rayos. Cuando finalmente toman una decisión sobre qué hacer, vuelven a salón para vestirse y recoger sus mochilas.

Cuando ya están dispuestos para salir M se acerca a la habitación de Patricia. La puerta está entreabierta, M toca con los nudillos y abre un poco más, lo justo para asomar la cabeza y comprobar que la habitación está vacía. “There was nobody when I woke up” dice Patrick detrás suya. M cierra la puerta, lo último en lo que se ha fijado ha sido en la cama, perfectamente hecha, con el edredón estirado y ni una sola arruga, algo que contrastaba radicalmente con el caos reinante en el cuarto.

*******

Patrick y M vuelven a la casa mojados. Su visita de la ciudad ha sido más breve de lo planeado, pero una tormenta primaveral que ha subido desde el mar los ha pillado sin protección y los ha calado hasta la médula. Estaban en el Cerro de Santa Lucía, visitando los jardines y los castillos cuando en apenas unos minutos el cielo se nubló y rompió a llover. Para cuando consiguieron llegar a la parada de metro más cercana ya estaban chorreando. Pero al menos durante la mañana han tenido tiempo para visitar el centro de la ciudad y comer algo.

Al ruido de la puerta sale Patricia, lleva unos vaqueros y sobre ellos una falda de punto que parece hecha a mano, lleva también unos calcetines enormes y muy desgastados y una camiseta de manga corta de “Black Sabbath”. M no puede dejar de fijarse en que la camiseta cubre por completo el hombro dañado, pero cae un poco hacia el contrario, dejando ver la tiranta negra del sujetador. Patricia parece divertida de verlos en ese estado y bromea sobre el hecho de que hoy ya podrán ahorrase la ducha. Al decir esto M levanta la mirada como si le hubiesen pinchado con una aguja y mira fijamente a la chica, pero no, no era una alusión a lo ocurrido la noche anterior, solamente les estaba tomando el pelo.

Cuando los chicos ya se han duchado y cambiado los tres se sientan en la mesa de la cocina. Fuera ya ha dejado de llover y aún queda un rato para la cena. Los chicos habían comprado algo de queso, pan y vino antes de tener que huir de la lluvia con la idea de comérselo en el Cerro de Santa Lucía, pero le han propuesto a Patricia cenar eso y cualquier cosa que preparen. Pero sin esperar a la cena han abierto el vino y han comenzado a charlar sobre mil y una cosas.

M quisiera preguntarle a Patricia la razón de su cicatriz, pero no quiere hacerlo frente a Patrick, y aunque el estadounidense es una persona sumamente discreta, no quiere sacar él el tema.

La tarde pasa y se vuelve noche. La hora de la cena queda atrás y el queso, el gran pedazo que compraron, desaparece entre vasos de vino. M está cansado pero no quiere ser el primero en acostarse, disimuladamente da con la punta del pie a Patrick bajo la mesa. Su amigo parece no inmutarse. Repite el puntapié, esta vez con menos disimulo y más fuerza, pero el chico permanece impertérrito. Sin embargo es Patricia la que, bostezando tras su mano apunta: “creo que me voy a acostar, estoy cansada”. Los chicos se despiden de ella y se quedan solos en la cocina. Patrick tiene entre sus manos un vasito de vino inacabado y lo mira sin decir palabra, M se levanta y echa un vaso de agua, se lo bebe de un trago y vuelve a llenarlo. Alguien le dijo una vez que si bebía un par de vasos de agua justo antes de acostarse, evitaría la resaca al día siguiente, y aunque no han bebido mucho, quiere evitar la resaca que le ha acompañado casi toda la mañana.

Mientras apura el segundo vaso, Patrick se levanta dejando un resto de vino en su vaso. “Boa noite”, dice mientras sale del cuarto. M se ha quedado sólo, de pie apoyado en el fregadero duda entre ir a lavarse los dientes y acostarse ya en el sofá cama junto a su amigo, o llamar a la puerta de su anfitriona con la esperanza de repetir lo que ocurrió la noche anterior. Mientras sopesa en su cabeza ambas opciones, nota como una erección comienza a asomar en su pantalón. Incómodo, se recoloca el pene para que no abulte tanto e intenta pensar en otra cosa, pero es incapaz. Finalmente decide tomar la primera opción, no quiere molestar a Patricia, además, si ella quisiera algo ya se lo habría hecho saber. Con lo de la noche anterior le ha quedado claro que se trata de una chica que toma la iniciativa.

La imagen que le devuelve la mirada desde el espejo ya no es la de un jovencito, M es cada vez más consciente de que entra en la treintena y que los años van dejando marcas. Antes solía llevar una barba corta, como de tres días, pero dejó de hacerlo cuando empezó a descubrirse las primeras canas. Ahora, incluso cuando se salta un día el afeitado, ya asoman las puntas blancas. Por suerte conserva el pelo, aunque las entradas parecen más amplias que cuando empezó la Universidad.

