El aire del
bar está viciado, a M le resulta increíble que aún queden lugares donde se
pueda fumar en los bares, pero para su sorpresa en Santiago de Chile es
posible. Al menos en el bar al que los ha traído Patricia. Patricia ha
resultado ser una de las sorpresa más agradables del viaje, era solamente una
amiga de un amigo que se había ofrecido a acogerlos durante los días que
estarían en la ciudad, pero fue a recogerlos al aeropuerto, los llevó a su casa
para que descansasen un poco del viaje y se ducharan, y ahora los ha sacado a
dar una vuelta y tomar unas cervezas con sus amigos.
M ha venido
acompañado por un amigo y compañero de trabajo, Patrick, un estadounidense de
Seattle. Al principio hicieron algunas bromas sobre la coincidencia de los
nombres: Patricia y Patrick, pero superada esa primera frase Patrick ha vuelto
a su habitual mutismo. M lo aprecia porque desde que se mudó a Brasil y lo
conoció, ha encontrado en él un amigo sincero, atento y entusiasta, aunque rara
vez le ha conseguido sacar más de una docena de palabras seguidas; y no se debe
a que él no se maneje con el portugués, al contrario, en opinión de M, Patrick
habla portugués casi a la perfección, es que no se muestra muy locuaz ni en su
propio idioma.
Así pues el
peso de las conversaciones recae sobre M. Patricia le ha preguntado si no
siente consuelo al volver a hablar su lengua, M se ha reído y le ha soltado una
larga parrafada en catalán; ante la sorpresa de la concurrencia ha repetido su
discurso en castellano: su lengua materna no es el español, sino el catalán,
aunque habla español desde niño, no consiguió aprenderlo realmente hasta que se
fue a estudiar a Madrid. Esto da pie a una discusión entre los amigos de
Patricia sobre el derecho de los pueblos indígenas de Chile y otros países de
Sudamérica a hablar sus lenguas nativas. M prefiere no entrar en la
conversación, ya tuvo bastantes de ellas durante sus años en la Complutense.
Llegado un
momento se excusa y sale a la puerta del bar, se siente agobiado y necesita
respirar aire limpio. Hace frío, la primavera apenas acaba de empezar y estos
días sopla en la ciudad aire del sur. A M no le importa, se recuesta sobre la
pared y bebe un largo trago de la cerveza que ha traído consigo. Cierra los
ojos y echa la cabeza hacia atrás, hasta tocar con la coronilla la propia
pared.
No sabe si
han pasado unos segundos o minutos desde que cerró los ojos cuando Patricia le
toca el brazo y le pregunta si se encuentra bien. Él le responde que sí, que
notaba el ambiente muy cargado dentro y salió a respirar. El hecho de que ella
haya salido a buscarlo, preocupada por él, no hace sino mejorar la impresión
que M tiene de ella. La chica que está junto a él no es muy alta, su cabeza
apenas le llega al mentón, tiene el pelo corto, algo más largo por el
flequillo, que le cae sobre los ojos como si se tratara de un muchacho
travieso. Lleva una cazadora vaquera, una camiseta holgada, unos vaqueros
negros y unas zapatillas deportivas desteñidas; a primera vista y quizás debido
a su corta estatura, se podría pensar que está algo gordita, pero M sospecha
que no es así, aunque con las ropas que lleva se disimule su figura.
Hablan
durante unos minutos de cosas sin importancia, lugares comunes a los que se
recurre cuando no se sabe de qué hablar. M sospecha que quizás haya salido por
preocupación hacia un invitado, pero disfruta de la conversación intrascendente
con Patricia. De tanto en tanto le ofrece un trago de su cerveza, ella apenas
se moja los labios, pero al cabo de poco el vaso ya está vacío. Patricia se
abraza a si misma y se restriega los brazos como para entrar en calor, M le
propone entrar de nuevo y ella acepta rápidamente.
De vuelta al
bar se dirigen ambos a la barra a pedir nuevas bebidas, mientras esperan a que
el camarero les atienda ella le pregunta por su trabajo. M relata cómo
consiguió primero una beca de investigación y como al finalizar esta le
propusieron trabajar como profesor adjunto en la misma universidad. Le habla
por encima de su trabajo, pero se muestra más entusiasta al hablar de las
playas y de sus viajes al interior de la selva.
Ya con las
bebidas vuelven a la mesa. M se da cuenta enseguida de que Patrick se está
aburriendo. Si bien su dominio del portugués es excelente, no pasa lo mismo con
el español, del que entiende bastante pero apenas conoce unas palabras. Patrick
mira a su alrededor con ojos cansados y cuando M le pregunta si quiere que se
vuelvan a la casa, lo observa detenidamente unos instantes, como sopesando las
opciones, antes de responder. El estadounidense propone irse él solo, ya que le
parece que M está divirtiéndose; por suerte Patricia les ha dado a ambos una
copia de las llaves de su apartamento. M se despide educadamente de todos y se
levanta. Patricia se ofrece a marcharse con él, pero su tocayo declina la
oferta, sonríe, coge su chaqueta y sale del bar.
La noche
continúa, las cervezas se suceden, los clientes del bar empiezan a salir y al
poco ocurre lo mismo con el grupo de amigos de Patricia. Llegados a cierto
punto M le indica a su anfitriona que está listo para irse cuando ella diga, a
él le da la impresión de que está cansada, pero la chica declina la oferta, al
menos por el momento dice. Finalmente los últimos amigos de Patricia se
levantan, se despiden y se marchan. En el local apenas queda una docena de
persona, incluyendo al camarero, quien ya ha empezado a recoger. Aunque ya no
hay ruido en el ambiente M y Patricia se acercan el uno al otro al hablar, a M
le gusta la cercanía a la chica; en la penumbra del bar parece que tuviera los
ojos negros, pero sabe que son marrones. Cuando se ríe y deja asomar los
dientes superiores se ve como uno de los colmillos es algo más pequeño que el
otro, lo que hace que su sonrisa parezca la de una niña que está cambiando los
dientes.
Finalmente M
indica que es hora de marcharse a casa, él pone como excusa que ella parece muy
cansada, pero en su fuero interno reconoce que es si no hace algo terminará por
besarla, y no sabe cómo podría tomarse eso su anfitriona. Salen a la calle y el
frío de la noche los abofetea, despejándolos. Patricia se coge a su brazo y al
chico se le sube un escalofrío por la espalda, no sabe si debido a la
temperatura o por la cercanía con la joven. El camino al apartamento es largo,
algo más de media hora, hubiesen cogido un bus, pero a esas horas ya no
circulan. Al salir a una gran avenida una ráfaga de aire los hace encogerse, se
detienen y él tapa un poco con su cuerpo a la chica, al hacerlo sus caras
quedan a pocos centímetros. Patricia sigue agarrada a su brazo y no sabe cómo,
pero la mano de M que estaba libre, ahora descansa en el hombro de la chica. Se
trata de una postura poco natural, forzada, M sabe que debería volver a girarse
y continuar su camino, pero sea quizás el alcohol que corre por su venas, el
cansancio o los ojos oscuros de la mujer que lo miran desde unos centímetros
más abajo, algo nubla su juicio y la besa. Es apenas un roce en los labios, M
solo ha tenido tiempo de sentir el aliento que escapa de sus labios antes de
retirarse un poco. Ella no se inmuta, ni se ha retirado ni ha buscado continuar
el beso. Una vez más, indeciso, M vuelve a girarse y comienza a caminar,
tirando con su brazo de Patricia, que le sigue.
No se hablan
durante unos segundos, al poco ella dice "pero qué frío, carajo" y se
cubre la cabeza con un pañuelo que lleva al cuello. Le comenta a M que se ha
cortado el pelo así hace unas semanas y aún no está acostumbrada a sentir el
frío en el cuello y las orejas. Le habla de cómo, cuando era niña, su madre le
hacía dos largas trenzas con una melena que, por aquel entonces, casi le
llegaba a la cintura, pero que cuando fue mayor se dejó el pelo por los
hombros. Le dice a M que a lo largo de su vida, y en contra de la tendencia
natural de su cuerpo, ha ido teniendo el pelo siempre más corto, y que quizás
un día se afeite la cabeza. Patricia habla y habla, llenando así el silencio de
M, quien, taciturno, no encuentra aún las palabras.