Una vez termina de lavarse los dientes y ha orinado, sale del baño para ir a dormir, en el momento de apagar la luz del servicio ve cómo se abre la puerta del cuarto de Patricia, allí al final del pasillo. Una luz tenue se escapa recortando la silueta de la muchacha. “¿Te apetece fumar un poco antes de irte a dormir?”. Por toda respuesta M se encoge de hombros, pero entonces cae en la cuenta de que con tan poca luz es posible que Patricia no haya visto su gesto, así que añade: “está bien”.

La habitación no está más recogida que esa mañana. Libros apilados en el suelo junto a un viejo armario de cuatro puertas que no cierra bien, dejando entrever ropa guardada de cualquier manera. Un par de pósters colgados con chinchetas y multitud de papeles con frases cuelgan de las paredes. Ni una sola fotografía. La mesa sobre la que descansa el ordenador está atestada de papeles y cajas de cedés, y sí, es lo que le había parecido a M, unas zapatillas deportivas viejas sobre una pila de libros. En la estantería sobre la mesa, dos altavoces conectados al portátil y más libros, entre ellos un diccionario de español-francés y otros de español-italiano. Le sorprende no ver ninguno de inglés, pero la verdad es que la chica tiene un gran dominio de la lengua de Shakespeare a juzgar por lo que ha oído hasta el momento.

Patricia se sienta en la silla frente a la mesa y se gira dándole la espalda al chico. M no tiene otra que sentarse en una esquina la cama, la cual sigue sin una arruga. Al cabo de unos instantes Patricia se gira y se enciende el porro que ha estado liando, da una profunda calada y, mientras expulsa el humo, lo mira desde arriba. Da una profunda calada y con el meñique se retira una hebra de tabaco del labio inferior. El silencio es apenas roto por los débiles ruidos que proceden de la calle. Patricia, sin decir esta boca es mía, le pasa el porro a M y se gira para seleccionar algo de música en su ordenador. No le pregunta al chico qué le apetece, sencillamente selecciona una carpeta y la pone a reproducir. Suena una canción en francés, es la voz de un hombre, M no conoce a muchos cantantes franceses, pero rápidamente descarta que sean Jacques Brel o Léo Ferré, aunque suena como ellos. Expulsando el humo pregunta quién canta. “Jean Leloup” responde lacónica Patricia. Juan “el Lobo”, piensa para si M.

Le tiende el cigarro a la muchacha y ésta se levanta brevemente de la silla para cogerlo, pero cuando sus dedos se rozan, Patricia se echa sobre él y se pone de rodillas sobre su regazo, con las piernas apoyadas en la cama. Esta posición obliga a M a reclinarse sobre sus codos, mirando de nuevo desde abajo a la chica. Patricia fuma mirándole fijamente, sin decir palabra. Da un par de caladas más y le pasa el porro al chico para que se lo acabe. Mientras M inhala apoyado sobre su codo izquierdo, Patricia se quita la camiseta. Bajo ella aparecen sus pechos, grandes para una chica de su talla. Hasta ese momento M no se había dado cuenta de que ya no se veía la tiranta de sujetador bajo la camiseta. Sus pezones están enhiestos pese a que no hace frío en la habitación. Patricia le quita la colilla de los dedos, se inclina fuera de la cama y la apaga váyase a saber dónde, después ayuda a M quitarse la vieja camiseta que usa para dormir. Patricia la mira burlona: “voy a tener que comprarte ropa nueva”. Se inclina sobre él y lo besa. Sabe a tabaco y a vino tinto, contra su pecho M siente la calidez de las mamas de ella, y su erección vuelve, si es que alguna vez se fue del todo.

Patricia echa el cuerpo hacia adelante y M aprovecha para atrapar un pecho y empezar a lamerlo, a morderlo. La oye gemir y eso lo excita aún más, pasa al otro pecho mientras con la mano izquierda masajea el primero, aún húmedo de su saliva. Nota como la chica aprieta sus caderas contra las suyas, aunque duda que pueda sentir su erección, pues ella aún lleva la combinación de vaqueros y gruesa falda hecha a mano.

Con un golpe de cadera M la hace rodar por la cama y él se sitúa ahora sobre ella, desabrocha el botón del pantalón e introduciendo un par de dedos tira hacia abajo llevándose todo, bragas, pantalón, falda y, de premio, los gruesos y sucios calcetines. Patricia apenas tiene vello púbico, apenas un pequeño rosetón de pelo rizado. M le muerde bajo el ombligo y nota como su cuerpo se arquea, repite un poco más abajo y Patricia le pone las manos sobre la cabeza, agarrándole mechones de pelo. Otro bocado más abajo, donde comienza el vello y oye un gemido que escapa de entre los labios de la muchacha. En el siguiente bocado mantiene los pelos entre los dientes hasta que oye una pequeña exclamación de dolor. Finalmente llega al sexo, pero aquí no muerde, sino que cierra los labios y succiona como si bebiese de una pajita. El gemido de Patricia le indica que está en el lugar exacto. M se recoloca y se echa las piernas de la chica sobre los hombros, y lleva una mano hasta su vientre, presiona a la vez que succiona de nuevo. Nota como con cada succión Patricia aprieta las piernas, lo repite dos, tres veces, cuatro… cada vez más rápido. Patricia toma la mano de M que está sobre su abdomen y la lleva a un pecho. M lo aprieta, pellizca el pezón y vuelve a apretarlo, todo ello sin dejar de lamer y succionar. Patricia vuelve a llevar las manos sobre la cabeza del chico y arquea la espalda, susurra un “sigue” y comienza a marcar ella el ritmo con las caderas. Un fuerte pellizco en el pezón hace lanzar un gritito a la muchacha, pero al punto M nota como el cuerpo de ella se tensa, todos los músculos del cuerpo ajeno parece a punto de romperse, y de repente, el cuerpo de Patricia cae sobre la colcha pesadamente, ella le retira la cabeza de sus sexo y la deposita sobre su vientre, mientras le acaricia el pelo. “Muy bien, muy bien” susurra.