Al doblar la
última esquina, cuando a apenas unas decenas de metros ya se ve el portal del
viejo edificio donde vive Patricia, ésta se calla. Enfilan la calle en
silencio. M siente aún más la presión de llenar el vacío del silencio y, como
si su acompañante no hubiera dicho nada en la última hora, afirma rotundo:
"tienes razón, hace un frío negro". Patricia se ríe con una gran
carcajada entre sarcástica y aliviada. Desde luego no es la reacción que M
esperaba, si es que esperaba alguna, pero él también se ríe, relajando los
músculos de todo su cuerpo. Las risotadas resuenan en la calle desierta, se
alimentan mutuamente, pero poco a poco son más suaves, más cómplices. Al llegar
al gran portón con de dos hojas de madera Patricia le propone que llene la
bañera de agua caliente y se dé un baño antes de dormir, ya que eso le sacará
el frío del cuerpo. M rechaza la oferta alegando el gran gasto que eso supone y
la hora, pero Patricia insiste, al fin y al cabo los caprichos están para que
uno se los dé, sin importar las horas, afirma.
Poco a poco
lo va convenciendo mientras suben las anchas escaleras que conducen al primer
piso. Finalmente M accede, más que nada por no llevar la discusión al interior
del apartamento donde duerme Patrick. Su anfitriona le indica que coja sus
cosas mientras ella pone la bañera a llenar. En la entrada se separan, Patricia
se dirige al baño tras dejar la cazadora en una percha de la entrada y M se
dirige al salón a coger una muda de ropa y la ropa vieja que utiliza como
pijama. Cuando sale del salón y entra en el baño se lo encuentra vacío. Si bien
el apartamento no es muy grande, el cuarto de baño parece desproporcionado.
Patricia les ha explicado que un par de años antes de que ella alquilase su
vivienda reformaron el viejo edificio, recortando los apartamentos y
habitaciones a partir de pisos de mucho mayor tamaño, por lo que las viviendas
resultantes tenían medidas un tanto extrañas. El baño está formado por piezas
dispares, un lavabo de cerámica rosada que a M se le antoja antiguo, una bañera
de metal apoyada sobre cuatro patas que imitan garras de león, un retrete que a
todas luces se ha instalado hace poco y en una esquina, una lavadora que parece
de segunda mano.
La bañera se
está llenando ya de agua, Patricia ha debido retirar la cortina que envuelve la
bañera por completo cuando se utiliza la ducha, mucho más nueva que la bañera
sobre la que está dispuesta. M toca el agua que cubre ya varios dedos de la
pieza, está tibia, pero la que cae por el grifo está mucho más caliente. Se
desnuda y tira la ropa al suelo, junto al lavabo, donde ha puesto, doblada, la
toalla que Patricia le dio al llegar a la casa. Si sienta en el váter a orinar,
generalmente M no lo hace, pero esta noche está cansando y sentarse le permite
relajar un poco las piernas y la espalda.
Aún le está
dando vueltas a la cabeza sobre el beso furtivo que se han dado cuando se mete
en la bañera. Aunque M duda sobre el sujeto de la frase, no sabe si ha sido
mutuo o ha sido él el inductor y único artífice. Intenta alejar esos
pensamientos, la chica tenía razón, el agua caliente le resulta reconfortante.
Aunque la bañera es grande M tiene que doblar las piernas para sumergir el
tronco. Así lo hace y cierra los ojos. El agua no le cubre el rostro, pero sus
orejas quedan ya bajo el nivel del líquido; puede oír, atenuado, el sonido del
agua cayendo a chorro. Permanece así unos segundos y vuelve a incorporarse,
aunque sólo a medias; deja las piernas semiflexionadas y apoya la cabeza en el
borde de la bacina. En esa posición, con los ojos cerrados, siente como si el
mundo se alejase de él.