M no sabe si ha pasado un minuto o dos, quizás incluso menos, pero apoyado en el vientre de Patricia se relaja y nota como su erección también lo hace. “No, eso si que no”, piensa para si, y se revuelve, se pone de pie y se baja a la par pantalón y calzoncillos. Patricia lo mira sin parpadear, apoya los codos en la cama y se desplaza hacia arriba. “Espera” dice, se inclina hacia una mesita de noche con dos cajones y abre el inferior, rebusca hasta encontrar un preservativo y un pequeño bote de plástico azul. Le echa el condón a M y mientras este, extrañado, se lo pone, ella abre el botecito y se lo tiende al chico. “Vamos a hacerlo por el culo” le dice mientras se pone a cuatro patas.

Aunque se lo ha propuesto a varias de sus parejas y ha fantaseado con ello, M nunca se ha follado a una chica por el culo, pero ante la sugerencia de Patricia no tiene otra que aceptar. Se echa un poco de lubricante en los dedos y lo extiende por el ano, introduce un dedo y nota como el esfínter se dilata inmediatamente, repite con dos dedos y estos entran sin problemas. A continuación extiende un poco de lubricante sobre el condón que recubre su pene y, ayudado de la mano, penetra lentamente a Patricia. Esta deja escapar un suspiro largo y profundo, relajando el cuerpo a la par. M nota una estrechez desconocida alrededor de su pene, pero conforme embiste una y otra vez, ésta se reduce. En esta posición vuelve a fijarse en la gran cicatriz de Patricia. Si vista por delante parecía la cola de una animal, zigzagueando desde el hombro hasta el pecho, por detrás parece una mano de tres dedos, el más corto descendiendo por la parte trasera del antebrazo, se detiene a mitad de camino del codo, los otros dos, más largos, abrazan la escápula.

M nota como se está excitando y mueve las caderas adelante y atrás cada vez con más fuerza. Patricia se inclina hacia adelante y lleva una mano a su sexo. M adivina más que ve cómo la chica se masturba mientras él la penetra por detrás. El imaginarla con sus dos orificios penetrados lo vuelve loco de excitación y arremete con más fuerza, pero nota como sus rodillas resbalan en la colcha, así que tira de las caderas de la chica hacia un lado y él sale de la cama, plantando los pies en el suelo. En esta posición agarra fuertemente las caderas de Patricia y sigue follándola mientras ella se masturba. No puede creer que esté haciendo esto. Cada gemido de la chica lo lleva un poco más allá en su ardor. Al poco no es capaz de controlarse y pierde el ritmo conforme nota que se acerca el orgasmo. Ella también lo ha notado y susurra entre suspiros “espérate, espérate”. M intenta controlarse, pero de poco le vale, otro empellón más, otro más, y otro… No se controla. Otro más. No puede controlarse. Un empujón más. Ya está. Otro. M nota como se cuerpo se relaja y se crispa alternativamente, se derrama dentro del preservativo pero sin dejar de empujar rítmicamente. Continúa un poco más, pero las fuerzas lo abandonan. Finalmente no puede más y se derrumba sobre la cama.

Patricia se gira sobre él, aún con la mano sobre su sexo, dos dedos dentro. “Mírame” le ordena mientras se monta a horcajadas sobre el vientre del chico. M obedece mientras ve cómo la chica se masturba, cómo se muerde el labio inferior y entorna los ojos. M alza las manos para tocarle los pechos, pero ella se las quita de un bofetón para, a continuación, posar la mano que tiene libre sobre su propio pecho y pellizcarlo suavemente. M nota como, dentro del preservativo pegajoso, su pene vuelve a recuperar la erección, pero no puede apartar la mirada de Patricia. No sabe cuánto tiempo le habrá llegado a la chica, pero finalmente, con un largo gemido, se corre. Al sacar los dedos de la vagina estos están relucientes y pringosos. Patricia mira fijamente a M a los ojos y se chupa la punta de uno de los dedos. Luego sonríe picarona, pone cara de asco y se deja caer junto a él. Lo abraza y le susurra al oído: “no sé por qué cojo contigo después de las dos patadas que me has dado antes”.

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