Quizás haya
permanecido en ese estado de ensimismamiento unos pocos segundos, quizás más,
cuando oye como se abre la puerta del baño. Antes de que le dé tiempo a girarse
oye la vos de Patricia: "Tranquilo, te he traído un porro". Intenta
mirar a la chica, pero la luz de que pende sobre el espejo del lavabo le da en
los ojos y lo deslumbra. Apenas atina a ver una sombra que se acerca y le
tiende la mano. M coge el porro, musita un gracias y se lo lleva a los labios,
da una profunda calada y justo cuando el humo empieza a llegarle a los pulmones
Patricia vuelve a hablar: "échate para adelante, que pueda entrar". M
duda de haber oído lo que cree haber oído, pero la mano de la chica le empuja
suavemente el hombro izquierdo, M se incorpora un poco, pliega la piernas y
deja espacio tras de él. Por el rabillo del ojo ve como Patricia ha dejado caer
una toalla en el suelo, y nota como se mete en el agua tras de él, maniobra un
poco un saca las piernas sobre las caderas del chico. Ahora M está encajado
entre las piernas de la mujer. Patricia vuelve a ponerle la mano en el hombro,
esta vez ambas, y atrae hacia atrás a M. Él está desconcertado, todo está
pasando tan deprisa que no acierta a comprender qué pasa, pero obedece y se
deja caer. Nota en la parte superior de la espalda los pechos de ella, echa la
cabeza hacia atrás y ésta queda en el hueco del hombro de la chica, junto a su
cara. Patricia no habla, pero lleva la mano derecha sobre el pecho de M y empieza
a juguetear los rizos que le forma el vello en esa parte del cuerpo.
Los minutos
pasan, el grifo ya está cerrado y en el baño reina una calma absoluta. A M se
le hace extraña esa situación, se ha establecido entre los dos un silencio
cómplice, se han ido pasando el porro de mano en mano hasta que lo han acabado.
El chico siente como si fueran una pareja que lleva varios años juntos, desde
luego no dos personas que se han conocido hace unas horas. Ella sigue
jugueteando con los dedos sobre el pecho del chico, él tiene ambas manos
sumergidas, cubriendo su sexo. En un determinado momento la chica se revuelve
se incorpora un poco y le besa en el cuello. Es un beso suave, lento, que se va
alargando hacia la mandíbula, el mentón, la boca.
Se besan,
ahora el beso es más largo, húmedo. M nota la lengua que entra en su boca,
buscando la suya. Juegan con los labios, con las lenguas, él le muerde el labio
inferior, ella hace lo propio con el superior. Lo que empezó de forma suave y
sosegada aumenta de intensidad, M se revuelve en la bañera intentando encontrar
una mejor postura, Patricia está a punto de escurrirse, pero lo evita
agarrándose al borde de la bañera. "Espera" le dice, y se pone de
pie, no sin cierta dificultad. Sale de la bañera y vuelve a entrar en ella,
esta vez lo hace frente a él, mirándolo cara a cara. Se está apoyando en el
borde de la bañera sólo con la mano derecha, mientras con la izquierda se cubre
el hombro contrario, tapando de paso el pecho. Es una postura extraña. "No
te asustes de lo que vas a ver, ¿vale?" le advierte, M nota tristeza en
sus palabras. Al retirar la mano del hombro Patricia deja al descubierto una
fea cicatriz que le cubre todo el hombro derecho, la parte superior del
antebrazo y ondula formando una cuña hasta la mitad del pecho, quedándose a
apenas unas centímetros de la areola del pezón. M no sabe mucho de medicina,
pero lo que ve es suficiente para hacerle pensar que es la marca de una
quemadura. Aparta la mirada del hombro y mira directamente a los ojos de
Patricia, sonríe y la toma por las caderas, atrayéndola hacia si.
Ella vuelve
a pasar las piernas por sobre las caderas del chico, apoyándose aún en el borde
de la bañera, baja lentamente y se coloca sobre el chico. M se ayuda de la mano
para insertar su miembro dentro de Patricia, la nota húmeda, suave. Ella gime
débilmente mientras se encaja. Cuando lo ha hecho busca la mirada de M y
comienza a moverse lentamente. M lleva sus manos a los pechos de la chica, los
acaricia al principio y se inclina hacia delante para lamer uno de los pezones
y después el otro. Se retira y pellizca ambos pezones con los dedos, nota como,
pese al calor que hace en el baño, se ponen erectos. Los pechos de Patricia son
grandes, no son desproporcionados, pero M no alcanza a cogerlos por completo con
una sola mano.
Patricia
tiene el control de la situación, ella es la que imprime el ritmo, bajando y
subiendo sobre M, lo hace suavemente, lentamente, lo que le permite al chico
sentirla plenamente. La chica mueve las caderas un poco hacia adelante cada vez
que baja, empujando el pene hacia su interior, a veces se le escapa un gemido,
lo cual excita a M, pero lo que más le excita es la mirada fija, penetrante de
la chica. Sólo se rompe el contacto visual cuando él se adelanta a morderle un
pezón.
M se está
excitando, pero en la postura en la que está no puede moverse apenas; además le
parece que su pareja tampoco está demasiado cómoda. La detiene agarrándola por
las caderas y la separa de si. Le indica que salga de la bañera y él le sigue.
Al hacerlo nota como su cuerpo se enfría, pero no permite un momento de duda.
Agarra a Patricia por los muslos y la sube sobre si, ella se abraza a él y le
besa. M avanza unos pasos y la sienta sobre la lavadora, la deja con el culo un
poco al aire y vuelve a penetrarla. Se sujetan mutuamente, ambos con las manos
en la espalda del otro; bajo la punta de los dedos de la mano izquierda M nota
el tacto irregular de la cicatriz. Con cada movimiento la lavadora también se
mueve haciendo un ruido sordo, la portezuela, que no debía estar cerrada, se
abre de repente golpeando a M en una rodilla, con esa misma la cierra de golpe.
El ruido ha debido oírse en toda la casa, pero ellos no se inmutan.
El chico
lleva sus manos bajo las axilas de la chica y la obliga a echarse un poco hacia
atrás, ella echa la manos hacia atrás y se apoya en la lavadora. Ahora M puede
bajar las manos y cogerla por las caderas, con lo que puede empujar más fuerte.
Mira el cuerpo de la chica, sus tetas botan en cada embestida; M confirma su sospecha,
Patricia es delgada, con el cuerpo en esa postura puede ver como las costillas
se le marcan bajo la piel, pero sus pechos, grandes, con unas areolas tostadas
de varios centímetros, podrían hacer pensar lo contrario. La excitación de
ambos aumenta por momentos, en esta postura M tiene el control y Patricia se
deja hacer. Él baja la mirada hasta el lugar donde su sexo entra en el de ella,
durante unos segundos mira como su pene entra y sale repetidamente. Aumenta la
frecuencia y la fuerza haciendo que la lavadora golpee contra la pared. Al
levantar la vista mira el rosto de la mujer, ha cerrado los ojos con fuerza y
tiene la boca abierta en un gemido mudo. M lleva sus manos bajo el culo de
Patricia y la levanta un poco, ahora sus embestidas son más profundas y furiosas,
Patricia se apoya sobre los codos y gime mientras se corre, pero M aún no ha
terminado. Continua durante unos segundos más y finalmente eyacula.
Al detenerse Patricia se incorpora y
lo retira, haciendo que el sexo del chico salga de ella, al hacerlo un chorreón
de sustancia blancuzca cae al suelo. Patricia se pone de pie y se abraza a M.
Permanecen así, sintiendo el calor del otro, lo que parece una eternidad, pero
el frío del suelo mojado empieza a subirles por las piernas. Es ella la primera
en retirarse, coge su toalla, se envuelve en ella, tira del tapón de la bañera
y deja que el agua escape. Se vuelve hacia M, que la mira, desnudo aún, sin
moverse del sitio, se acerca a él, se pone de puntillas sobre sus pies y le da
un beso en la mejilla. "Hasta mañana", dice, y sale del baño dejando
tras de si el rastro húmedo de sus pisadas.
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